La Bienal de Flamenco de Sevilla 2018

La Bienal de Flamenco de Sevilla 2018: La verdad sólo tiene un camino

Los tres mitos del flamenco de finales del siglo XX demostraron que este arte no necesita adornos y que el futuro está en el pasado

Espectáculo Al arte de su vuelo con la participación de Calixto Sánchez, José de la Tomasa y Pepa Montes, en el Teatro de la Maestranza Juan Flores

Alberto García Reyes

El flamenco no es ni grande ni chico. Es o no es. Cuando José de la Tomasa se mete la voz en el rincón de la muerte por tarantos del Torre, sin aspavientos ni exhibiciones , está buscando en un sitio que no entiende de masas. Sólo entiende de arte. Y el arte verdadero es a solas. Por eso cuando se partió las costillas gimiendo para adentro, no para afuera, la cartagenera el Maestranza entendió de qué iba la cosa.

Hay muchos días para el espectáculo, pero ninguno tiene sentido sin las gárgolas que echan el agua bautismal del cante por la boca. José buscaba eso. El hoyo. Lo negro. El principio . Porque puede y porque sabe. Por alegrías sin palmas. A pelo. La guitarra exquisita de Juan Ramón Caro y su voz . Mejor dicho: el tiempo en su voz. «El alma sobre una silla», dijo que se podía titular su recital. Quién soy ya para contradecirle. Cuando un cantaor se expone de esa forma, sin gentío tras el que esconderse cuando la garganta tiemble, con la honradez por bandera , lo único que hay que hacer es escuchar bien. Saber escuchar. Y quedarse con uno mismo para poder convencerse de que todo el flamenco es eso: una inmensa pequeñez.

Por fandangos quedó claro que no sobraba teatro. Que un cantaor solo basta . Y que probablemente eso es ahora lo vanguardista: sentarse en las eneas y morirse. Lo grande de José es que no se retuerce a gritos, sino de falsete. Y esa es la medida del pellizco. Muy poquito. El que quiera entender, que entienda. El que no, que aprenda. Ahí quedó la seguiriya, el himno nacional de los gitanos. Hay dos formas de morirse: el desgarro sanguinolento o el ahogo extenuado. El de la Tomasa no forma escándalos. Llora por los rincones. Y cuando se pone de pie en el macho, entonces sí se rompe: «Yo he visto el demonio en la cabecera de mi madre» . Se acabó. Quien quiera más, que venga otro día. Ole los demonios del cante sin rodeos.

Después de eso sólo cabe Pepa Montes , bailaora que lleva esculpiendo su cuerpo, como si fuera de bronce, desde que nació. Salió del brazo de Ricardo Miño, su compañero de toda la vida. Mano a mano por garrotín. Ella puesta como si la hubiera tallado Martínez Montañés . Quieta. Las manos llenando el escenario y el universo. Todo sencillo. Porque ella no necesita saltos. Baila con el gesto , con las pestañas, con la cara, con las vivencias. Tan antigua que todavía no ha ocurrido. El toque sin cribar, con imperfecciones incluidas, no mancha la hondura de esa mujer, que es un vestigio en perfecto estado de conservación. Los brazos más hermosos de Sevilla cogiendo estrellas y echándoselas en el canasto . La búsqueda del cuadro en movimiento. Por eso le cantan Arcángel y Segundo Falcón por alegrías. Dos primeras figuras. Porque Pepa es historia. Cuando se levantó de la silla, la bata de cola blanca era todo el pasado del baile exclamando en la Bienal. ¡Un poquito de memoria! Cada aficionado puede escoger el fleco que quiera del mantón. Un jirón de Pastora Imperio, otro de Matilde, otro de Merche... Y el gañafón grande de la Montes, que es la escuela sevillana con aire de Cai. A Las Cabezas, su pueblo, llegaba el levante marino y la brisa del río cuando ella empezó a mover las caderas y a remangarse los volantes. Todo eso estaba en la falseta, en las escobillas, en la bulería. Un respeto. Y un poquito de memoria. En el mejor festival flamenco hacen falta más cimientos. Más pepas. Más raíces para poder volar. Y aunque el descanso y el formato eran mejorables, a esto no se puede renunciar.

Cuando Calixto Sánchez salió hace 38 años a llevarse el Giraldillo con el fandango del Carbonerillo , el Lope de Vega era el teatro más grande de Sevilla. Ahora es el más pequeño. Entonces era un joven que buscaba su sitio. Ahora es una leyenda retirada. Eso es lo que hay que entender de este recital: que Calixto canta por soleá con el pelo blanco, Pepa baila con las arrugas maquilladas y José tiene que agarrarse a los jipíos para no asfixiarse. Hablamos de maestros que todavía pueden revolcar a cualquiera. A ver cuántos hay capaces de ir tan de ley a los cantes de Alcalá siguiendo el canon de Mairena como Calixto , con Eduardo Rebollar tocando de escándalo para darle los tiempos. O a los tientos por arriba. O a la seguiriya. Yo creo que el mairenero canta ahora mejor que cuando estaba en todos los carteles. Porque canta para él y canta con miedo. Esa es la grandeza de este trío. Que son el futuro y no llevan ni palmeros. Pero vivimos un tiempo loco. El teatro tenía muchos huecos. ¿Dónde están los aficionados de Sevilla? Yo no niego que el flamenco, gracias a Dios, tiene muchas puertas de entrada y de salida. Incluso de emergencia. Pero esto lo tengo que rematar con el puño y los ojos cerrados, hablando conmigo mismo: la verdad sólo tiene un camino.

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