Tocar el piano sobre un ring de boxeo
Daniel Liebeskind explora la relación entre música y arquitectura con su iniciativa «One day in life»
A todos nos sienta bien un cambio de aires de vez en cuando y la música clásica no es ninguna excepción. Por eso ha sido tan divertido, este pasado fin de semana en Francfort, escuchar interpretaciones de obras de Stockhausen , Biber , o Beethoven en lugares en lo que estos compositores son tan poco asiduos como una sala de operaciones del Hospital del Espíritu Santo, una cochera de autobuses o una estación de bomberos. Pero tras el programa ideado por Daniel Liebeskind , titulado « One day in life » ( https://www.alteoper.de/de/ticketsystem/ ), se esconde una ambición mucho más íntima y calculada, la de dotar a la arquitectura de una dimensión sonora que el arquitecto y anteriormente músico percibe en sus creaciones, pero que a menudo pasa inadvertida para los habitantes de los edificios.
Liebeskind y su público, compuesto por más de 1.400 espectadores, han escrito así otro capítulo de la búsqueda de una relación que ha existido siempre, en la medida en que la música y la arquitectura tienen nexos profundos en el plano de la geometría. Ya dijo Goethe que la arquitectura es «música helada». Como en los años cincuenta, cuando Le Corbusier tuvo contratado al músico Xenakis en su taller de la calle Sévres 35 , Liebeskind ha querido dotar a una serie de edificios de un alma musical, aunque fuera por unos momentos, y ha elegido cuidadosamente para ello las piezas. Así, en el quirófano sonaba «Le Tableau de l'Opération de la Taille», de Marin Marais , y entre los fósiles de dinosaurios del Museo de Historia Natural pudo escucharse el solo de flauta de «Terrestre», de Kaija Saariaho .
La «Sonata para Piano Nº. 31» de Beeethoven fue interpretada sobre un ring de entrenamiento del Boxcamp Gallus , una lona azul cyan sobre la que retumbaba la sordera del genio. Y el «Requiem» de Mozart en una cochera del servicio público de transportes evacuado para la ocasión y en cuyo vacío el eco de la muerte se escuchaba más cercano que en las enmoquetadas salas de conciertos. «Me he sorprendido a mí mismo», ha reconocido Liebeskind sobre el efecto que las diferentes acústicas ejerce sobre las obras, al tiempo que ha reconocido que el experimento tiene un poco de jugar a ser Dios: «insuflar un soplo de vida a edificios aparentemente muertos es semejante a participar en la creación».