crítica de ópera
Hablemos claro de música
La teoría se nos vino abajo cuando el trío se mostró gozoso y completamente compensado con Clark

Vuelve este ciclo con la presentación de viva voz de Carmen Martínez Pierret. Las notas al programa son una herramienta vital para que aquellos espectadores que deseen incardinar la música que van a escuchar (o han escuchado, si lo hacen después) en su contexto, ... saber detalles acerca de las mismas o de los autores. Pero esto debe ser una opción y no una obligación, y siempre fuera del tiempo de interpretación de dicha música.
Y además estas intervenciones nos parece que predeterminan la opinión del público para que oiga lo que luego a lo mejor no se escucha. Por ejemplo, el 'Trío en sol menor op. 11 de Cécile Chaminade. Ya el año pasado tuvimos en este ciclo a la pianista y compositora francesa, que dejó escritas hasta 400 piezas, muchas de ellas piezas cortas para pianistas aficionados, y otras, como su 'Concertstück' Op. 40, le dieron popularidad después de que lo estrenara en Estados Unidos con la Orquesta de Filadelfia. De este 'Trio' se ha dicho que el primer tiempo mira a Fauré y las estructuras contrapuntísticas de Brahms; el segundo que busca las atmósferas de Schumann; el tercero, que tiene como referencia a Mendelssohn, para volver a mirar el estilo de Fauré en el último movimiento. Pero que un músico de 22 años se inspire en estos compositores no le asegura nada; en todo caso, y si no iguala o supera al maestro, su trabajo quedará en evidencia, a pesar de una formación musical sólida como la que tenía Chaminade. No decimos que toda la obra sea igual, pero sí esta obra de juventud. Ya el primer movimiento hacía con mucha frecuencia converger los tres instrumentos en la zona media de cada uno, con lo que se diluía cualquier tipo de contraste, acentuado por un desequilibrio instrumental.
La primera explicación para esto último la quisimos encontrar en la desproporcionada tímbrica que presta un piano de gran cola con la tapa completamente abierta en un recinto pequeño frente a un solo violín y un chelo. La teoría se nos vino abajo cuando el trío se mostró gozoso y completamente compensado con Clark; aún así, el sobreesfuerzo de la pianista para mantener esta posición se hubiese solucionado cerrando -como suele hacerse en la música de cámara- la tapa del piano a su mínima posición. El último movimiento de Chaminade presentaba mayor interés, pero el conjunto reducía todas las influencias antedichas a lo que la presentadora dijo que no íbamos a escuchar: música de salón. No tenemos nada contra el género, pero hay que llamar a las cosas por su nombre, sin necesidad de magnificar las obras ni mediatizar al público. Curiosamente, la música de la húngara crecida en Croacia Dora Pejačević, siendo una obra ya metida en el siglo XX (1910), estaba sólo algo más elaborada que la de Chaminade (1880), aunque igualmente edulcorada para la fecha de su estreno, si bien en su último tiempo se mostró más imaginativa, y eso que a veces caracoleaba con los temas en exceso.
Pero por el contrario no hubiera hecho falta ponderarnos las excelencias del 'Trío para violín, violonchelo y piano' de Rebecca Clarke. Sólo 11 años posterior (1921) al de la compositora croata, y sin embargo su factura se encuentra a años luz de sus compañeras de programa, no sólo en la inventiva, sino en el manejo descarnado de un lenguaje avanzado, pero no gratuito: el impacto de la guerra la llevó inexorablemente a una dureza descarnada ya desde el primer movimiento, con pasajes atormentados y martilleantes, que causaron una respuesta inmediata en los miembros del trío, que se implicaron absolutamente en las sombrías atmósferas y los beligerantes pasajes.
La reflexión contemplativa llegó con el segundo movimiento, que pareció teñirse de cierto colorido esperanzador con escalas pentatónicas que también los interpretes recrearon siguiendo fielmente el planteamiento de la compositora. Todo volvería a la 'barbarie' del principio en el movimiento final, pretendiendo con ello que no olvidemos, repitiendo la reciedumbre del belicismo y la atmósfera asfixiante del primer tiempo.
Extraordinario aquí el trío, lleno de energía, de carácter, de implicación. Arauzo fue la más constante, cargando con la responsabilidad de compensar el 'peso' dinámico del piano, pero lo suplió de sobra con una ejecución muy articulada, virtuosa e intensa.
Bustamante también realizó un gran papel, aunque en la primera obra fue entrando poco a poco, mientras que acaso el más 'sincero' fuese Fausto, que no terminó de implicarse en la obra de Chaminade y todavía se sintió algo distanciado de la de Pejačević, pero que en Clark estuvo tan brillante como exultante y poderoso. Claro.
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