Triunfal videoclip de Beyoncé en Wembley
Un público mayormente femenino llena dos días seguidos un estadio de 90.000 personas para aclamar a su «Queen Bey»
The Queen Bey se metió a Wembley en el bolsillo con algo que recordó un espectacular videoclip, celebradísimo por un público abrumadoramente femenino y en comunión absoluta con su diosa. Dos horas y treinta canciones, desfile de corpiños de todos los colores , remate con chapuzón en un tanque con 7.500 litros de agua y Union Jack en mano, para gozo de un país en pleno furor —y también anti furor— Brexit.
Beyoncé Giselle Knowles Carter , tejana de 34 años, hija de una peluquera y un vendedor de Xerox reconvertido en papá-mánager (hasta que lo echó), es ahora mismo la mujer más importante del pop, «La Jefa», como ella misma escribió en Wembley, en una enorme pantalla móvil de seis pisos a sus espaldas. La avala una fortuna de 450 millones de dólares , veinte premios Grammy y cien millones de discos vendidos cuando ya no se venden discos. Lo ratifica también el respaldo reverencial que recibe allá donde va. Su gira mundial «Formation», que llegará el 3 de agosto a Barcelona, ha completado dos noches consecutivas el aforo de estadio de la selección inglesa en Londres. No es sencillo: allí caben 90.000 personas y las entradas de pie, las más baratas costaban 87 libras (103 euros).
«Yo comencé a cantar hace mucho, mucho tiempo —contó la diva el sábado a su feligresía—. El primer concierto que jamás vi fue Michael Jackson y allí comencé a soñar que algún día estaría en los estadios… hasta Londres». Es razonable que Beyoncé cite como referencia a Michael Jackson . Comparten cosas: en escena desde edad muy tempranera, un apabullante éxito comercial y ambos son una máquina perfecta de entretenimiento, las tablas parecen su hábitat natural, actúan como quien respira.
Bob Dylan trajo las neuronas . The Beatles, las mejores voces y melodías. Pero seamos serios: la gran música popular del siglo XX, los grandes giros que la cambiaron, son todos negros. El jazz (Thelonious Monk y Miles), el blues (Muddy Waters, John Lee Hooker), el funk (el loco padrino James Brown), el rock (Little Richard, Chuck Berry, Jimi Hendrix), el soul (Ray Charles, Aretha, Otis, Marvin Gaye); incluso el pop hecho arte mayor: Prince. ¿Acabará ingresando la maravillosa Beyoncé en ese ilustre panteón? No lo creo. Todo es perfecto, vistoso, apabullante… Pero tal vez falte, ay, ese pellizco inaprensible que todo lo cambia.
Beyoncé , secundada por una corte de 18 bailarinas, no paró de moverse. Pero pareciese que no sudase. Posee una voz sin igual, un hermosísimo registro de mezzo, con un timbre grato y característico. Es capaz de alcanzar todas las notas con una facilidad que pasma. Si deja que hable esa voz, como cuando entonó a capela «Love on top», es imposible no adorarla. Pero se diría que su actual repertorio no la honra, con una primera hora marcada por unas percusiones chunda-chunda de pretendida modernidad (lo llaman R&B futurista), que no permitían el lucimiento de su mejor instrumento, su garganta (con permiso de ese par de columnas griegas que tiene por piernas, imagen de marca que explota constantemente esta beldad que reivindica, con razón, la hermosura de la carnalidad ). Paradigma de ese aire segurolas que lo envuelve todo es el erotismo según Beyoncé, un guiño constante en su espectáculo, pero en versión Disney-Pocahontas, apto para todos los públicos (por cierto, había muchísimas niñas en el concierto).
Beyoncé, vaya por Dios, está enfadada. Se da por sentado que el rapero Jay Z, con el que se casó en 2008 y es padre de su única hija, ha andado de picos pardos (algo asombroso lo de lanzarse a ponerle los cuernos a Beyoncé, pues cualquier varón cabal que fuese reclamado por una sola de sus sonrisas mágicas se iría corriendo tras ella hasta Alaska). Pero Jay Z pecó y ella se ha vengado con «Lemonade» , su sexto disco, aclamadísimo por la crítica. «¿Quién cojones te crees que soy? Si pruebas esa mierda otra vez, perderás a tu mujer», avisa The Queen Bey en una de las canciones. Pero al final hubo indulto. El disco, que se ha lanzado con 17 vídeos y una película acompañándolo, fue publicado en exclusiva en Tidal, la plataforma de streaming de Jay Z, que se marca además un dúo con ella.
«Lemonade» es también un disco político. De hecho abrió en Wembley con «Formation», una denuncia de los abusos policiales contra los afroamericanos. También relata la vida dura de los negros suburbiales. Pero la auténtica chicha es el desamor: «Hoy me arrepiento de la noche que me puse el anillo», fraseaba en Wembley para deleite de sus seguidoras, que en algún lance hasta aclamaron puño en alto las (acertadas) recomendaciones feministas de la diosa.
El concierto tiene una peculiaridad que uno jamás había visto: no hay músicos a la vista, están ocultos a los lados del escenario, que queda vacío para ensalzar las coreografías de la artista y sus bailarinas. Aunque en virguerías para estadios ya se ha inventado casi todo con Pink Floyd y U2, resulta asombrosa la pantalla rectangular y móvil que emplea. Allí se proyectan varios videoclips, que no hacen más que acrecentar la sensación de que todo el concierto viene al final a ser eso: un profesional, perfecto y sensacional videoclip .
En uno de sus cambios de vestuario, la pantalla gigante se volvió púrpura y sonó el «Purple Rain» de Prince a modo de homenaje. Para uno, que va viejo y se está quedando antiguo, aquella fue, de largo, la mejor canción que sonó en Wembley en toda la noche. Pero las dos guapas chicas mulatas que bailaban emocionadas a mi lado, copita de espumoso Prosecco en mano, me temo que jamás estarían de acuerdo con tan carca apreciación. Quién sabe, tal vez tengan razón. «Give the people what they want», reza una máxima del show business. Y desde luego Beyoncé lo garantiza. Con creces.