Sónar 2016: Chopin y Bach se cuelan en el gran bazar de la electrónica

El pianista James Rhodes sorprende en una primera jornada que empezó a anticipar la fiesta nocturna con Fatboy Slim

James Rhodes, ayer en Barcelona EFE
David Morán

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Hubo un tiempo en que las guitarras en el Sónar eran poco más que anatema e incluso había quien se persignaba cuando aparecía una sobre el escenario, pero el festival barcelonés es ya un gigantesco bazar creativo en el que cabe prácticamente de todo, ya sea los hachazos de distorsión y dub que ayer servían a cuatro manos Fennesz y King Midas Sound o la incontinencia verbal, pura verborrea sin freno, de la británica Lady Leshurr.

Aún así, y por más que todo parezca ya inventado y manoseado, el festival sigue guardándose ases en la manga y conejos en la chistera. Arte y ensalmo para un festival que, en la jornada inaugural de su XXIII edición, aparcó por un momento sus propios referentes para rendirse a esos otros pioneros llamados Chopin, Bach o Gluck. Nombres clásicos que se colaron en el gran zoco tecnológico de la mano de James Rhodes, pianista clásico aunque poco ortodoxo que combatió el arsenal de máquinas, samples, bases crujientes y ritmos trotones que habían tomado al asalto el resto de los escenarios con un piano y unas relucientes bambas espejadas. Nada más. Sólo eso.

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