Danza
Una soleá para El Güito, la cabeza del flamenco
José Manuel Gamboa publica las memorias del bailaor más importante de la historia de Madrid

Suena el rasgueo de una guitarra en un par de compases. Pongamos que hablo de la bajañí, que así se dice guitarra en caló, de Pepe Habichuela. Al cante está El Indio Gitano, voz que emana de las costillas. Y sobre esa base, a la que se suman unas palmas que marcan los surcos que han de seguir las botas, aparece El Güito, estilizado como un junco, pero con la pesadumbre de todo un espigón de rocas. Sus movimientos, en la soleá, parecen quiméricos. Basados, según dicen, en piezas de ballets rusos. Esculpidos en las aulas de Antonio Marín, un bailaor cojo que lo inició frente al espejo, los tablaos y la compañía de Pilar López , en la que debutó allá por los 50 y donde se hizo con el premio al mejor bailarín del mundo en el Teatro de las Naciones de París, a los 17 años . Un marco, como recordó en su momento la revista Blanco y Negro, donde «26 troupes extranjeras y 12 compañías de marionetas francesas han presentado, en 13 lenguas distintas, 37 esepctáculos a cual más bello y atrayente a los ojos maravillados de un público selecto y cosmopolita», y en el que el gran Gades era parte del elenco.
El artista del madrileño barrio del Rastro, gitano de tez poco luminosa y paso claro, ha sido biografiado por José Manuel Gamboa , flamencólogo, escritor y analista técnico de la SGAE. Casi 400 páginas, con un exordio de Farruquito, en las que conocer los periplos del bailaor que le robó varios oles a Antonio Gades y Mario Maya. Ladrón, por tanto, de lo más caro que se ha servido en la historia de la danza de este país. El relato se titula 'El Güito, ¡La cabeza del flamenco!, hechos y hechuras del maestro'. Lo edita El Flamenco Vive .
Eduardo Serrano Iglesias, un niño 'negüito', según su hermana, llamado a invocar a todos los duendes, nació en la calle Mira el Sol en 1942. A sus 79 años, con los hombros llenos de gigantes, es, desde hace décadas, una de las figuras esenciales del flamenco de la capital. La figura indiscutible de la danza y el creador de un sello propio que en palos como la farruca, la caña y, sobre todo, la soleá, alcanzó unos niveles de profundidad sospechosos por inusitados. En activo, como decía, fue coetáneo de Farruco , Antonio Gades y Mario Maya , con quien tocó la gloria con el Trío Madrid, junto a Carmen Mora . Lo increíble, dada la altura de los mencionados, a los que podríamos añadir nombres como el de Manolete y Rafael El Negro, fue, precisamente, destacar. No salir airoso, sino victorioso. Porque cuando ese gitano alzaba los brazos por soleá nadie podía, digamos, echarle la pata.
Esa soleá triunfó en Broadway con el espectáculo 'Flamenco puro' a lo largo de 53 funciones en 1986. Creó afición, los autodenominados güiteros. Inauguró El Corral de la Morería , en Madrid, en 1956, y Los Gallos, en Sevilla, en 1966, ya como figura . Impactó a Caracol, Valderrama y Mairena, entre muchos otros, allá donde lo vieron. La crítica internacional la alabó. También la local, a veces, mucho más cruenta. Participó en numerosos discos y películas, como 'Gitana' (1965), aunque también, por celos, borraron sus secuencias en algunas de ellas. Gamboa, con rigor y gusto por el cachondeo, sigue estos pasos desde que echara a andar hasta nuestros días en busca de contexto y esencia.
Retrato cabal de la segunda mitad del siglo XX
La biografía del bailaor nos permite adentrarnos en lo acontecido en el género jondo durante la segunda mitad del siglo XX. El fervor de los tablaos, Fernanda de Utrera plantándole dos besos a la reina Sofía en Nueva York, lo que contraindicaban todos los protocolos, y Paco Carmona, un cantaor desconocido para las masas, descubriéndoles a otros el mundo desde Francia: «Fíjate, aquí también hay cruasanes y se llaman lo mismo que en España». Ese flamenco que se cose entre anécdotas para definirse y la historia, más seria, del Ballet Nacional de España y el surgimiento de los grandes eventos culturales. Cumbres y bienales, sumas sin resta en las que nuestro protagonista tuvo apariciones memorables y un sinfín de noches que las sufrieron los que trataron de hacerle competencia.

Retirado ya de los escenarios, quien se cantara a sí mismo unos cuplés por bulerías que, apoyado en su belleza natural, ayudaban a encandilar a cualquiera, también tiene ocasión de despotricar de la juventud con mucho menos estilo que el que muestra en su baile. Está de vueltas y acostumbrado a una época de competencia que ya ni siquiera agoniza; murió del todo, no sé si con la corrección de los nuevos tiempos o bastante antes. Por eso desde la perspectiva de hoy nos resulta extraña su exabrupta llamada de atención, la desesperanza con la que se expresa y, cómo no, sus ganas de llamar a la policía ante parte de lo que estos días ve en la televisión: «¡Bailaores con bata de cola!» . El Güito habla poco y despotrica con la razón que a todos nos otorga que las opiniones sean eso, aseveraciones subjetivas; esta vez, venidas de un maestro indiscutible, medalla de Oro al mérito en las Bellas Artes, a quien no le falta razón.
Sus hechuras, más allá de todo eso, forman parte del imaginario colectivo. La cabeza cercenando el aire, el codo arriba, la escobilla sobrevolando una meseta de silencio y el marcaje sosteniendo el apetito de los que desean chillarle. Su soleá, aquella que le cantó Juanito Villar y El Pili, la del Indio Gitano, «¿'Pa' mí?, el mejo r , 'pa' que me cantara y que yo le escuchara y le aguantara el tiempo, 'pa' que él se dejara ir… ¡'Mecagoendiez'!», la de María Vargas, La Perla de Cádiz y artistas actuales como El Extremeño, Juan José Amador y Segundo Falcón, es un fogonazo. Una imagen faraónica y por siempre moderna. Renovada. Arrebatadoramente pausada, sin urgencias . Con aires de clásico,pues tuvo una profesora rusa, como confiesa, y líneas definidas. Sin descomponerse. Con la exactitud de los relojes y el carácter pasional del corazón. Vayan todas estas soleares para El Güito, quien con su originalidad las dejó quietas.