Bienal de Flamenco de Sevilla 2018
Compadres, una oda al toque puro
El Niño de Pura y Manolo Franco triunfan en la Bienal con la reposición de su concierto a dúo, estrenado hace más de una década
Los dos son hijos de la Bienal . Nacieron, se criaron y han envejecido en ella. Por eso «Compadres» es una garantía . La unión del Niño de Pura con Manolo Franco , del beso que la taranta del de Bellavista le dio a la seguiriya del sevillano, es una reivindicación de la guitarra flamenca clásica desde dos puntos de vista casi opuestos. Daniel el de Pura representa el toque barroco, el que armoniza el imponente trémolo de Levante con toda clase de adornos exactos, pero sin salirse del canon en los tonos de base. Manolo Franco es más esencialista, va directamente al hueso, pero trastocando los cimientos para enjaretar la seguiriya en Re y llevarla rítmicamente al galope. Uno abre la mano a lo ancho . El otro, a lo hondo. Pero los dos enhebran falsetas que cuentan historias, flamenquísimas siempre, sin alardes huecos. La guitarra no es para ninguno de los dos una herramienta de trabajo. Es un canal de comunicación, un órgano de su cuerpo. Un órgano vital. Por eso se entienden por caminos distintos .
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Cuando estrenaron este encuentro hace diez años ya demostraron que su idea no está en llevar el instrumento a la selva en la que vive hoy, donde cada vez es más difícil averiguar qué está tocando el que sea. A ellos se les distingue todo aunque sigan proponiendo cosas nuevas . Quizás por eso no están de moda. Porque son clásicos en la mejor acepción de la palabra. Cuando dicen que van a tocar por alegrías, tocan por alegrías. Y se raspan falsetas a dos voces con la voz del cordobés Churumbaque encajando el tirititrán. Y si el de Pura pica con tres dedos a la velocidad del rayo, Franco rasguea para arriba con el alma en la « Fantasía » que se inventaron a ritmo de jaleos cuando todavía eran unos muchachos. Ahora, ay, cómo vuela el tiempo, es la hija de Daniel la que canta para calzarle unas letras por soleá a esa cadencia en la que cabe todo el arte cabal. Una rondeña, una bulería, lo que sea. Por ahí cuadra hasta la guía de teléfonos siempre que se sepa de qué va esto. Ésa es la verdadera importancia de estos artistas. No han traicionado nunca sus raíces.
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Forman parte de una generación dorada de guitarristas sevillanos de la que me acordé en la guajira: Riqueni, Quique Paredes, Isidoro Carmona, Paco Jarana, Miguel Pérez, Antonio Gámez ... Unos se dedicaron a acompañar. Otros a tocar solos. Pero todos están unidos por un mismo concepto: la pureza. No le hacen trampas al toque. Cada uno con sus recursos, este más técnico, aquel más rítmico, el otro más profundo, han engrandecido la escuela que nació del Niño Ricardo y han ampliado las fronteras de la música jonda mientras otros se dedicaban a romperlas. Por eso este concierto está por encima de la crónica puntual. Es un homenaje a la historia de la bajañí de Sevilla. Y es también una lección para los jóvenes que quieren comerse la guitarra. Comérsela está muy bien. De hecho, hay que intentar tragársela sin masticar si es posible, pero sin perderle la cara a la verdad. Cuando se toca por bulerías, hay que hacerlo con la rabia con la que lo hacen estos dos y, sobre todo, con la intención. Hay que conseguir que las melodías nuevas parezcan viejas. Que estaban ahí de toda la vida flotando, pero que no salen a la luz hasta que a alguien se les ocurre tocarlas.
El Niño de Pura y Manolo Franco son exactamente una nostalgia del futuro. O la guitarra va por ahí, o no va a ningún sitio. O se toca por fandangos conservando los pilares y con la voluntad de emocionar, o se está tocando cualquier cosa sin nombre. Que puede ser hermosa, pero que no será flamenca. Por eso la simbiosis de estos dos bichos del toque sigue siendo tan necesaria . Porque si juntas el control y la precisión cirujana del Pura con la creatividad inagotable de Manolo, lo que sale es un monumento a ese calvario de seis cuerdas que custodia el sonido de Andalucía. Lo de estos dos monstruos es una oda al toque puro. Por eso aunque la moda los desprecie, el tiempo los honrará. Y seguro que cuando llegue ese día, los cogerá tocando. Con sus guitarras vivas.
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