FESTIVAL IBEROAMERICANO DE TEATRO

Sacerdotisa telúrica y lumínica

«De Scheherezade» es una poderosa fusión coreográfica que desvela algunas facetas de la poliédrica esencia femenina

Germán Corona

Cádiz

Una de las razones de la creación artística radica en la necesidad de buscarse y reencontrarse a uno mismo. Buscarse, perderse y encontrarse para conseguir algo preciado y unipersonal que se compartirá con el espectador.

Para cualquier creador ese momento de comunión, el de la representación -cuando esta está llena de sentido y verdad-, es el regalo más valioso que puede compartir con quienes somos testigos de la ceremonia escénica.

Como si se tratase de una sacerdotisa, esta particular Sherezade creada por la inigualable María Pagés, nos invita a compartir su revelador experimento en el que se muestra omnipresente en todas las coreografías, aún cuando en algunas ni siquiera sea la protagonista. Su presencia, a veces muy fijada a la tierra/escenario y otras veces etérea, con esos brazos tentaculares que le caracterizan, nos transporta por distintas atmósferas, siempre acompañada por un interesante cuerpo de baile en el que queda patente el dominio de las distintas técnicas dancísticas: flamenco, clásico o contemporáneo.

La Pagés comanda un regimiento de bailarinas portentosas que conforman un grupo heterogéneo en el que no se ve mermada la singularidad individual de cada intérprete. Cada una es ella misma y todas las mujeres.

Tanto la composición coreográfica como el vestuario nos remiten indefectiblemente a los elementos. Están presentes la Tierra y el Viento, la Luna y el Fuego. Coexisten colores tierra con una musicalización que va desde el flamenco hasta lo experimental y minimalista, con reminiscencias árabes e incluso balcánicas. Responsabilidad de ello es la composición musical de Rubén Levaniegos, Sergio Ménem y David Moñiz, interpretada por un cuarteto de cuerda y percusión y por tres voces femeninas al cante.

La iluminación a cargo de Olga García merece especial mención pues coadyuva brillantemente a la percepción del volumen y la forma de todos los cuadros.

Cuadros en los que de forma equilibrada y pulcra vemos a estas hermanas, madres, esposas e hijas convertirse en árbol, en ejército, en mujeres lorquianas, en manada, en tribu…

La telúrica y estética propuesta de la maestra Pagés trasciende en tanto en cuanto nos hace partícipes de una obra cargada de intensidad, emoción y fuerza.

Quedará en la memoria del espectador el momento exacto, infinito y efímero a la vez, en que somos testigos del placer compartido que irradia la sacerdotisa cuando entra casi en trance y con su entrega nos contagia con su luz en cada gesto, en cada movimiento.

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