Arte y demás historias
Ropa de ayer, ropa de hoy
España, con Zara y Mango a la cabeza, es líder mundial vendiendo última moda a precios asequibles. Se compra mucha ropa que se usa poco y que rápidamente se sustituye

Nos ha tocado vivir en un mundo donde todo ocurre con gran rapidez. Diariamente recibimos un bombardeo de noticias, guasap y correos; es tanta la información que nuestro cerebro se ve obligado a desechar muchos contenidos, antes de haberlos asimilado. Este nuevo concepto de existencia a toda velocidad afecta a muchas esferas de nuestra vida, desde la forma de comer hasta la manera de vestir. Estamos en la era del «fast food», pero también de la «fast fashion». España, con Zara y Mango a la cabeza, es líder mundial vendiendo última moda a precios asequibles. Se compra mucha ropa que se usa poco y que rápidamente se sustituye. El sistema ha provocado que la mayoría seamos consumistas en mayor o menor medida. Parece que es absolutamente preciso tener mucho de todo, fenómeno sin el cual la moda no existiría. Los anuncios que inundan las redes sociales se encargan de hacernos desear los trapitos que luce tal o cual espectacular actriz o modelo.

Este hecho contrasta poderosamente con la manera de entender la moda hace siglos. La vestimenta tenía un alto coste, los cambios se producían lentamente y las prendas se cuidaban y reparaban para seguir usándolas, ya que todavía no existía una industria como tal que pudiera proveer de manera rápida y eficaz. Todo se realizaba a mano hasta que se inventó la máquina de coser a finales del siglo XVIII. El «ir de tiendas» simplemente no existía, fueron las francesas las primeras en experimentar el placer de ir de compras. En París, siempre a la vanguardia de la moda, se abrieron las primeras boutiques a finales del siglo XVII.
A lo largo de la Edad Moderna, la indumentaria jugó un papel muy destacado. El traje debía mostrar el estatus del individuo y su posición en la escala social. Tener un gran guardarropa era algo al alcance de muy pocos, pues las prendas de vestir eran caras en comparación con otros objetos del ajuar doméstico, como mobiliario o incluso pinturas. Por ello la ropa fue, al igual que estos últimos, objeto de inventario.

Lo más sorprendente desde nuestra perspectiva actual estriba en que los documentos recogían, no solo las prendas que se encontraban en buen estado, sino también las que estaban ya inservibles. Hay que tener en cuenta que, al realizarse un inventario tras el fallecimiento de una persona, normalmente la ropa que figuraba había sido ya usada. Las descripciones son muy curiosas, pues con gran frecuencia aparece el tipo o tipos de tejido de cada pieza, el color y el forro. Si la prenda era especialmente rica, por ejemplo un vestido, se hacía de manera más exhaustiva: «Un tapapiés y casaca de tela de plata sobre damasco encarnado forrados en tafetán y guarnecidos con galón de plata». Esta descripción corresponde a un traje femenino formado por falda (tapapiés) y chaqueta (casaca), bastante rico no solo por la tela, sino por la guarnición con galón de plata. Las españolas del siglo XVIII usaron frecuentemente un atuendo formado por dos piezas, y bajo la casaca un corpiño. Traspasándolo al momento actual, sería como llevar un traje de chaqueta, compuesto lógicamente por chaqueta y falda.
Lo verdaderamente interesante es que se tomaba nota de todo ya fuera costoso o inservible. En los documentos, por tanto, no solo aparecen vestidos, mantillas, mantos y guantes, sino también prendas íntimas como medias, corpiños, calzoncillos, enaguas, camisones y fajas. Al ser tan exhaustivos, los inventarios de bienes nos permiten conocer cómo se vestía y qué tejidos y colores estaban a la última. Algo supuestamente tan frío como un documento notarial arroja un profundo conocimiento sobre la moda y las costumbres de siglos pasados. A través de ellos podemos conocer las tendencias, los precios y los paulatinos cambios que se fueron produciendo en los guardarropas de nuestras antepasadas. Y conociéndolas a ellas, seguramente podremos comprender mejor la extraña relación de afecto y predilección que todavía hoy, en plena época de la «fast fashion», establecemos con prendas que siguen pasando de madres a hijas.
