Pixies: hasta que se les agoten las reservas de magia
La banda de Boston, leyenda del indie, llenó el Sant Jordi Club con sus viejos clásicos y un generoso repaso a 'Doggerel', su último disco
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
Nada explica mejor lo que son los Pixies en pleno 2023, estos Pixies 2.0 que llevan ya el doble de años en activo que su encarnación original, que el brutal, salvaje, contraste entre sus himnos clásicos y su material reciente. Suena ' ... Bone Machine' y todo son brincos y brazos en alto. Cae 'I've Been Tired' y el público lo celebra como un gol en el último minuto de la Champions. ¿'Hey'? La locura. ¿'Monkey Gone To Heaven'? Un amor gigantesco desparramándose por el Sant Jordi Club. Entradas agotadas, el músculo de la nostalgia bombeando a toda máquina, y satisfacción general.
O no. Porque de pronto asoman la cabeza 'Nomatterday' y 'The Lord Has Come Back Today' y la gente mira alrededor, desconcertada, a ver si el vecino tampoco se la sabe. Y no, no se la sabe. De hecho, el vecino no está: ha aprovechado para ir a buscarse una cerveza. Pero no pasa nada. Todo forma parte del juego. Un pulso a la memoria con el presente como peaje.
El público aguanta porque sabe que muy mal se ha de dar la noche para que no caigan más de veinte clásicos. Y la banda fantasea durante un par de horas con la ilusionante idea de que su material reciente es realmente relevante. Todo el mundo, los de arriba y los de abajo, sabe que nada de lo grabado y publicado desde 2014 ha vendido una sola entrada, pero no pasa nada. Es parte del espectáculo. De la farsa.
Ni siquiera el reciente 'Doggerel', bastante más inspirado que cualquier otro disco post 'Trompe Le Monde', ha alterado el equilibrio de fuerzas. Al contrario: que se empeñen en tocar, como anoche, hasta ocho canciones de su último álbum, no hace más que agrandar el abismo.
Esas dos velocidades, la yenka de los Pixies y el indie-rock, es lo que marcó, una vez más, su regreso a Barcelona cuatro años después. El surf galáctico de 'Cecilia Ann' para empezar, barullo de guitarras y al lío. Concierto antológico y al peso, casi 40 canciones en dos horas, doble ración de 'Wave Of Mutilation' (¿otra vez?; ¿en serio?) y generosa bipolaridad. Una de 'Doolittle', otra de 'Beneath The Eyre'. Subidón con 'Vamos', tremendo bajón con 'Doggerel'. Eso sí: qué gusto el calambrazo de 'Tame' y el atropello de 'Isladencanta'. El dejarse otra vez la garganta en 'Debaser' y rendirse al poderío atómico de 'Where Is My Mind?'. Aunque se haga largo. Aunque arranque torpes y lentos, como recién llegados de una cena de digestión pesada.
Un detalle para amantes de la numerología: antes de implosionar violentamente y disolverse vía fax en 1993, los Pixies habían tocado tres veces en Barcelona. Sí, solo tres. En su segunda venida, sin embargo, acumulan ya seis conciertos, siete con el de anoche. Y casi siempre en recintos con los que ni habrían soñado en 1989. Así que, a estas alturas, todo el mundo sabe qué es lo que hay y a lo que va. No a verles parlotear o saludar. Tampoco a escuchar 'Death Horizon' o 'Vault Of Heaven'. Nada de eso. A lo que va el público es a ver sus magos favoritos ejecutando viejos trucos de manos. A gritar como un demente con 'U-Mass' y abrazar el gran calambre final de 'Winterlong'. A seguir bramando aquello de 'we're chained' hasta el final. Hasta que se les agoten las reservas de magia.
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