LITERATURA
Aurora Delgado, la finalista sevillana del Nadal, está afiliada a la ONCE y pasa de Twitter
Le cuesta leer pero gracias a la tecnología puede escribir sin dificultad y ha logrado entusiasmar al jurado del prestigioso premio literario con una obra ambientada en el Aljarafe
Aurora Delgado (Sevilla, 1968) tuvo muchas gafas y dioptrías de pequeña pero con 25 años perdió la visión de un ojo y un desprendimiento de retina acabó hiriendo más tarde al otro. De noche se maneja con un bastón y de día debe tener muchas precauciones para cuidar y conservar ese ojo que es la única ventana de luz que le queda del mundo exterior.
Su creatividad y su mundo interior, sin embargo, han compensado con creces su discapacidad visual y les han permitido convertirse en una escritora emergente (premio Ciudad Alcalá de Henares por «El corazón de Livingstone» ) que el prestigioso Nadal de Novela ha venido a bendecir.
Aurora Delgado vive cerca de la Macarena y ha desarrollado trabajo social en el Polígono Sur , donde ha podido ver lo mejor y lo peor de la condición humana. Gracias a la tecnología ha podido plasmar su talento narrativo en «Curva» , reconocida el pasado día de Reyes por un jurado compuesto por Clara Sánchez, Andrés Trapiello, Emili Rosales, Germán Gullón y Lorenzo Silva.
—Escribir es un ejercicio que requiere una gran concentración y una enorme paciencia al que no se alían precisamente sus problemas de visión
—Me dificulta mucho la lectura. Ahora ya estoy más pegada al libro electrónico. Gracias a la tecnología, puedo escribir, aunque me canso más. Tengo un ordenador portátil conectado a una pantalla digital que me permite leer, corregir y mover. Pico directamente con el dedo y no tengo que buscar con el ratón, lo cual me facilita muchas las cosas.
-Perdió la visión con 25 años. ¿Cómo lo encajó?
—Cuando tienes 25 años las cosas te afectan menos. Luego te afectan mucho más, cuando ves que ya todo es irreversible, que no se puede volver atrás. Ahora veo todo lo que me ha limitado y lo que no he podido hacer. Hoy lo estaba hablando con unos amigos: si no me hubiera pasado esto, tal vez no estaría escribiendo sino subiendo el Himalaya. No puedo montar en bicicleta o tirarme a una piscina para conservar la visión que me queda del otro ojo. También tengo que cuidarme de los movientos bruscos y no puedo hacer deporte. Empecé a hacer spinning y me lo ha quitado el médico.
-¿Es fácil convivir con el temor a quedarse en la completa oscuridad?
—Es como una espada de Damocles, pero prefiero no pensarlo mucho.
—¿Confiaba en llegar tan lejos en el Nadal sin ningún padrino y sin salir en televisión ni ser conocida?
—No, la verdad, aunque aún hay margen para los finalistas en estos premios. El ganador es muy difícil porque las editoriales hacen apuestas seguras por escritores que ya tienen lectores. Por eso hay mucha lucha por la visibilidad, porque te conozcan, pues eso puede garantizar viabilidad a tus obras.
—¿Las grandes editoriales valoran más el número de seguidores que el autor tiene en las redes sociales que la calidad literaria del texto?
—Me temo que ahora sí. Pero creo que ya empieza a haber un cierto hastío entre los lectores. Si se le diera un premio a alguien no conocido, habría cierta curiosidad por leer la novela porque a todos nos gusta creer en los milagros.
—¿Tiene cuenta en Twitter?
—No.
—Igual tiene que abrirla ahora...
—Sólo tengo Facebook, pero no voy a cambiar mi forma de actuar por la presión de una editorial. Para escribir, hay que estar tranquilito y no dale que te pego al tuit y al autobombo. También depende del escritor que quieras llegar a ser:mediático o no.
—¿La mejor literatura actual se está publicando actualmente en editoriales independientes?
—No lo sé, pero creo que ahí es donde se están haciendo apuestas más interesantes. Hay un movimiento en ellas que creo que va a resultar muy fecundo desde un punto de vista literario.
—¿De qué va su novela?
—Nació de una noticia fechada en Argentina según la cual un hombre perdió a su hija en un accidente de tráfico y decide instalarse en ese lugar, en una choza, para alertar a los conductores del peligro de esa curva. Me pareció interesante un personaje que se queda instalado en el dolor, en un presente continuo que es la desgracia. Cuando no conseguimos salir de la desgracia se convierte en una losa.
—Habla en la novela de la «perversión de la pureza». ¿A qué se refiere exactamente?
—Tengo 48 años y he sentido como muchas personas de mi generación el miedo a tomar decisiones para no enfrentarme a las contradicciones que la vida implica. El personaje de mi novela no toma decisiones por esa razón, porque no quiere mancharse, quiere mantenerse puro, pero eso lo único que hace es que otras personas tomen esas decisiones por él: su cuñada y hasta sus hijos pequeños. A eso me refiero cuando hablo de la perversión de la pureza, a ese laberinto.
—¿La generación de los 60, que es la suya, es una generación que no termina de crecer?
—Creo que hay un miedo a vivir, a enfrentarse a la vida. Todavía tenemos nostalgia de Heidi, de la abeja Maya. Somos como eternos niños y eso tiene que ver con no querer perder la inocencia.
—¿Hay infantilismo en nuestra sociedad, especialmente en esa generación que ronda los 50?
—Algo sí, y me incluyo. Nos resistimos a hacernos mayores y a asumir la vida con sus plenas consecuencias. No queremos asumir que nada es blanco o negro y que nadie es bueno o malo, completamente. Todos estamos sujetos a una condición muy compleja.
—Hizo trabajos sociales en el Polígono Sur. ¿Fue allí donde se dio cuenta de esa complejidad, de que cualquier ser humano es capaz de lo mejor y de lo peor que se pueda imaginar?
—Sí, incluso allí descubrí que los prejuicios que existen fuera del Polígono Sur hacia las personas que viven allí, se produce también entre esas mismas personas, entre las que viven en tal calle o en tal bloque de viviendas. Allí también hay prejuicioscon los que son de un país o de otro. El ser humano es así.
—¿Por qué ambientó su obra en el Aljarafe?
—He vivido mucho tiempo en Camas y me resultaba muy interesante el paisaje que el boom urbanístico creo allí: de transición entre la civilización más o menos salvaje y el campo. En los años ochenta se hicieron muchas urbanizaciones en el Aljarafe, «todas a cinco minutos de Sevilla», y en un momento dado empezaron a robar en las casas. Y parece que el paraíso familiar empezó a convertirse en pesadilla.
—¿Esa pérdida de seguridad tiene algo que ver con la pérdida de la infancia?
—Sí, y con la pérdida de nuestros sueños. Las generaciones que vienen detrás de la mía han hecho dos carreras y tres master, hablan dos idiomas, y no encuentran trabajo. Algo ha fallado.alir en televisión ni ser conocida?