Ruta Quetzal

Y el dios de la lluvia se hizo presente en Calakmul

Los expedicionarios, enfundados en sus capas de agua, visitan una de las ciudades más importantes de las Tierras Bajas mayas

Los expedicionarios suben a una de las pirámides de Calakmul ÁNGEL COLINA

LUCÍA RODRÍGUEZ DE LILLO

Visitar Calakmul tiene algo de misterioso, de adentrarse en épocas pasadas, en un mundo que parece secreto, casi perdido, escondido en medio de una vegetación exuberante, que la convierte en el segundo pulmón del mundo, tras el Amazonas.

Las primeras noticias que se tienen sobre esta ciudad, ubicada en el interior de la Reserva de la Biósfera del mismo nombre, al sur del estado de Campeche, provienen del biólogo Cyrus Lundell, quien la visitó en 1931 acompañado por los chicleros que explotaban este recurso en la región.

Andrés Ciudad, subdirector de la Ruta BBVA y catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, explica que durante una buena parte del siglo VI y VII, Calakmul fue el poder predominante en la región e innovó desde un punto de vista científico y artístico. Una parte de la fisonomía y la cultura de la ciudad, que pudo llegar a tener casi 70 kilómetros de extensión , un tamaño nunca visto en las Tierras Bajas mayas, se debe, precisamente, a esta época de esplendor. En ella se levantaron edificios monumentales y se cree que la población alcanzó a los 85.000 habitantes, muchos de los cuales llegaron atraídos por la riqueza del lugar.

Compitió Tikal, menor en extensión, por el poder regional en el centro y el sur de las Tierras Bajas durante más de doscientos años. Fueron dos urbes gemelas, que se vigilaron mutuamente a lo largo del tiempo, de manera que los cambios que tuvieron éxito en una fueron asimilados por la otra.

Consciente de la amenaza que representaba Tikal, Calakmul estableció relaciones con todas las poblaciones de la región para cercarla: sus gobernantes casaban a sus hijos con reinas de otros sitios o establecían relaciones comerciales o clientelares, por ejemplo. Pero a finales del siglo VI Tikal consiguió revertir la situación y Calakmul dejó de tener importancia para siempre.

Llegar al núcleo urbano de esta maravilla maya lleva su tiempo . Al trayecto de una hora en furgoneta le sigue un paseo de unos 20 minutos que hace volar la imaginación: los árboles flanquean el paso de los expedicionarios, se hacen eco del sonido de los pájaros y permiten intuir la presencia de una fauna muy rica. Hoy sólo las mariposas y algún que otro mono se dejan ver.

La plaza central, punto de encuentro de las fuerzas políticas, religiosas y sociales de la época, sorprende a los chicos con construcciones impresionantes, pirámides de unos 45 metros de altura, que en el pasado tendrían unos 10 ó 12 más ya que actualmente no conservan la techumbre ni la crestería.

El ascenso al Edificio II, que forma parte de la gran acrópolis, requiere su esfuerzo, pero el paisaje desde arriba merece la pena. Sobre el manto formado por las copas de los árboles sólo sobresalen las cimas de las construcciones mayas.

La mañana se colorea de gris y los primeros rayos aparecen sobre el Edificio I. El viento se levanta de forma inesperada. Adquiere fuerza rápidamente y caen las primeras gotas. Chaak, el dios de la lluvia, invocado tantas veces por los expedicionarios durante estos días, se hace presente . Al llegar a la base, la ropa de quienes no han traído su capa de agua está muy mojada.

Un segundo grupo llega a la base. Los rayos son algo más frecuentes y con cada trueno parece que se rompe el cielo. La pirámide se llena de telas amarillas que la escalan. Algunas expedicionarias prefieren no subir. Un nuevo trueno hace que todo el mundo se sobresalte. Se oyen risas flojas. El segundo grupo reaparece en breve, asustado. El rayo ha caído demasiado cerca mientras estaban en la cumbre. El guía pregunta a los chicos cómo se sienten, si quieren continuar la visita o si están asustados y prefieren dejarla. “Si tengo que morir, que sea en una selva maya”, dice Abigail Félix, de México. Continúan.

El Edificio I uno es aún más vertical. Tanto éste como el anterior eran de uso público, pero en Calakmul abundaban los de uso privado. Eran el lugar en el que una familia rendía culto a su linaje. Los chicos escuchan la explicaciones atentos, sin hacer caso a la lluvia, sin quejarse por estar mojados. Cerca de ellos pueden ver algunos ejemplos de las 120 estelas que hay en Calakmul, convirtiéndolo en el lugar de todo el área maya en el que se han encontrado más.

Las estelas son un elemento fundamental para el centro y el sur de las Tierras Bajas . Son el mayor objeto de propaganda política de los mayas. Las que ven los chicos están muy deterioradas porque la caliza de la que están hechas es de muy mala calidad, algo sorprendente, según apunta Andrés Ciudad, ya que se construyeron para perdurar.

Estas piedras narran una buena parte de la vida de la dinastía Garra de Jaguar. Sin embargo, al estar tan deterioradas, mucha de la historia de Calakmul se conoce por lo que se cita de ella en otras ciudades.

La lluvia amaina y la expedición retoma el camino que la llevará de nuevo a las furgonetas. Son las cuatro de la tarde. Aún queda una hora de trayecto para salir del recinto. Por el camino, los comentarios giran sobre cuánto de cerca estaban unos y otros cuando cayó el rayo más fuerte, la pena que les da no haberlo podido captar con la cámara. A pesar de que la comida llega casi a la hora de la merienda, del chaparrón, de los sobresaltos, el ánimo está por las nubes. Probablemente porque cuando pensaban en cómo sería la Ruta pensaban en esto.

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