Música
Veinte piezas musicales para descubrir el flamenco
Este martes 16 de noviembre se cumplen once años desde que la UNESCO declarara a esta manifestación artística Patrinonio Cultural Inmaterial de la Humanidad
La primera persona, en el flamenco, parece un recurso recurrente. No supieron los poetas adentrarse de otro modo en el impacto que les causó una voz, un momento. Así Lorca empleó al verso corto, también la prosa, para evocar a Tomás Pavón y Manuel Torre. Rafael Montesinos contó, por soleá, la imagen, algo fragmentada ya bajo su cráneo, de su madre rayando placas de pizarra de Manuel Vallejo en el gramófono. Romero Morube entendió el sollozo con una saeta del Gloria. Y Blas de Otero definió como «el cante cortado de perfil, bruscamente» el eco de un jovial José Menese, a quien también retrató Alberti por medio de la palabra. Como ve, en el flamenco, un arte donde las vivencias orientan el cauce del sentido, la experiencia es más que necesaria. Ese narrar el mundo enfrentado a la idea, desde la primera persona, como los metafísicos, es el punto de partida y la meta sobre la que gravitan las cosas, hacia donde todo se dirige y termina por converger. No hay más: solo gusto, tendencias, debilidades. Sobre todo ello, mil y una racionalizaciones de la emoción. En el fondo, tan solo la irracionalidad radical de las querencias. Por eso, en el Día Internacional del Flamenco , quien solo presume de haber escuchado unos cuantos cantes y haberse emocionado varias veces en el camino sugiere veinte puertas de entrada a esta música. Un ejercicio, como entenderá, muy subjetivo; si mañana perdiera parte de mi memoria y hubiera de proponer otras veinte piezas, serían, quizá, otras.
Arranco con el principal captador de aficionados de los últimos tiempos: Camarón de la Isla , genio a través del cual muchos descubrimos, como los vikingos al explorar un territorio nuevo, la belleza que esconde lo que en un principio creíamos yermo. La bulería 'Al verte las flores lloran' da título a su primer disco en solitario, junto a Paco de Lucia. La melodía es un robo a un bolero de Jorge Negrete, 'Campanitas de la aldea', que interpretaba El Cojo de Huelva. Este artista, fallecido en los 50 y, curiosamente, de Triana y sin desnivel en el andar, llegó seguramente a sus manos por medio del padre de Paco de Lucía, Antonio Sánchez Pecino, quien le cedió una extensa discografía de la que nutrirse. En esos surcos que registra Camarón está todo lo que vendría después, además del punto del que partía. Precocidad en la creación e intención. Un remate hecho trabalenguas honrando al Chaqueta, su pasado. El futuro, también: la frescura que derrocha al acometer por otra vía lo antiguo. Una afinación imposible, el compás superdotado, la llaga de siempre concebida de una forma distinta. Qué decir: había reinterpretado el grit o.
Enrique Morente , poseedor de una de las obras más originales de la segunda mitad del siglo XX, hace de un texto de Manuel Machado un tango oriental con afán de himno en 'Mi pena'. El Lebrijano , en 'Persecución', un canto a la libertad de su pueblo, los gitanos, que levantan polvaredas por los senderos en las letras que escribió Félix Grande. Ambos, Morente y Peña, Peña y Morente, fueron poesía y castillo, aperturas, posibilidades, lecturas disruptivas con un sinfín de esquinas y pocos muros con los que toparse.
Este viaje que planteo no conduce al origen de los elementos, sino que trata, más bien, de perderse. Por eso aparece una cantaora actual, Mayte Martín , con la malagueña de Chacón vestida de terciopelo y, acto seguido, una seguirilla de Chocolate , que se hace añicos el corazón sin mencionar el dolor; lo personifica. Ahí se muestran dos estéticas diferentes para expresar lo mismo. Eso es el flamenco: un montón de contrastes. Lole y Manuel cantándole a una luna que sueña con ser bailaora y Arcángel arrimándose a Esperanza Fernández para jugar a quién muere primero en una zambra. El flamenco es ida y vuelta en la geografía y el tiempo: Manolo Sanlúcar sentando cátedra de la técnica y sensibilidad que requiere la guajira y el Niño Gloria con un reproche con peso de losa infinita. Tan grande es la dimensión de esto último que al caer se marcha, como poco, a otro párrafo.
Lo que hace ese viejo cantaor jerezano con el fandango es lo propio de la Ópera Flamenca de los años 20 y 30 , cuando este género se hizo espectáculo por las plazas de toros: embellecer. Las caídas de la música, cómo se alza y vuela y aterriza de nuevo en un tono radicalmente sorpresivo, percute en el pecho de cualquiera. Más aún cuando esparce entre el caramelo y la rabia una recriminación desesperada: «De noche cuando me acuesto/antes de dormirme lloro/es por la pobre mare mía/que al morir me deja solo/tanto como me quería…».
Buscando las líneas que dibujó Pepe Marchena por el aire, Rocío Márquez encuentra hoy hallazgos considerables. Su granaína del revés, en el disco 'El Niño', es un ejemplo de ello; la tecnología, bien aplicada, se puso al servicio del arte, y no a la inversa. Pero también conviven en la actualidad discursos equidistantes a este. Algo de su padre, Rancapino, y del primer Camarón hay en Rancapino Chico . Algo de Chiquetete y de Juanito Villar, de la Perla, La Marelu, Fernanda de Utrera, Caracol y de sí mismo. Lo que hace en la soleá que escojo de su ópera primera, grabada en directo en una casa de campo entre amigos, periodistas y maestros, pone a prueba la paciencia del que escucha. Estamos desacostumbrados al silencio y la quietud. Su soleá camina hacia atrás, renquea con pie de dinosaurio y voz de arcilla. Es lenta, de una pesadumbre que mantiene el oído de quien la recibe asomado a un precipicio constante. Ahí nos flagela, donde la vida parece haberse detenido.
La modulación de Tomás Pavón , hermano de la Niña de los Peines, y la velocidad extraordinaria de La Paquera de Jerez , esos son dos de los atributos que se cuelan en este listado. También la locura desenredándose en un Torta que junto a Moraíto no puede más que caer ante el altar de las roturas y Martirio , tan estrafalaria, abriendo una grieta ancha como el cristal de sus gafas dentro de una misma canción. Lo explico: suena el toque cristalino de Rafael Riqueni antes de que la onubense entre en el taranto de Manuel Torre. Todo luce bello y ortodoxo hasta que Raimundo Amador, de pronto, irrumpe con sus cuerdas, las baquetas golpean con un aire rockero y de la mina pasamos a una discoteca anacrónica. Ese cambio de escenario, tan radical, dura unos segundos y resume varias décadas de modificaciones trascendentales. Es raro como una oreja. Hecho para la alucinación.
Los discursos de las guitarras de Paco de Lucía , gimiendo dentro del trémolo de su particular 'Cueva del Gato', y el de Vicente Amigo con El Cigala enmarcando un confín por alegrías, tienen sentido en ese orden. Uno primero. Otro después. Antes de Paco está el maestro Patiño, Ramón Montoya, Niño Ricardo, Sabicas y otras tantas figuras que se han debido de suceder en el engranaje; va sobre hombros de gigante. De la misma forma, antes de Vicente está Paco, ese nexo entre las épocas. El antes y después por el que todos han de cruzar.
Manolo Caracol y Antonio Mairena , por cerrar las veinte puertas a las que hemos llamado, dejan en su coexistencia una disputa eterna que por fortuna no tiene resolución. Mairena, en la soleá del Quino que invito a disfrutar, dicta sentencia. Suena a tierra. A interior. Caracol, desatado desde la salida arabesca del fandango con la que anuncia una especie de lucidez astral, resulta perfecto como broche a esta arenga. Que esa es la intención de este texto: empujar a los teatros y a los discos, a Spotify. ¿Canta o llora? ¿Grita o susurra? ¿Dice o contiene? El laberinto alberga tantas incógnitas como entradas. «Y es la puerta la que llama, no el hombre», escribió Borges. Dejen, entonces, que alguna se les acerque. Sean con lo bueno receptivo.