La vida con Aute

«Fue (¿fue?) el hombre más divino de la tierra y el más humano, el incondicional batallador por la dignidad»

Luis Eduardo Aute Óscar del Pozo

Miguel Munárriz

A Maritchu, Laura, Miguel y Pablo

Eduardo tuvo siempre una doble condición que le hacía único. La de un ser tocado por la gracia de los dioses y la de la sencillez de la amistad. Fue (¿fue?) el hombre más divino de la tierra y el más humano, el incondicional batallador por la dignidad («mercaderes, traficantes, no han rozado ni un instante la belleza»).

La vida con Eduardo fue siempre diferente porque él nunca bajaba la guardia, siempre daba en el clavo («la guerra que vendrá será la más hortera de todas la guerras que ha habido y habrá»).

Treinta y cinco años de amistad dan para mucho: hemos recitado poemas a las doce de la noche con Fernando Beltrán en la Semana Negra de Gijón; hemos contemplado París desde sus puentes y hemos comido en La Coupole, en la mesa en la que acostumbraba sentarse Giacometti. Fuimos con Palmira en un tren desde París a conocer a Carlos Edmundo de Ory a su casa de Thézy-Glimont, y comimos y bebimos y recitamos y nos reímos como críos. Hemos compartido atardeceres en la costa gaditana.

Le gustaba recitar sus poemas en sitios pequeños, en Avilés, en Cádiz, en Sevilla, en Salamanca…, en los bares en donde entraba le ponían sus canciones y le llamaban maestro. Pero Eduardo no quería ser maestro de nada, llevaba puesta siempre la mirada de nobleza y sencillez con que vivió. Y fue (lo será siempre) nuestro padrino de boda, de una boda singular porque nos casamos en 2008 en el consulado de Roma, íntimamente solos…, bueno, no tan solos porque en cuanto Palmira se lo dijo, él dejó por unos días el estudio de grabación en el que estaba preparando un nuevo disco y se embarcó con Maritchu en el mismo avión que nosotros. Fue tan divertido ver a la cónsul y al personal que trabajaba allí cuando vieron a Eduardo… Todo cambió en un instante porque después de la firma de documentos una de ellas se arrancó con «O sole mio» y llenaron las mesas de canapés y cava y nos dijeron que nunca hacían eso pero que aquel era un día especial. Todo es especial con Eduardo porque él ve la vida con mirada especial, como escribió Ángel González: «Soy alto porque tú me crees/ alto, y limpio porque tú me miras/con buenos ojos,/con mirada limpia…». Así era todo con Eduardo (otra vez he vuelto a este tiempo verbal tan odioso). Todos coreamos sus letras y admiramos sus cuadros; a él, que había hecho cine, poemas y canciones, pintar era lo que más le gustaba y lo que más necesitaba.

La vida con Aute era así, y Ángel lo sabía: «Tu pensamiento me hace/inteligente, y en tu sencilla/ternura, yo soy también sencillo/y bondadoso». La vida sin Eduardo no podrá ser igual, pero nos queda su mirada, su lealtad, su generosidad y el infinito amor que nos regalaba cada día.

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