Bienal de Flamenco de Sevilla
Dani de Morón, deconstrucción y triunfo de la guitarra flamenca
El guitarrista ha presentado su nuevo trabajo discográfico, «Creer para ver», en el que se reúnen sonidos del flamenco, el jazz y la copla
![Dani de Morón, en un momento de su recital](https://s2.abcstatics.com/media/cultura/2020/10/03/s/dani-de-moron-kA9F--1248x698@abc.jpg)
La música de Dani de Morón se ofrece por fascículos. Si le gusta un detalle, quédeselo, porque no volverá. Es el único guitarrista de su generación que ha alcanzado ya un sello radicalmente propio . Qué difícil. La técnica, tan avanzada en su caso, no la emplea para lucir, como la mayoría, sino para desprenderse de algo, para dejar caer ese velo cuajado de armónicos que cubre todo lo toca. No hay melodía, o aparece de forma muy sutil, por eso nadie sale de este concierto tarareando nada . Por eso también resulta tan poco comercial aún perteneciendo a la mastodóntica Universal y por eso se ha convertido en un guitarrista de guitarristas, un autor tan particular que divide a la audiencia en seguidores y detractores; yo aún soy joven, así que puedo confundirme un poco más vadeando entre un grupo y otro.
Lo de que su sonanta canta no es cierto. Se la echa al pecho, saca el bisturí y la disecciona para que le ofrezca lo que busca. Con las tripas reventadas por la boca, comienza su función. Todo son trazos de aquí y de allá, juegos rítmicos, cortes y prolongaciones en la vibración de las cuerdas . Otro dedo, la muñeca, un remate, un picado, nudillo, alzapúa, rasgueo, diapasón. Con la derecha se golpea y con la izquierda impone lo que solo le pertenece a él, recreándose en las variaciones. De Paco de Lucía queda la mirada, al jazz, tan presente, a la copla, pero no mucho más. Tampoco toca a las bajañís ajadas de su tierra ni a la gracia soberana de Jerez. No hay tierra ni destino ni patria. Dani de Morón ha abierto una puerta y ahora corre por el campo solo.
Un bajo, el de Popo, un percusionista, Agustín Diassera, y nada más. Las alteraciones desdibujan las estructuras de los palos y hablamos únicamente de matices . De evocaciones. A la bulería, bastante clara la nueva y la de su primer disco, a la seguirilla, al compás del tanguillo. Posee un Guadiana de música con la emoción gimiendo por las uñas y gritando en las yemas. Su mariana no es, si se topan con ella en el disco, la de Bernardo de los Lobitos. Se ha llevado un racimo de destellos a otro lugar. Viene y va. Nos da y nos quita. La soleá , una de las piezas, a mi parecer, de mayor envergadura, nos conecta con lo reconocible. Se esfuma, la veo, ya no está. Como su versión de «Ojos verdes» , manchada de una quietud espesa. Y con el público hirviendo se sale del álbum para regalar una seguirilla con tintes clásicos. Un latigazo que con este frío duele el doble.
Encierra algo de minimalismo su nueva propuesta. No exactamente el de Erik Satie, pero sí que observo un cuidado extremo por lo que finalmente llega al oído. Un mimo intencionado. Sus pinceladas se cargan certeras con susurros. Pulcritud, cristal. Peléense porque estamos ante la obra más compleja que últimamente ha pasado por aquí . Él cree para ver y sorprende desde no pueden verle. Escuchen de nuevo. Pregúntense que dónde está la música. Maldigan. Emociónense. Dani de Morón ha deconstruido el instrumento y nos ha vuelto a todos locos. Lancen besos y pedradas.
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