C. Tangana se corona como nuevo rey de las noches del Sónar
El cantante madrileño estrenó las sesiones nocturnas del festival barcelonés con una versión concentrada de la gira 'Sin cantar ni afinar'
![C. Tangana, durante su actuación en el Sónar](https://s2.abcstatics.com/media/cultura/2022/06/18/adrian-U70858441386hkP-1248x698@abc.jpg)
Y, cinco años después, el hijo pródigo regresó al Sónar. Fue un fichaje casi sorpresa, ya que en un principio al madrileño le había echado el lazo el Primaver Sound, pero ahí estaba Antón Álvarez, el hombre que sale cada noche a escena vestido de C. Tangana, estrenando las noches del primer Sónar postpandémico a pleno rendimiento y mirando desde las alturas a esa otra versión de sí mismo que actuó en 2017 a la hora de la merienda en un escenario minúsculo. Nada que ver, claro.
Subido a la imponente ola de 'El Madrileño', Puchito llegó, vio y venció. Difícil recordar el SonarClub, el gigantesco escenario central del festival, tan lleno a primera hora de la noche. Y difícil también que vuelva a retumbar en Fira Gran Vía semejante jaleo de palmas, injertos electrónicos, juerga flamenca y guiños a Alejandro Sanz, New Order, Navajita Plateá y Ketama.
Venía Tangana de coronar el Palau Sant Jordi el pasado mes de abril y lo que se vio anoche en el Sónar fue una versión destilada e hiperconcentrada de su 'Sin cantar ni afinar tour'. Sin relleno. Una superproducción hecha sólo de momentos álgidos, uno detrás de otro. De 'Still Rapping' a 'Tú me dejaste de querer'. Del éxtasis de 'Ateo', servida a medias con Nathy Peluso, a la locura de 'Demasiadas mujeres'. Del desparrame de la sobremesa rumbera con Juan José Carmona, Niño de Elche y La Húngara a los ecos sintéticos de 'Tranquilísimo' y 'Llorando en la limo'.
El despliegue instrumental y audiovisual fue el mismo y, por más que el sonido no siempre acompañó, una hora y poco le bastó al madrileño para proclamarse nuevo rey de las noches del Sónar. Supo a poco, sí, pero había que hacer sitio a Moderat, The Blaze y Nathy Peluso. Y con las apreturas de los festivales, ya se sabe, todo acaba encogiéndose. Todo menos la ambición de Tangana, claro. «¿Qué hago yo después de esto?», se preguntó el cantante cuando, pasada una hora, el público estaba a punto de entrar en ebullición y toda la banda se preparaba para brindar sobre el escenario mientras la palabra 'Fin' emergía por las pantallas. Un final un tanto abrupto y anticlimático que sirvió para, ahora sí, dar por estrenadas las madrugadas del festival barcelonés.
Fiesta a la valenciana
Durante el día, el Sónar sigue derribando barreras y pegando la oreja a los cinco continentes para auspiciar maridajes y propuestas cuanto menos asombrosas. ¿Un rápido vistazo al ampiano, el nuevo dance nacido en Sudáfrica, a cargo de Kamo Mphela? Hecho. ¿El pop electrónico y despendolado de Samantha Hudson abriéndose camino en el Hall entre coreografías gimnásticas e idas y venidas por una barra americana? Hecho, también. ¿El pasodoble encamándose con el bakalao en el accidentado estreno del 'Concert de Músika Festera'? Ahí estaba el alicantino Niño de Elche, horas antes de sumarse al show de C. Tangana, ejerciendo de maestro de ceremonias y llevando a la cuna de las músicas avanzadas «los ritos de la tribu valenciana».
A falta de artistas asiáticos y estrellas estadounidenses, el gran reclamo del Sónar de este año es el talento de aquí. El producto local. Y nada más local que Francisco Contreras Morente, espeleólogo del flamenco y de los sonidos arcanos entregado a la revisión y reinvención del folclore español. Sospechoso habitual del Sónar, lo vimos hace unos años haciendo tándem con el bailarín Israel Galván y ahí estaba ayer de nuevo, comandando una arriesgada vuelta de tuerca a la música de fiesta valenciana.
Una aparatosa revisión que, con un pie en la cobla y el otro en la ruta del bakalao, abarrotó el SónarPark y sorprendió con una entrada la mar de teatral (los 40 músicos de la orquesta llegaron al escenario atravesando el público), pero acabó naufragando por culpa de los constantes problemas de sonido. La voz y las bases iban y venían, el público recibía cada envite de la orquesta como si fuese 'Paquito el Chocolatero' -sí, también sonó- y cada vez que Niño de Elche y su compinche Ylia pisaban a fondo el acelerador electrónico, se fundían los plomos del escenario. «Es necesario que la máquina se rompa», cantaba un Niño de Elche en trance extático. Y la máquina, claro, dijo basta y se rompió.
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