Flamenco

Bienal de Sevilla 2020: Anabel Veloso, una más en su espectáculo

La bailaora almeriense presentó en el teatro Central «Oro sobre azul», donde la escenografía y los músicos gozaron de tanto protagonismo como ella

La bailaora almeriense Anabel Veloso Vanessa Gómez

Luis Ybarra Ramírez

Anabel Veloso baila, pero sobre todo crea y deja hacer. «Oro sobre azul», un homenaje a sus orígenes portugueses a través de los colores de los azulejos del barrio de Alfama, en Lisboa, se estrenó como una obra en la que cabe la poesía y el teatro. Un montaje plagado de detalles, con piezas de un logrado brillo, sí, pero con una escenografía que supera lo estrictamente artístico . Ella, manchada de rojo en un principio, resulta elegante entre la negrura. La letra de un fado del repertorio de Amália Rodrigues se le derrama por los pies, un actor le acompaña al toque de Javier Patino, las proyecciones se alzan como fachadas y, en sus alféizares, se asoman los músicos que gozarán de tanto protagonismo en la noche como la que se anuncia en el cartel. Veloso está y no está. Se arranca y se esfuma. Como una más en el plantel. Durante una hora. Solo eso.

Discípula de la escuela sevillana y con destellos de estética clásica en sus formas, la almeriense guarda tantos dotes como espacios por cubrir en su espectáculo. Se alzó estilizada sobre el folclore luso y en diferentes palos: guajiras, nanas, galeras, bulerías. Por seguirillas, pinta un Antonio López con los pies mientras el público, en silencio, reclama un Moreno Galván, o un Amadeo de Souza, exponente del modernismo. Una gota desmedida, un pelo que se rebela, una mano que no está preparada, sino que surge efímera y sola en el ardor de un momento. Eso se añora . Los propios azulejos de Alfama, a los que baila, están castigados por la dejadez de la sal y del tiempo. Portugal, en la música, es una media sonrisa con la mirada gacha. Una lágrima que espera en un puerto la llegada de alguien que no llega. Un empedrado por el que transcurre, como siempre, el traqueteo de los días. Son muchas las uniones que pueden trazarse entre el flamenco y esta bella cultura, pero sin duda en el germen de ambas está que no hay hueco para la frialdad. La pena camina visceral enredada entre las raíces y el talento de sus intérpretes. Por eso las facultades se nublan a falta de descuidos. De arrebatos.

Si Naike Ponce llega a cantar en portugués no hubiese pasado nada, pues se habría entendido lo mismo: alguna palabra suelta . El omnipresente Diego Villegas estuvo en los vientos y Pablo Suárez al piano. El actor Pedro Pernas, como invitado. Hay una Alfama en el imaginario colectivo que teje redes y le echa coplillas amargas a las olas. Hay otra que extiende sus plumas con simetría de mosaico. Trasladarnos a las dos en apenas una hora con largos minutos de desapariciones parece un imposible. A la salida, los asistentes comentaban quién les había gustado más, cuando allí solo había una bailaora en una obra de danza. Una obra con su nombre y su ausencia.

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