Crítica de teatro
Abuso de confianza
La obra «Sólo un metro de distancia» plantea un tortuoso y demasiado alargado periplo sobre los abusos sexuales
El teatro aquí ya no es eso que puede acaecer como de milagro, que se puede «revelar» tras recorrer veredas misteriosas; se trata de otra cosa, una especie de sesión o de clase, una terapia —nada lejos de la «autoayuda» , y no lo decimos sólo peyorativamente— no muy distinta a las que se somete la protagonista de «Sólo un metro de distancia» , entre psicólogos y psiquiatras, en su tortuoso periplo en busca de la raíz de una herida (los abusos sexuales por parte de su propio padre) que necesita canalizarse y expresarse de alguna manera para comenzar a remitir.
Es decir, aquí el espectador se convierte, más que en el espía y voyeur que casi siempre fue, en una especie de «receptáculo de voces», pues lo que ocurre en escena tiene sobre todo que ver con una autopsia coreada , con el minucioso y polifónico ataque a un tema —el abuso, sus víctimas y perpetradores— del que se pretenden extraer todas las consecuencias posibles a partir de su punta visible, ya que el resto del iceberg se sabe sumido en un impenetrable silencio y la mayoría de preguntas carecen de respuestas unívocas.
Esto se traduce, en términos representativos, en una fatigosa reduplicación enunciativa , que, incesante, mezcla el estilo indirecto con el directo, y según la cual el cuarteto de solventes actrices va viviendo la escena al mismo tiempo que genera una distancia sobre ella, una perspectiva desde la que juzgar, o simplemente tratar de entender, el porqué de lo dicho y lo hecho por los protagonistas del espinoso asunto.
Así, el protocolo compasivo que establece «Sólo un metro de distancia» avanza y retrocede al mismo tiempo, hundiéndose en la arena movediza de una psicología parlanchina que lo apuesta todo a la conexión sentimental con la audiencia desde el umbral de la lágrima apenas contenida.
Cuando, en la parte final de una obra demasiado alargada , se suspende este férreo dispositivo y las actrices deben habitar el espacio-tiempo sin su amparo, las escenas se sienten atropelladas, flácidas y torpes , pues la gestualidad de los cuerpos anda lógicamente entumecida y las agujetas se concentran en la lengua.
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