Los amoríos de Felipe IV
A lo largo de su vida tuvo un buen número de amantes y otros tantos hijos ilegítimos con todo tipo de mujeres, desde damas de alta posición hasta actrices
Bárbara RosilloFelipe IV fue un hombre trabajador, culto, dotado de una profunda sensibilidad y afición por las bellas artes
Hay hombres cuya pasión por las mujeres no conoce límites. Tal fue el caso de Felipe IV (1605-1660). Fue llamado 'el rey planeta' por los territorios que se hallaban bajo el cetro español, pero también 'el rey poeta' por su afición a la poesía, ya que incluso llegó a componer él mismo. A lo largo de su vida tuvo un buen número de amantes y otros tantos hijos ilegítimos con todo tipo de mujeres, desde damas de alta posición hasta actrices. Su reinado ha sido uno de los más largos de nuestra historia, cuarenta y cuatro años en pleno siglo XVII. Eran unas décadas complejas sacudidas por guerras y conflictos que significaron el principio del ocaso del gran imperio español. Un momento, en suma, de profunda crisis económica y social que paradójicamente vino aparejado de una eclosión de las artes, que alcanzaron unas cotas de brillantez que a pesar del tiempo transcurrido nos siguen impresionando. Es el siglo de Cervantes, Quevedo, Góngora, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Velázquez, Zurbarán y Murillo, entre otros muchos.
El historiador José Deleito y Piñuela publicó, entre los años treinta y cuarenta del pasado siglo, una serie de interesantes trabajos dedicados a la España de Felipe IV, en los que estudiaba los usos y costumbres de todo el espectro social, desde la alta nobleza a los desheredados de toda condición. Uno de ellos está dedicado a la familia real, y bajo el título El rey se divierte trató la figura del monarca y la vida en la corte española. El cuarto Felipe accedió al trono muy joven, ya que su padre Felipe III falleció prematura e inesperadamente. Como casi todos los príncipes herederos, su boda se concertó durante la niñez, siendo la elegida Isabel de Borbón, hija de Enrique IV de Francia y María de Medicis. Isabel era bella y esbelta, morena de profundos ojos negros, como nos la muestra Velázquez. Las capitulaciones de boda se firmaron cuando Felipe tenía siete años, aunque el matrimonio se celebró en 1615, cuando el novio contaba diez años y la novia doce, por lo que debido a su temprana edad no se pudo consumar hasta pasados cinco años.
Felipe IV comenzó sus escarceos amorosos siendo muy joven. Deleito, en la citada obra, recoge sus inclinaciones de la siguiente manera: «Toda clase de mujeres eran buenas para su erótico deporte: doncellas, casadas y viudas, altas damas, sirvientas de palacio, burguesas, actrices, menestralas y hasta tusonas y cantoneras, como entonces se decía a las que hacían tráfico profesional de su cuerpo. Desde el Alcázar a la mancebía, pasando por el corral de comedias, no había frontera para sus ardores; pero sus preferencias iban más a las mujeres humildes que a las linajudas.» Las amantes reales no alcanzaron poder político alguno, ni fueron consideradas favoritas oficiales, tal y como ocurría en Francia. Eran aventuras pasajeras fruto del capricho y la pasión, generalmente esporádicas y poco costosas, ya que según cuentan las crónicas el rey no era muy espléndido con sus conquistas.
Isabel de Borbón sufría con resignación las continuas infidelidades de su marido, aunque éste no olvidaba sus obligaciones conyugales, tal y como atestiguan los continuos embarazos de la reina. El matrimonio tuvo ocho hijos, de los que por desgracia solo dos pasaron de la infancia, María Teresa (futura mujer de Luis XIV) y Baltasar Carlos, príncipe de Asturias, fallecido inesperadamente con tan solo diecisiete años, probablemente víctima de la sífilis. Tan irreparable fue la pérdida de su único hijo legítimo varón, que Felipe IV se vio obligado a contraer nuevas nupcias tras fallecer en 1644 Isabel de Borbón. Esta vez la elegida fue su sobrina carnal (hija de su hermana) Mariana de Austria. De esta unión nacieron cinco hijos más, de los que solo dos llegaron a adultos, la infanta Margarita (la niña de Las Meninas) y el futuro Carlos II. Aunque la tasa de mortalidad infantil era muy alta en la época, el rey debió sufrir terriblemente, ya que tuvo que enterrar nada menos que a diez de sus hijos.
Paradójicamente, mientras sus hijos legítimos se malograban uno tras otro, los bastardos gozaban de salud y buena parte de ellos pasaron de la niñez. El rey solo reconoció a Juan José de Austria, en cuya partida de bautismo aparece como 'hijo de la tierra' (manera de denominar a los hijos ilegítimos por aquellos tiempos), fruto de sus amores con la joven actriz María Calderón, apodada la Calderona. Juan José vino al mundo en 1629, el mismo año que el príncipe Baltasar Carlos. A los pocos días de nacer fue entregado a una experimentada aya que lo crió, recibiendo más adelante una esmerada educación. La bella Calderona no continuó sus amores con el rey y se retiró a un convento en la Alcarria del que llegó a ser abadesa. En 1642 Felipe IV reconoció públicamente a su hijo, se le otorgó el título de alteza y un buen número de prebendas, aunque, al no poder vivir en la corte por su condición de ilegítimo, se le instaló en el Real Sitio de la Zarzuela, residencia actual de los reyes de España.
En cuanto a los restantes hijos naturales del rey no se sabe con seguridad cuántos fueron. Las malas lenguas hablaban incluso de más de treinta; se conocen los nombres de unos ocho, la mayoría varones y casi todos dedicados a la carrera eclesiástica. Algunos escritores del momento hicieron responsable de la disoluta conducta del monarca al conde duque de Olivares. Una teoría afirma que el todopoderoso valido le inició muy pronto en los placeres de la carne para tenerlo sujeto y hacerse el dueño de su voluntad, aunque debemos resaltar que diversos especialistas han afirmado que el monarca padecía hipersexualidad. En cualquier caso, diremos que Felipe IV fue un hombre trabajador, culto, dotado de una profunda sensibilidad y afición por las bellas artes, tocando incluso el violín. Atesoró una magnífica colección de pintura de los grandes maestros de su tiempo que hoy podemos contemplar en el Museo del Prado, como las famosísimas Tres Gracias de Rubens. Por otro lado, tuvo la gran suerte de tener a Diego Velázquez a su servicio, no solo como pintor de cámara, sino que fue enviado a Italia en dos ocasiones con el encargo de adquirir obras de arte para la colección real. Como buen monarca de la católica España, Felipe IV fue muy devoto y cumplidor de los preceptos de la Iglesia, pero su sincero arrepentimiento duraba poco y se lanzaba de nuevo a los placeres. Para concluir, dos versos del poeta Campoamor que podrían ilustrar su carácter:
«Pecar, hacer penitenciay luego vuelta a empezar».
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