Crítica de Danza

«Achterland», la energía del movimiento

Estreno en España en el teatro Central de la obra de la coreógrafa belga, Anne Teresa de Keersmaeker

Estreno en España de «Achterland» Anne Van Aerschot.

Marta Carrasco

Había mucha expectación por volver a ver en Sevilla las creaciones de Anne Teresa de Keesmaeker, y en esta ocasión el teatro Central presenta el estreno en España de «Achterland» , que ha llenado por dos días el coliseo de la isla de la Cartuja.

Creada en el año 1990 en esta obra Keersmaeker les dió por primera vez un papel protagonista a los músicos haciendo que participaran en la escena. Además, introdujo hombres en sus montajes con lenguaje dancístico propio, tras a sus primeros trabajos realizados siempre con mujeres. Frente el rabioso feminismo de sus obras anteriores, en «Achterland» la tierra es de todos.

Sobre un gran tablero de madera los intépretes utilizan sillas y pequeños podios que colocan milimétricamente. Cinco chicas bailan, saltan, ruedan por los suelos, ignorando a sus compañeros masculinos que hacen lo propio. No se tocan. Las mujeres vuelven, aparecen vestidas de ejecutivas, pero eso sí, con rodilleras blancas que confunden, y comienzan un juego de manos y percusión, acelerándose sin cesar. Llevan tacones altos, se los quitan a modo de ceremonia. Pero el sutil giro del vestuario da lugar a nuevas escenas. Ya no hay tacones, ni rígidas faldas de tubo, todo fluye, es cómodo, los botines sutituyen a los tacones. Un hombre intenta buscar la atención de las chicas sin conseguirlo. Lo repite una y otra vez, y nada. Risas entre el público, su danza es cómica.

Y de repente, por primera vez los hombres y las mujeres se tocan , se persiguen, juegan y danzan con milimétrico cálculo de dónde deben estar, caer, moverse. El arte de saber caer con precisión es aquí una realidad que se repite sin cesar. «La música es el suelo de mi danza», decía Balanchine, y parece que Keersmaeker se lo ha tomado muy en serio.

Los movimientos de los bailarines son eléctricos y vivaces, transmiten una enorme energía , son jóvenes, no se cansan, aunque se nota su intensa la respiración. La danza fluye, es un fuerte trabajo de suelo que se repite una y otra vez con la música en directo del piano y el violín, que se van turnando en los distintos movimientos. Los bailarines son intensos, expresivos..., ellas, impetuosas, altivas, orgullosas; ellos intentan descubrir sin conseguirlo ese juego femenino. Keersmaker en estado puro.

Ligeti e Ysaye son los músicos elegidos por la coreógrafa que siempre impone la importancia musical en sus obras. Del primero, ocho estudios del piano, de Ysaye, tres sonatas para violín, sin la música en escena no sería lo mismo. Hoy última función de Rosas esta vez con una obra de 2017, «A love supreme». El ciclo Keersmaker, termina así en Sevilla.

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