Fiestas

El sonido de la Feria de Abril de Sevilla

El evento, que causa un impacto económico en la ciudad de aproximadamente 900 millones de euros, llega a su fin este domingo tras una semana de celebración

Feria de Abril de 2022 ABC de Sevilla

Luis Ybarra Ramírez

Gusta la cara de interrogante de los que vienen por primera vez. «Qué es esto», se preguntan. No entienden, a simple vista, el entramado de albero y manzanilla que los sevillanos han levantado de la nada, aunque hay aspectos aún más complejos a resaltar: esta ciudad, que baila y bebe sin descomponerse, se levantará mañana a trabajar . Las casetas son templos de repetición y locura. Los paisanos se han desacostumbrado al rito de la primavera, y la bulla, tras dos temporadas de zozobra, se enciende de nuevo con el polvo que cubre los farolillos. Lo mancha todo de una gracia popular que se desata revestida de éxtasis y extrañeza. Han vuelto cosas perdidas .

Los vuelos han disparado su precio: hasta 500 euros se pagan a última hora desde Madrid. Conseguir un billete de AVE es un imposible. Y los blablacars, por su parte, se intuyen jocosos bajando más allá de Despeñaperros. El ayuntamiento de Sevilla estima que el impacto económico de este evento, que supone el 2% del PIB , es de 900 millones de euros. Un espaldarazo brutal en una tierra con una tasa de paro del 19,92%. Pero salgan ya de aquí estas cifras que por el real no se ven. Que se rompan entre los cascos de los caballos y el crujir las freidoras, que trabajan tanto si llueve como si el sol azota con fruición.

La Feria de Abril es recreación y una forma de olvido. Algo así como un envite a dejarse llevar en un poblado efímero que podría haber ideado García Márquez para explicar el origen del mundo. Un catalán y un vasco, ambos concejales, fueron sus creadores: Narciso Bonaplata y José María Ybarra . Comenzó como una feria de ganado. En busca de sombrita se pusieron toldos, luego casetas. La gente cada vez compraba menos y se divertía más. Y poco a poco fueron saliendo los tratantes de allí para dar paso a los feriantes. Se reconocen, a día de hoy, por explicarle a los demás cómo han de ir vestidos. Ese nudo en la corbata con ese cuello, no. Este pañuelo se dobla así y este botoncito asá, cateto.

También, hemos de destacar, los hay de todo tipo. Por el gran lienzo de la feria pasan vestimentas y actitudes que el más elocuente de los guionistas de Hollywood jamás podría imaginar. Este año, por ejemplo, he visto a dos amigos pelearse tras ver a Paz Padilla y Padilla, el torero , paseando juntos. El debate sobre el parentesco entre ambos casi llega a las manos. Todo era extraño en su charla: tenían el semblante serio, como si nada ocurriese, llevaban unos paraguas multicolores cogidos a la cabeza y no llovía. Además, parecían sobrios.

Los turistas van como el cura de la canción de Mecano por la Puerta del Sol: completamente 'des pistaos'. El rojo excesivo de la piel los delata. Las calzonas y los labios hendidos como muestra de incomprensión, también. Están pagando por el alojamiento un precio desorbitado. Lo sé. Echar un ojo a Booking por estas fechas nubla la vista.

Como novedad, definitivamente, ya nadie lleva dinero suelto . Y los que venden cañas, tabaco y claveles lo sufren. Estos últimos, por cierto, son expertos espontáneos del Marketing: primero te dan el producto, la flor, y después te hacen sentir que les debes algo. Son prácticamente bancos.

Los metros se concentran en la feria. Se multiplican. Desplazarse hacia una caseta que está un par de calles más allá puede volverse una odisea. Si van en grupo, algunos se perderán. Si va solo, quizá se encuentre con alguien en el trayecto. No llegará a su destino. No hay destino, en realidad. La idea es esa: pulular. No asentarse nunca. Estar siempre yéndose , paladeando la cáscara de las conversaciones.

Sevillanas, caballos y rumbas

Otra cuestión: ¿cómo explicar a qué suena la feria a quien nunca ha venido? Desde luego, a sevillanas intercaladas con rumbas. A reguetón para los que trasnochan, pues las discotecas surgen a eso de la madrugada, y a percherones tropezando por los adoquines. También a cascabeles y cubos de hielo entrechocando en el interior de las jarras de rebujito: vino blanco seco con Seven-up. Suena a murmullo, micrófonos desajustados que se superponen y paso ligero. A carcajada encendida. Las parejitas discuten porque todo es un horror si has de estar pendiente de algo más que no seas tú, y eso también suena. Las riñas. Los más jóvenes estrenan traje de chaqueta, se les nota en su intento de perfección. Corretean sin rumbo, como decía. Y desconocen, eso seguro, que antes se quedaba en la portada sin teléfono móvil. Andan y tienen tantas conversaciones paralelas como en una película de Berlanga.

El sonido de la feria es particular. Cada calle, diría, tiene un sonido . Los más rancios, con sorna, dicen que Curro Romero y alguna más ya no es la feria. Y yo puedo asegurar que Pepe Luis Vázquez y Rafael Ortega tienen un telón de fondo desigual. Como un hilo que por el aire se hace dispar en sus matices. En la feria se chilla. Y el eco conjunto se torna hacia lo ronco a partir del segundo día. La feria es cultura popular y recreación de un tiempo y lugar inexistente. Hombres y mujeres preciosos. Elegantes o lamentables, da igual. Mantillas en las que vienen de los toros; vaqueros y manga corta en los que empezaron por la calle del infierno, la de los cacharritos. Estos suelen venir con peluches de flamencos, escopetas y otros juguetes que no necesitan.

La feria es cara, y más esta última, con numerosos productos básicos por los aires, por eso no nos iguala, pero sí nos reúne. Este año, con lleno absoluto a cualquier hora . Los que fuman habanos y los que se racionan el más barato de los tabacos de liar comparten escenario, de ahí la alta popularidad del evento. Todo se celebra, como en una comedia. Un encuentro, una caída. De lejos la ciudad es de confeti. Risas a pares, como los bailes, enredados en mantoncillos, puños y volantes. Casetas privadas y tipos infames para solucionar, vaso en mano, el mundo con un par de comentarios. La feria consiste en resumir lo elevado a lo más sencillo y disfrutar del proceso. Reir mientras tanto.

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