Crítica de flamenco
Alberto Sellés y Milagros Mengíbar, dos generaciones de oro
El bailaor gaditano presentó «Once» en los Jueves Flamencos de Cajasol
Cuando los duendes del flamenco se dan cita, se produce una especie de transformación, no sólo del artista sino del público, lo que es aún más importante, porque éste se limita sólo a recibir y gozar. Algo de eso ocurrió en la noche de los Jueves Flamencos de Cajasol cuando Milagros Mengíbar , Alberto Sellés , Rafael Rodríguez , Ana Gómez y Manuel Romero , aparecieron sobre el escenario.
Se estrenaba Sellés en este espacio con su espectáculo «Once», y como es joven pero está sobradamente preparado, reunió alrededor a buenos compañeros de viaje, entre ellos a una de sus maestras, Milagros Mengíbar, con quien estuvo en las aulas de la Fundación Heeren hace ya unos años.
El espectáculo era sencillo, y con una singularidad digna de mención: las transiciones entre los palos por los que transcurría el recital se hacían con una sevillana, así hasta las cuatro, interpretadas de forma magistral por ambos bailaores. Muy hermoso el inicio por caña en la que la estética de la Escuela Sevillana del Flamenco de Mengíbar , y la casta gaditana de Sellés, compusieron una serie de cuadros que parecían postales. Sellés, respetando a su maestra, le daba la réplica y buscaba su mirada, y Milagros Mengíbar, fiel a su estilo preciosista, nos dejaba braceos y escorzos hermosísimos.
Toná, seguiriya, tangos, alegrías, soleá fueron los palos elegidos, en los que Sellés lució su recio zapateado y sus remates, tanto por seguiriyas como por soleá, y Milagros Mengíbar sacó su magisterio en el uso de la bata de cola con unas alegrías clásicas y de regusto tradicional, con la sencillez que se merece el baile de la Bahía . El detalle: el cante que le hizo el bailaor a Mengíbar, en homeneja, imagino a su tío bisabuelo Alberto Sellé, que de casta le viene.
Sellés es un bailaor de los que ofrecen seguridad en escena, no sólo por su capacidad inmensa de transmisión, sino porque además, sabe utilizar los brazos y las manos, los pitos y el gesto. Es un bailaor completo al que le queda mucho por decir, pero lo que dice, lo dice bien. Me gustó mucho por soleá y en los remates por bulerías y los zapateados y puntas en la seguiriya.
Pero no hay que olvidar lo que acompañó a los bailaores, un grandísimo guitarrista como es Rafael Rodríguez, que no sólo acompaña sino que es un concierto cada palo que interpreta, y dos cantaores muy a propósito, Ana Gómez una cantaora de voz profunda y potente, y el flamenquísimo Manuel Romero. Un atrás que estuvo delante todo el tiempo. Cada uno tuvo su sitio, y eso es de agradecer.
Y al final, la sorpresa, tanguillo de Cádiz, «tanguillo de la vieja rica», cantado y bailado por los propios bailaores, con aquella letra de Chano Lobato que todos gozábamos. Un rato estupendo. Una noche gaditana con sones sevillanos que supo a gloria, y donde se reconoció que el flamenco, por grande, tiene generaciones de oro.
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