Festival de Aix-en-Provence: Wozzeck somos todos
Sir Simon Rattle dirige la ópera de Alban Berg en una producción de Simon McBurtney
Las fallidas intenciones del Festival de Aix

Crítica de ópera
'Wozzeck'
- Música y libreto Alban Berg
- Dirección musical Sir Simon Rattle
- Dirección escénica Simon McBurney
- Escenografía Miriam Buetherri
- Vestuario Christina Cunningham
- Iluminación Paul Anderson
- Coreografía y colaboración en la puesta en escena Leah Hausman
- Vídeo Will Duke
- Intérpretes Christian Gerhaher, Malin Byström Thomas Blondelle, Brindley Sherratt, Estonian Philharmonic Chamber Choir, Maîtrise des Bouches-du-Rhône, London Symphony Orchestra
- Lugar Grand Théâtre de Provence, Aix-en-Provence (Francia)
En los manuales se explica que el 'Woyzeck' que Georg Büchner dejó inacabado en 1837 es una tragedia que culmina en la ópera de Alban Berg manteniendo incólume el mensaje original, en este caso a la sombra de las devastadoras consecuencias de la ... Primera Guerra Mundial. Primero fue la crueldad ejercida sobre los soldados por los aristocráticos mandos del ejército prusiano y un cuerpo médico habituado a imponerse mediante el trato vejatorio y el castigo corporal.
La ejecución en Leipzig del barbero Johann Christian Woyzeck, un antiguo soldado esquizofrénico que había asesinado a su mujer sirvió de coartada para desarrollar un argumento que siguió activo en Berg, en el contexto de un mundo en el que eran palpables las desigualdades que arrastraba la sociedad industrial, especialmente allí donde la pobreza convivía con la arrogancia, la humillación y el ultraje.
'Wozzeck' fue un hito en la época (al menos desde que la ópera logró imponerse una vez estrenada en 1925) y, aunque todavía no se sospechase, un presagio de las calamidades que vendrían en las décadas posteriores. Inevitablemente aflora la denuncia del autor, indudable desde la perspectiva argumental y a todas luces clarividente si se analiza la realización formal y musical, materializada sobre los principios lingüísticos desarrollados por la Escuela de Viena, aunque hábilmente engarzados en la tradición histórica como elemento estructural de la obra.
Todo esto es bien conocido y no requiere mayor detalle. El compromiso de Berg es admirable desde cualquier punto de vista y 'Wozzeck' un ejemplo supremo ante el que no cabe la duda ni la desconfianza. En Aix-en-Provence se habla de 'una tragedia de la manipulación, sin escapatoria'. Lo era en 2020 cuando la Covid-19 vino a desmoronar en veinticuatro horas un mundo que mostraba con orgullo su seguridad y la edición quedó reducida a un gesto de supervivencia; lo es también ahora, una vez superada la crisis y reactivada la vida cotidiana, como antes o quizá un poco peor si es que se observa la debilidad con la que se maneja todo lo vivido.
Cabría preguntar hasta qué punto la experiencia de estos últimos años ha servido para pulir o acentuar algún gesto de la producción sobre 'Wozzeck', que por fin se ha estrenado en el festival francés. La respuesta es asunto de sus realizadores, el director musical sir Simon Rattle y el teatral Simon McBurney. Posiblemente apenas sea un detalle de los muchos que conviven en un espectáculo que encierra en sí mismo una obligación intemporal, sustancialmente imponente, cautivadora, esencialmente estricta e inmediatamente apabullante; tan capaz de absorber con rigor el mensaje de la obra como de colocarlo en una dimensión presente, en el lugar desde donde se habla al espectador de frente y sin pestañear.
La relación de Rattle y 'Wozzeck' viene de lejos y engarza con su mentor Berthold Golschmidt que fue asistente de Erich Kleiber durante los cientos de ensayos que precedieron al estreno de la ópera en 1925 y que luego tocó en la orquesta. El director británico lo cuenta en el programa de mano de estas representaciones, con la naturalidad de quien se siente orgulloso de pertenecer a una tradición indiscutible. No es una medalla en el curriculum, es la verificación de una verdad que tiene su materialización en una propuesta que ahonda en la armadura humana de la obra, que revaloriza todo lo que en ella hay de íntimo y que revela con prodigiosa trasparencia el entramado musical: su fascinante colorido, la minuciosa superposición de texturas, el equilibrio de una escritura elocuente, descriptiva e intensamente reflexiva. Rattle comparte con la London Symphony un destino que araña la angustia y que es fácil suscribir porque se presenta con calidad y minuciosidad, tan capaz de trazar en lo mínimo el perfil de la escritura como de enaltecerla de forma desgarrada.
Con seguridad, Rattle es fiel a su propio antecedente pero tampoco hay duda de que no se recrea en la nostalgia pues otorga a su versión una claridad reveladora al servicio de un reparto que redescubre la obra. Valgan tras ejemplos inmediatos. Christian Gerhaher ha madurado el papel hasta decirlo con una naturalidad apabullante. Es suyo desde la perspectiva vocal y también física, incluyendo la liguera cojera que añade timidez y vulnerabilidad. Aparece en Aix en un momento vocal brillante, capaz de revelarse contra el mundo y encogerse en el miedo. Es muy difícil sustraerse a un interpretación tan reflexionada. Malin Byström observa a Marie desde un punto de vista distinto. La voz queda algo más retrasada pero crece según avanza la obra, en todos los casos dibujando muy ajustadamente un papel que, al igual que Wozzeck, cambia ofreciendo siluetas muy diversas. Verdad y certeza se dan la mano. Queda un último patrón que en realidad son otros tres, en este caso marmóreos, incorruptibles e inalienables. Peter Hoare, un capitán de aguda repulsión; Brindley Sherrat, doctor ruin e infame, y Thomas Blondelle, tambor mayor, ágil y corrompido.
Todos ellos evolucionan con un ritmo similar al hilo de una propuesta escénica que nace de la música y a ella sirve; que encaja en su devenir y lo coreografía. Simon McBurney está en Aix porque el director del festival, Pierre Audi, ha logrado la hazaña. Se prodiga poco y de forma selectiva. En 'Wozzeck' se nota el tiempo de trabajo en la prodigiosa sucesión de detalles que se acoplan como una maquinaria de precisión afirmando lo perturbador del mensaje.

El tiempo dramático que enloquece en la simultaneidad de un suelo circular de varios anillos que gira en sentidos diversos y se contradice con la linealidad de otras escenas. La clarividente presencia de un video que refleja lo real y lo imaginado, que sirve para mostrar el comadreo de los observadores o establecer espacios tan opresivos y desangelados como las fachadas de edificios, en una continuo de ventanas interminable, en un espacio hostil, intemporal aunque sospechosamente cercano.
McBurney funde 'Wozzeck' en la oscuridad del gris, encuentra imágenes potentes y crea escenas de una contundencia visual y escénica indiscutibles, ya sea la consulta médica o la escena del bar en la que demuestra (por si hubiera alguna duda) la exquisita meticulosidad en la disposición de los intérpretes, o la del campamento de durmientes ordenado por filas, frío por su impersonalidad y en el que Wozzeck intenta olvidar.
La impecable transición entre las escenas, como bien se sabe, cada una de ellas definida por un forma dramático-musical concreta, incorpora en muchos casos un elemento que flota y añade una perspectiva surrealista: es la puerta que, según las escenas y su posición, dimensiona el espacio, establece un punto de observación, ahonda en la ilógica de cuanto sucede más allá de lo previsible.
Así sucede en la escena final cuando las paredes oprimen al hijo de Marie, acosado por sus compañeros y a quienes seguirá sin sospechar que está condenado a revivir hechos pasados. 'Wozzeck' es la narración de algo lamentable, sin duda la proyección de un orden social tremendo. McBurney y Rattle alimentan con fidelidad sus principios, el reparto de Aix lo funde en una unidad inquietantemente creíble y, todo ello, implica compromiso y conciencia. Lo reconstruye esta producción que deja en el aire la sensación de que el pálpito sigue vivo casi dos siglos después. Ese es el drama.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete