«¿El último concierto?»: las salas de conciertos agonizan y denuncian inacción política y falta de ayudas
Un centenar de salas alertan de su posible desaparición con una campaña conjunta y una actuación en streaming
El sector, del que dependen más de 5.000 trabajos directos, calcula pérdidas de 120 millones de euros

Cerradas desde el pasado mes de marzo y con unas pérdidas que se prevé superen los 120 millones de euros a finales de año, las salas de conciertos españolas no pueden más. Agonizan lentamente a la espera de un plan de rescate y ... de un cambio de normativa que, burocracia mediante, se lleve la música en directo de la casilla del ocio en directo para depositarla suavemente en la de la cultura. La situación es tan crítica que este mismo fin de semana la mayoría de salas de conciertos del país han aparecido con una inquietante inscripción en puertas y persianas: una suerte de epitafio anticipado en el que, además de la fecha de fundación del local y de una más que posible muerte en 2020, figura, junto un interrogante, la inscripción «El último concierto».

Un lema terminal con el que un centenar de salas de todo el país quiere visibilizar la agonía de un sector en el que, a pesar del silencio forzoso impuesto desde hace ocho meses, los números cantan y duelen. Así, además de los 120 millones de pérdidas, la Plataforma de Salas de Concierto cifra en 25.000 el número de conciertos cancelados por culpa de la pandemia y en 5.000 los empleos directos que, literalmente, penden de un hilo tras ocho meses afectados por ERTE. Si a eso le sumamos autónomos, pymes, trabajadores intermitentes, técnicos, sellos discográficos, fotógrafos, promotores y, claro, músicos, el panorama es francamente desolador.
«Las salas llevan soportando el endeudamiento durante demasiados meses, con la incertidumbre que la posible fecha de apertura genera en las empresas y sus trabajadores. Con gastos fijos y sin ingresos, con insuficientes ayudas paliativas por parte de las administraciones públicas», denuncia la PSDC. «La situación es insostenible y si las administraciones no toman medidas de calado en un plazo corto o inmediato, es muy probable que la mayoría de las salas del país se enfrenten este 2020 a 'El Último Concierto' », añade la entidad. De ahí que desde salas históricas como Apolo, Razzmatazz, Kafe Antzokia y Galileo Galilei a otras más jóvenes como Vol o Upload se unan ahora alrededor a una campaña conjunta que se hará carne el próximo 18 de noviembre con un concierto gratuito que se emitirá en streaming desde diferentes salas.
«La gran mayoría de las salas no podrán sobrevivir en estas condiciones de endeudamiento progresivo más allá del 2020»
Plataforma de Salas de Conciertos
Entre las medidas más urgentes para garantizar su supervivencia, las salas reclaman un plan de rescate o la hibernación de gastos fijos, para poder resistir y seguir ofreciendo música en directo cuando la situación sanitaria lo permita. De lo contrario, añaden, el cierre será inevitable, dejando una herida en el ecosistema musical que será muy difícil taponar. Máxime cuando, según reconocen algunas fuentes del sector, los llamados fondos buitre acechan y han empezado ya a ofrecerse a cubrir deudas a cambio de quedarse con los locales.
Espejismo y decepción
A finales de mayo, la sala Jamboree de Barcelona anunció a bombo y platillo el primer concierto después del cierre de marzo, una actuación del poderoso soulman Clarence Bekker que, sin embargo, tuvo más de espejismo militante que de vuelta a la normalidad . «Abro perdiendo dinero. Ni una copa puedo servir», explicó entonces el propietario del local, Joan Mas. «La desinfección del local ya me ha costado más que lo que pueda sacar», añadía el también responsable de la sala Tarantos.
Desde entonces, la situación ha ido de mal en peor hasta el punto de que algunas salas (una quincena en todo el país, según la PSDC) ya han bajado la persiana de forma definitiva. «La inacción política, en cuanto al reconocimiento real de las salas como espacios culturales, parecen estar detrás de la ceguera ante el peligro de desaparición de espacios de base tan frágiles cómo necesarios, que proporcionan el talento y la riqueza musical y cultural del país», lamentan una vez más los responsables de las salas.
Pero si el presente es poco halagüeño, el futuro no pinta mucho mejor. El pasado mes de septiembre, por ejemplo, el director de la sala Apolo, Alberto Guijarro, se fijaba como horizonte tope para decidir qué hacer con el local los meses de enero o febrero, mientras que el gerente de la sala Razzmatazz, Lluís Torrents, apuntaba que la sala podía aguantar, como mucho, hasta la primavera.
La luz al final del túnel llegó cuando, a principios de octubre, la Fundación Lucha contra el Sida y las Enfermedades Infecciosas. el Hospital Universitario Germans Trias i Pujol y el festival Primavera Sound anunciaron para ese mismo mes un concierto piloto con cribado masivo entre los asistentes para evaluar la eficacia de los tests rápidos en acontecimientos con gran afluencia de gente. Un prometedor avance que, sin embargo, acabó aplazado sine die cuando la situación epidemiológica empezó a empeorar en Cataluña.
Ahora, sin horizonte a la vista, sólo queda encomendarse a la vacuna y a que artistas, público y sobre todo salas sigan ahí cuando pase la pandemia. «La gran mayoría de las salas no podrán sobrevivir en estas condiciones de endeudamiento progresivo más allá del 2020, a no ser que puedan recuperar la actividad en unas condiciones mínimas que no provoquen más pérdidas que las actuales», zanjan desde la PSDC.
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