Charlie Watts, los buenos baterías no hacen solos
El músico y escritor Mike Edison publica un libro dedicado al Stone fallecido: 'Simpatía por el baterista. Por qué importa Charlie Watts'

En los futuros anuarios de la historia del rock, el capítulo dedicado a 2021 aparecerá titulado como el año en que falleció el primer Stone que llegó a viejo. La muerte de Charlie Watts dejó a la gente tan descolocada como la de ... Lou Reed o Bowie, siendo una figura mucho menos glamurosa y en principio, trascendental. Pero era un miembro fundador de los Rolling Stones, y su despedida del mundo terrenal dio que pensar.
Al escritor y músico Mike Edison (a algunos les sonará por su reciente disco junto a Guadalupe Plata, a otros por haber tocado la batería con The Raunch Hands, GG Allin o Edison Rocket Train) la noticia le pegó fuerte, tan fuerte que su cabeza empezó a darle vueltas a un montón de anécdotas, sumiéndose en un estado de reflexión introspectiva que ha canalizado en 'Simpatía por el baterista. Por qué importa Charlie Watts', una auténtica joya para lectores bateristas, y un entretenidísimo análisis de la figura de 'The Silent Stone', 'Charlie Boy', 'The Wembley Whammer' o como gusten llamarle el resto de los mortales.
En su libro, Edison no sólo recorre la vida y milagros de Watts sino también la de otros colegas, de forma escueta pero muy ingeniosa y cultivada. Y escribe con especial brillantez sobre el propio instrumento y sobre el noble oficio de tamborilero.
«Las baterías son los cimientos sobre los cuales se construyeron los palacios de la cocaína, también conocidos como discotecas en los años setenta, con el repetitivo patrón rítmico de fondo (boom shh-whack, boom, boom shh-whack) brindando el hormigón de la mezcla, pero también son la esencia misma del jazz en sus más diversas manifestaciones, y por supuesto, la columna vertebral de la hidra conocida como rock'n'roll», describe el autor, que niega la mayor a los que dicen que Watts no era un baterista genial pero que marcaba el tiempo con perfección robótica: «Como Albert Einstein y Charlie Watts han demostrado con éxito, el tiempo es un bien fungible. En términos más pedestres, digamos que no querrías hacer el amor con alguien que folla como un metrónomo, así que ¿por qué querrías tocar rock'n'roll como uno?».
Y es que tal como Edison sentencia, los mejores bateristas no son ni los más espectaculares ni los más precisos. Son los que se hacen notar de un modo que no se puede explicar con palabras. Y aquí entra en juego un conflicto: ¿se ha notado tanto la sustitución de Watts por Steve Jordan en la última gira de los Rolling? Mmm... No. Pero si esa misma gira mastodóntica que deja poco margen a los detalles hubiera pasado por salas pequeñas, honky-tonks y baretos, vaya si se hubiera notado.
Watts nunca tomó clases de batería. El 'Walking Shoes' de Gerry Mulligan con Chico Hamilton a los parches le rompió la cabeza cuando tenía trece años, los discos de Charlie Parker con Papa Jo Jones le abrieron el camino, y cuando escuchó a Gene Krupa ya sabía perfectamente lo que tenía que buscar al sentarse en la banqueta. «Esa es una de las razones por las que Charlie importa», dice Edison. «Siempre fue fiel a su escuela. Incluso bajo el yugo de los Rolling Stones, nunca dejó el jazz del todo (...) Alegrémonos de que los Stones fueran lo suficientemente inteligentes como para contratar a un baterista de jazz que siempre pusiera el roll por delante del rock».

Tal como Edison destaca, el análisis de la figura de Watts no puede soslayar sus particularidades estéticas. «Se zampaba de cabo a rabo la revista Downbeat no sólo en busca de los sonidos más modernos del Nuevo Mundo, sino también prendado de la elegancia de las vestimentas que gastaban aquellos tipos. Aquellos músicos de jazz sabían vestirse, y en algún momento se dio cuenta de que, para sonar bien, era preciso también tener buen aspecto y siempre se mantuvo en esa línea».
Pero lo más importante, según el autor, es que Charlie siempre tuvo una intuición extraordinaria: «Sabía cuándo hacer swing, sabía cuándo adoptar un lenguaje más vehemente y marcial». Y sobre todo, no se dejaba arrastrar por el onanismo de los solos, una especie de performance que según Edison, sólo ha funcionado bien cuatro veces a lo largo de la historia: el de Krupa en 'Sing, sing, sing', el de Joe Morello en 'Take five' con Dave Brubeck, el de Ron Wilson en 'Wipe out' con los Surfaris y el de John Bonham en 'Moby Dick' con Led Zeppelin. «Charlie no tocaba solos de batería, no porque no fuera lo suficientemente bueno como para deleitarnos, sino porque era lo suficientemente bueno para no tener que hacerlo».
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