«El último tour del mundo» de Bad Bunny, la falsa despedida del héroe del sistema

El cantante puertorriqueño publica un nuevo disco con jugada de marketing incluida: el anuncio de su retiro pretende elevar sus cifras de «streaming» hasta el infinito

Bad Bunny ABC

Nacho Serrano

Resulta enternecedora el ansia de algunos comentaristas musicales por convertir a Bad Bunny en su superhéroe antisistema. Un tipo que se sumó a las revueltas puertorriqueñas desde la comodidad de sus millones, fingiendo fervor revolucionario en manifestaciones en las que no pisó el suelo, siempre dos metros por encima de los protestantes, y que cuando dio un concierto en pandemia para animar a la gente, lo hizo en el distrito más rico de la ciudad más rica del mundo. Para colmo aboga por la paz, el amor y hasta por el #metoo . No puede haber nada más pro-sistema. Un tipo que además solo articula el idioma castellano para llenarse los bolsillos, ya que restringe sus entrevistas a los «medios estadounidenses poderosos». Repetimos las palabras clave: estadounidenses, poderosos. Puede que esté en lo más alto, pero también puede que tenga mucho, pero que mucho miedo a dejar de estarlo. Por eso ahora emplea la técnica de marketing más sobada del mainstream: decir que se retira. No vaya a ser que hoy no bata un récord de clicks. Además, ¡sorpresa! Es mentira, tiene otro disco preparado para ser lanzado en cuanto su equipo de asesores comerciales lo estime conveniente. Que el reguetón esté de moda le ha salvado la vida.

Este viernes 27 de noviembre , día 2 después del Pelusa, el conejillo saca una nueva colección de balbuceos, «El último tour del mundo». El primero es una suerte de introducción que se titula «El mundo es mío», y que quizá debería llamarse «Mi mundo es mío». «Si ves mi cuenta te puede' desmayar», parlotea el muchacho. Guau.

La cosa va a empezar de verdad con «Te mudaste», y en Spotify suena un ritmo bastante excitante. Ups, es un anuncio de Cabify con fondo musical urbano. Treinta segundos después, ni la letra ni el ritmo ni la melodía de la canción de Bunny aportan nada que la distinga de otras tropecientas mil canciones de la onda. Nada que ver con la magnética «Hoy cobré» . Ahí sí te hace sentir que pertenece a un universo inaccesible con sus propias reglas, reglas que nunca podrás ni querrás entender, pero que de alguna manera te atraen.

De pronto intenta romper los esquemas por partida doble, metiéndose en el papel de un pordiosero con «Maldita pobreza», y haciéndolo a ritmo de pop de toda la vida. «Yo quiero comprarle un Ferrari a mi novia. Pero no puedo, pero no puedo». Ahí está acertadísimo en su retrato social : seguro que es en eso en lo que piensan los que no tienen para comer.

Detengámonos pacientemente en «La noche de anoche», la colaboración con Rosalía. Otro reguetón sin más ni más, sacado del molde pero con algún verso formidable que parece salido de la escuela Carbonell: «Hicimo' pose' que yo má' nunca hice / Tú te mojaste' pa' que yo me bautice». La intervención de la catalana genera una alquimia seductora que asegura la conversión del single en mega-hit de combustión rápida.

Bombazo para el directo

De pronto, Spotify se cae. Quizá gracias a él. Hay que tener cuidado con lo que se desea. Seguimos escuchando en otra plataforma y suenan guitarras grunchetas para abrir «Te deseo lo mejor». un bajón lírico en toda regla: «Te deseo lo mejor. Ojalá que te olvides de mí, yo sé que fui lo peor. Y tú mereces ser feliz». Benito, puedes hacerlo mucho mejor. Pero no lo consigue en «Yo visto así», un pusilánime trampantojo nirvanero que causa sonrojo.

Más guitarritas en «Haciendo que me amas», esta vez de atmósfera vaporosa, y Bunny vuelve a subir un poquito el listón: «Tus «te amo» se oyen raro, te ha cambiao hasta la voz / Me siento hasta pendejo creyéndome to' lo que decíamos / Pero es verda', es tiempo de decir adiós / Ey, ey, no sé quién tuvo la culpa pero ya ni viene al caso / Devuélveme mi corazón aunque sea en pedazo».

Llega un tema llamado «Booker T», pero no, no está dedicado ni guiña el ojo al insigne organista, sino al profesional de lucha libre ya retirado. Musicalmente inapelable, este rap despliega una andanada de ganchos que lo elevan a lo mejor del disco. «Yo no hago canciones, hago himnos para que no caduquen», dice con ingenuidad.

«La droga» tiene también su mojo . Habla de cómo se fuma un canuto tras otro para olvidar a la droga verdaderamente peligrosa, la del amor, y el estribillo es de lo más adhesivo. Bombazo asegurado para el directo.

«Dakití» es otra de sus rondas de publicidad gratuita para marcas de lujo, recurso ya cansino hasta el sopor, pero «Trellas» sí hace arquear la ceja: podrían ser unos Love of Lesbian hasta arriba de índica. La recta final se abre con «Sorry Papi», que también suena a colabo de banda indie-pop con cantante urbano pero sin rastro de audacia, y con «120», un relleno anecdótico de dos minuto y medio con más publi para las marcas que les chiflan a los ricos. La penúltima canción arranca con un fragmento de un discurso de Walter Mercado, el Rappel puertorriqueño , y lleva la letra a terrenos propios de un cantautor principiante («Un día bien, al otro mal / Así es la vida y eso no va a cambiar / A veces para sonreír hay que llorar / Cierra los ojos y aprende a volar).

Es «La última gira del mundo» un disco más bien flojito, pero que guarda una bonita sorpresa en el tema de clausura, «Cantares de Navidad» , una cumbia de Rodolfo Aicardi interpretada por el Trío Vegabajeño, en la que el conejo malo se inhibe de cometer el disparate de intervenir sobre la grabación para someterla a mutación genética. Vale, esto sí ha sido antisistema.

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