Bienal de Flamenco de Sevilla

Antonio Rey, todo al blanco

El guitarrista de Jerez ha presentado en el Alcázar de Sevilla su nuevo disco, «Flamenco sin frontera»

Antonio Rey, durante su actuación Juan Flores

Luis Ybarra Ramírez

El jerezano sabe dar ese tono mayor inesperado, donde sea, con el que coge desprovisto a cualquiera. Sonando a libertad al comienzo, a sal y a campo después. Ahí pellizca porque enciende de pronto una llama breve de alborozo en el pecho de cada uno. No me emocionan sus picados imposibles, de los que abusa, sino su mano menos ostentosa, la izquierda, arañando el mástil por debajo , cerquita de la boca, dándole cristal y miel con la palma al instrumento para que mastique. «Flamenco sin frontera», el disco que ha presentado, explora otros confines más allá de los jondos, pero coloca precisamente un dique que no cruza: la negrura. Por ahí no pasa. Toca blanco. Para todos. Y en el patio se intuye un público diferente, renovado y joven, que viene aquí a echar sus redes y pescar algún movimiento del protagonista. Qué afición más sana.

Sus alegrías son un juego con el percusionista Ané Carrasco . Como los tangos y las bulerías. Supertados rítmicos los dos, se encuentran siempre en algún lugar. Coqueteando a contra con unos coros al fondo, los de Makarines, que, si los quitas, tampoco creo que suceda nada. Óscar de los Reyes también sumó su baile más enérgico.

La farruca resulta profundamente hermosa . Un guitarrista ha de ser eso: un creador que deja de echarle cal a la fachada para barnizar lo de dentro. Un romántico tan solvente que no aburre. Hay elipsis en su toque, pues se asoma a las melodías conocidas por todos y las resuelve con un suspiro. Un silencio que suena en sí. Fecundo. Al igual que hay luminismo cuando se sienta junto a su padre, Tony Rey , a dibujar paisajes. Trazos de Sorolla al lienzo. Despacio, hurgando más con la cabeza que las uñas, expresando.

Pero háblame también, desde ese mismo mundo interior, de la soleá y de la petenera, que no estuvieron. De un San Francisco que no sea rumba, sino esa calle hecha bulería a la que le cantaba la Paquera de Jerez. De la seguirilla, de los tientos, de alguna batalla oscura que haya por ahí y merezca la pena contar. Su obra me pareció elegante, de gran altura, pero de un único color esquivo de lo pardo, de lo intenso . Un traste umbrío. Una queja que no sea bonita, sino cruenta. Una nube que esté gris. La antípoda del algodón. Hubo tiempo para incrementar la paleta, pero la apuesta fue deliberadamente al blanco.

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