Bienal de Flamenco de Sevilla 2018
Argentina, la abundancia es mala
La cantaora onubense ha presentado un espectáculo, «Hábitat», en el que ha exhibido sus enormes facultades, pero cantando muy precipitada
Dijo Caracol que el cante no es para sordos. Por eso Argentina es mucho más cantaora en la media voz que en el grito. Sabe de cante, tiene todas las facultades posibles, tanto que incluso puede cambiar de octava sobre la marcha, y está bien puesta en el escenario. Pero todavía no sabe cantar de verdad. La juventud no le sienta bien. Necesita todavía tiempo para buscar más en el fondo. En la milonga con aires de farruca a la que ella denominó «asturiana» está su futuro. Media voz. Ahí matiza y puede encontrarse con su personalidad, cuando la desarrolle, porque no hay exhibición de conocimientos ni de virtudes naturales. El cante de verdad está en esa dimensión. Pero la de Huelva apenas se para ahí. Su hábitat es otro.
Ella vive en el espacio de lo aprendido, no de lo vivido. Para empezar, canta a una velocidad que se lleva por delante todos los detalles. Y a un volumen que fatiga. Lo digo porque es cantaora. Porque si ahí no hubiera madera, no me entretendría. Los tanguillos estaban acelerados. Los cantes de trilla del Alosno se le atropellaban en la boca. Está bien que busque en los bríos de la Paquera, como hizo en los tientos y tangos, porque esos faros siempre llevan a una buena orilla. Pero hay que meterse el cante más en los puños y menos en los hombros. Más para abajo que para arriba. Más despacito, mujer, más pastueño todo. Más sencillo. La velocidad de doña Francisca estaba en la voz, no en el compás. Y Argentina borda las cosas de la gran gitana de los jereles. Es con toda seguridad la única cantaora joven que puede meterle mano a ese huracán. Por eso estoy siendo crítico. Porque el día que se pare un poquito forma un lío. Yo la pienso esperar toda la vida si hace falta.
En los fandangos por bulerías se vio más clara esa precipitación. Se metió en los terrenos de la Fernanda. Me santiguo. Pero la de Utrera cantaba eso por soleá. La de Huelva, sin embargo, lo aligera. Canta como si se tuviera que ir. Con exageración. ¿Por qué lleva, por ejemplo, tres guitarristas? Los tres son buenísimos. El Bola, Iglesias y Jesús Guerrero. Canela. Pero se tapan entre ellos. Como una rondalla. En lo poco hay mucha más belleza que en lo mucho. Como en la malagueña de Diego el Perote o en la soleá apolá y la del Zurraque aprendidas de Naranjito de Triana. Me está dando rabia escribir esto. Porque todos los referentes que toca son geniales, afina con exactitud, está pasada de compás, tiene repertorio, conoce el paño, va con fuerza a los agudos y le suenan altos los graves. Pero no paladea. Meter una letra clásica de alegrías por rondeñas es, por ejemplo, una idea bien enjaretada. Sin embargo, meter un fandango de Huelva como abandolao ya es mucha tela.
En ese juego oscilaba el espectáculo, que tuvo un momento cimero cuando salieron las mujeres de Almonaster con los panderos y el gaitero a cantar las cosas de Huelva. Esa estampa ante la fachada de Pedro I del Alcázar fue una exquisitez. Y el debate que planteó entre lo folclórico y lo flamenco, entre las voces de la calle y la cantaora, fue de calado. Ahí Argentina manda de verdad. Tiene todos los hilvanes del cané de Alosno, Encinasola y Calañas bien cogidos. Y es probable que eso le viniera bien para templarse en el tramo final de la noche. Por seguiriyas, con esa fuerza, a nada que se pare un poco tiene todas las papeletas de hacer daño. La voz redonda, larga, huracanada le permite entrar otra vez en los rincones de la Paquera, pero ahora con sosiego. Eso es. Ahí es donde hay que escarbar. Como en la mariana de Menese. Si coge esa vereda, esta mujer se pone arriba cuando quiera. Donde no puede equivocarse es en la abundancia. Como en las alegrías. Cuando se desboca pierde el rumbo. El hábitat de Argentina llegará cuando pierda facultades, cuando sufra cantando, cuando no cante de memoria, sino de vivencias. Cuando lo cante todo como cuando canta los fandangos que decía cuando era una niña. Porque, de momento, la abundancia le perjudica. En ella se cumple la paradoja de la belleza: si todo es muy bueno por separado, es malo junto. Porque esto no es cuestión de poderío, sino de gusto.
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