Bienal de Flamenco de Sevilla 2018
Benítez Reyes pregona los fantasmas jondos, que dan «prestigio a la pureza»
El escritor roteño ha inaugurado la Bienal con una austera pieza literaria en la que reflexionó sobre los pilares filosóficos del arte andaluz
En el flamenco siempre ha habido muchos fantasmas . Falsos intelectuales. Sabihondos de la pureza y mesías de la vanguardia. Pero este no es el perfil de Felipe Benítez Reyes . Buen escritor, discípulo de Quiñones y de Caballero Bonald, gaditano de palabra honda, pregonero bien escogido para vender la alhucema de la Bienal por las calles. Un roteño aficionado a las fantasmagorías y poco dado a los atriles.
Por eso este miércoles ha sido un espectro en la Casa de las Dueñas , donde el mejor festival del mundo ha reunido a un grupo de escogidos para el homenaje literario de apertura. Bajo el limonero de la infancia de Machado . Con ese fantasma ha empezado precisamente su venta ambulante de palabras el poeta. Demófilo, el de la «Colección de Cantes Flamencos» , vivió allí y de ese venero bebieron sus hijos. Manuel, el «dandy castizo», reinterpretaría «los cantes del pueblo en su poesía, una veta popular que jamás entró en contradicción estética con sus inclinaciones modernistas, parnasianas o decadentistas».
Y Antonio «reinterpretó la poesía popular en su obra» , de modo que «en los dos hermanos poetas pervivirá siempre el sustrato de aquellos cantes flamencos que se afanó en recopilar su padre». A estas alturas, el tono pregoneril ya se ha disipado: se trata de una conferencia recitada, una reflexión sin florituras formales. Quienes esperaban una bulería se han encontrado con una soleá. Despacio. Para adentro. Buscando fantasmas en su queja.
Primero se ha parado en la puerta de la peña de Rota , su pueblo, donde el joven aficionado al rock psicodélico por culpa de la emisora de la base se encontró, en sus primeros escarceos con lo jondo, con Agujetas el Viejo , que era el que picaba las entradas. «Apenas actuó en público», recuerda, «por su carácter huidizo», porque aquel era un hombre «sin conciencia, ni por asomo, de que cantar pudiese ser un espectáculo de masas », sino «un sentir y un saber del que era depositario y transmisor », como uno de tantos «propietarios, sin saberlo, de un tesoro etéreo».
Pero Benítez Reyes no ha querido pisar mucho ese terreno porque los orígenes del flamenco son «inciertos y neblinosos» , paraísos «de la conjetura». Así que ha cuadrado su discurso en los cánones literarios , buscando atavismos como las gargantas «heridas de muerte», los artistas que presumían «de no tener papeles», el cante como «manifestación secreta» o el «arte de soledades». Porque la almendra del pregón ha sido filosófica.
Ha hablado de cómo « la música nos universaliza al poder volar por el espacio y por el tiempo», de cómo «es el idioma que no habla en ningún idioma porque habla en todos los idiomas posibles » o de cómo «toda manifestación musical pertenece a quien se para a escucharla» porque « la música aviva las sinrazones profundas del corazón ». Para el poeta gaditano, esta es la razón por la que «las voces acordadas y desgarradas de los flamencos han sabido mantener candente a través de los siglos un lamento ancestral o un júbilo primigenio».
Dicho de otra manera: «Cuando escuchamos a un cantaor, sabemos que su cante viene de muy lejos , de una genealogía envuelta en la bruma de un tiempo sin tiempo». «Todo el que canta por derecho sabe que debe mantener el respeto a su linaje artístico» porque «pocas expresiones artísticas están tan reglamentadas como el cante de los flamencos y en pocas disciplinas se dará más prestigio a la pureza », pero «el arte es también construcción; es decir, oficio; es decir, voluntad y capacidad de elaborar una obra artística desde la gracia fortuita del genio espontáneo, sí, desde luego, pero también desde la técnica , que, al contrario que la genialidad, no se regala, sino que se aprende». El duende y la academia.
Y, en medio, los fantasmas. Benítez Reyes ha citado los suyos al puñado, desordenadamente, porque sí: el pintor Joaquín Sáenz , el pianista Pepe Romero , el poeta Alberto García-Ulecia , su maestro Quiñones —«divulgador de flamencos magistrales y padrino de flamencos marginales»— y el cantaor metido en una caja de cartón de un frigorífico porque le daba vergüenza cantar en público, metáfora brillante del flamenco, un arte cohibido que «hoy se respeta» y que tiene su mayor escaparate en la Bienal, donde a partir de ahora desfilarán muchos fantasmas, tanto por los escenarios como por las butacas. Pero de esos no habló Felipe Benítez Reyes en su íntimo pregón del limonero machadiano porque no tienen ninguna literatura.
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