LCD Soundsystem y Thom Yorke, apabullante traca final para despedir el Sónar de los récords
La banda neoyorquina y el líder de Radiohead despiden un festival por el que han pasado 126.000 personas
Crece el Sónar, sus cifras cada vez son más abultadas -hasta 126.000 personas en esta edición que termina- y se dispara, entre muchas otras cosas, el número de países diferentes desde el que viaja el público extranjero -nada menos que 119-, por lo que el cierre de esta edición de las bodas de plata y los récords pulverizados tenía que estar a la altura de tan llamativa cuenta de resultados. Nada mejor, pues, que dejar el fin de fiesta en manos de una banda que, como el propio Sónar, ha multiplicado su popularidad con los años y se ha convertido en sinónimo de fiabilidad extrema y éxtasis bailable. Una banda que, recordemos, se estrenó de tapadillo en 2003, año en el que Björk acaparó miradas y aplausos, y por la que se pelean ahora casi todos los festivales del planeta.
Una banda, claro, como LCD Soundsystem, implacable rodillo de disco-punk y electrónica febril que sacudió el sábado el recinto de Fira Gran Vía con una atronadora traca final. Con una gigantesca bola de espejos presidiendo la producción y los músicos apiñados en el centro del escenario como unos Crazy Horse amamantados entre cables y sintetizadores, los neoyorquinos se desperezaron con «Get Innocuous!» y, como unos Talking Heads con taquicardia, empezaron a amontonar tramas sintéticas, bucles rítmicos y bajos gomosos. Entre el público que abarrotaba el SonarClub todo era celebración y griterío, prueba más o menos irrefutable de que los de James Murphy habían entrado con buen pie. Como siempre, sí, aunque con un depósito de reserva que les permitió alargar hasta el cuarto hora el trance hipnótico de «You Wanted a Hit» y asaltar la pista de baile con el arrebato rítmico de «Tribulations» y «I Can Change».
A partir de ahí, con la intensidad por las nubes y Murphy despachando dentelladas desde el micro, todo vino rodado: las erupciones eléctricas y sudorosas de «Movement» y «Yeah», el disco-pop juguetón de «Someone Great», ese releer y reinvenar al Bowie más crepuscular en «How Do You Sleep?» y «Tonite» - Murphy fue uno de los músicos que colaboró en el «Blackstar» del astro británico-, el éxtasis de unos bises rematados por las infecciosas y aplastantes «Dance Yrself Clean» y «All My Friends»... Una rotunda exhibición de ritmo y poderío salpicada de atmósferas oscuras, punk volcánico y canciones para firmar un nuevo armisticio entre amantes del rock y de la electrónica con la que el Sónar parecía decir que, puestos a montar una buena fiesta, nadie mejor que LCD Soundsystem para soplar las velas.
En los márgenes de Radiohead
De hecho, con la exhibición de los neoyorquinos más de uno ya se habría dado por satisfecho, pero en ese sábado de espíritu celebratorio se coló también Thom Yorke, cabecilla de Radiohead que aprovechó su paso por el Sónar para exhibir su faceta más desatada y extrovertida. Así, liberado del colosal peso de su banda y con sus trabajos en solitario y su colaboración en Atoms For Peace como únicos platos en el menú, el británico se hizo acompañar por el productor Nigel Godrich y el artista multidisciplinar Tarik Barri para darse un atracón de electrónica angulosa, melodías retorcidas y ritmos microscópicos.
Un cambio radical de registro que, si bien mantiene algunos puntos de amarre con la experimentación carnosa de Radiohead -«Black Swan» no hubiese desentonado en «Kid A»-, parece sugerir que a Yorke se le empieza a quedar pequeño el campo de maniobras pop que ha ido diseñando junto a sus socios en las últimas décadas. O eso o que, simplemente, necesita un vehículo de sustitución desde el que matizar esa angustia existencial de la han hecho bandera y poder arrancarse a bailar con «Two Feet Off The Ground» y entrar en trance mientras las cinco pantallas dispuestas en el escenario escupían coloristas proyecciones abstractas. Ni siquiera la hora, rozando las dos de la madrugada, restó pegada a una propuesta menos esquiva de lo esperado y con algunas sorpresas como la electrónica cerebral y matemática de «Amok» y el estreno de piezas inéditas como «The Axe».
Antes de eso, el universo Sónar volvió a brillar el viernes en todo su esplendor con extravagancias como las de Lory Money, rapero senegalés afincado en Valencia y convertido en astro de Youtube –sí, es el de «Ola k ase» y también el de «Independent», canción dedicada con sorna a Puigdemont que sonó en bucle en Barcelona– que dejó pequeño el escenario XS con sus rimas de ingeniosete de Twitter y, eso sí, un desparpajo digno de admiración. Un nuevo hito para el atropellado y siempre excesivamente casero trap made in Spain que, sin embargo, debería tomar buena nota de tipos como Yung Lean, rapero islandés que el viernes rompió la madrugada del Sónar con un concierto exquisito y ultraprofesional. Un escalofriante pase en el que el autor de «Kyoto» casó a la perfección ritmos cortantes, atmósferas ochenteras y versos oscuros que flotaban sobre el SonarPub como afilados puñales.
Clase y oficio para un Sónar que, en un nuevo volantazo, se rlndió ayer una vez más al ensalmo pop de Cornelius. El japonés, arropado por tres músicos y con un deslumbrante juego de luces y proyecciones, ejerció de duendecillo travieso de la creación contemporánea alternando ruidismo, electrónica orgánica, melodías como sacadas del baúl de los recuerdos de Pizzicato Five y canciones alumbradas entre pellizcos de funk robotizado y teclados deliciosamente pasados de moda. Retrofuturismo nipón para entretener la espera hasta que las máquinas se rebelen y nos invadan los marcianos.
Noticias relacionadas