Silvio Rodríguez: protestas de los cubanos, gritos contra el PP y un gran concierto en el Wizink Center
El cubano triunfa en Madrid dentro de su gira 'La espera terminó'
Había polémica en los aledaños. Un centenar de personas, bandera de Cuba en ristre, protestaban delante del Wizink. El objeto de su ira: Silvio Rodríguez. El cantautor, comunista confeso, ha tenido una larga y prolífica vida musical en la que se ha relacionado con las élites cubanas, esas a las que muchos compatriotas culpan de su situación.
Pero, vamos a la música. Arrancó Silvio con 'Tonada para dos poemas de Rubén Martínez Villena' una bonita balada que, se nota, fue hecha con cariño. Tras unas gafas de sol y bajo una gorra en la que se leía «Aprendiz», el fenómeno cubano parecío resguardado, abstraído del mundo y la polémica para llenarse de música.
Con el público aún frío, debutó una de sus últimas creaciones: 'América'. En su línea, clama con cierta tristeza y resignación contra el gigante del Norte en una canción de museo. Flauta y guitarras intercambian melodías sobre un ritmo trotón y brilla el contrabajo, que lo empuja todo. La letra tiene algunas líneas que parecen forzadas, pero funciona.
Es digno de mención que se atreva a llevar un instrumento como el contrabajo, tan acústico, a un recinto de este tamaño. La ventaja que ofrece, si se consigue, es que el rango de dinámicas disponibles se amplía (se pueden tocar pasajes con menos volumen que si hay un bajo eléctrico). Por otro lado, uno asume el riesgo de quedarse corto y no llenar de sonido un sitio tan grande... La línea es fina pero el riesgo merece la pena.
'Viene la cosa', de su último trabajo, se vio beneficiada por la participación de un percusionista que no tocó mucho durante el concierto, algo difícil de entender. 'Escaramujo' arrancó aplausos con sus pasos lentos y rimas punzantes. Escuchándola a ojos cerrados, se puede intuir el crecimiento de la canción desde que era un embrión con letra y acordes. «Una buena canción tiene que ser buena con guitarra y voz, lo demás es secundario», me dijo alguien. Esta lo es.
El primer momento grande fue 'Te amaré', una belleza de balada que, desnuda, funciona de maravilla con piano y guitarra. La letra, sencilla y al grano, tiene lo que tienen las grandes canciones de amor: pone el corazón sobre la mesa y lo abre en canal. La canción termina y, sin pausa, arranca 'Óleo de mujer con sombrero'. Más lenta que la original, la versión fue un ejemplo fantástico de lo que puede cambiar una canción revisitada. La bajada de guitarra acústica, épica y muy intensa en el disco, desaparece y apenas la notamos en el bajo y el refuerzo de platillos del batería. Con más espacio, está tan bien pensada que brillan todos los instrumentos sin hacer casi nada.
En 'La Maza', suspenso general para el público. La banda empieza a velocidad moderada un ritmo de claro aroma mexicano pero tiene que acelerar cuando los clientes, excitados, empiezan a dar palmas a marchas forzadas, muy por encima del tempo original. La canción acaba más cerca de un fuego cruzado de verbena que del trote intimista y con contrastes con el que empieza. Puso el toque cómico de la noche, sobre todo porque ninguno de los 9.000 culpables se dio cuenta.
Hay quien podría decir que 'Tonada del albedrío' parece escrita por un quinceañero utópico, pero no seré yo; aún soy joven para ser tan escéptico. Y dijo el Che legendario / Como sembrando un flor / Al buen revolucionario / Sólo lo mueve el amor / Sólo lo mueve el amor».
Es una de las pocas críticas que se le pueden hacer a Silvio: la insultante ingenuidad de algunas líneas. Me hizo pensar la canción en una frase muy usada en Washington: «Tu libertador es nuestro terrorista». Bonito momento después cuando, junto a su hija al piano, homenajearon a Luis Eduardo Aute cantando ‘Albanta’ y ‘Dentro’.
Yo pensaba que había algún problema de potencia; sentía poca fuerza en la música desde mi posición delante del escenario. Pensé en aquellos que estaban más lejos y me levanté a dar un garbeo. Volví convencido de que es algo que hacen adrede. La música, con menos volumen que de costumbre, se escuchó mejor que nunca en el Wizink Center. Clara y con espacio para matices: lo suficientemente alta para escucharse; lo suficientemente baja como para impedir que la gente hablara. En ese momento, volviendo a mi sitio Estrella en mano, pensé en el contrabajo y lo tuve claro: es aposta.
Mención de honor para 'Quién fuera', probablemente la mejor interpretación de la noche. Fue la canción con más dinamismo y levantó al público de sus asientos para una ovación de las que salen del alma. 'Canción del elegido', otro tema de los grandes, debería estar en todos los manuales de composición popular moderna del mercado. Si está usted pensando comprarse uno, asegure que viene incluida.
La segunda parte del concierto fue mejor, con hits como 'La era está pariendo un corazón', donde el batería por fin puede venirse arriba, y 'Ángel para un final', con una intro que parece extraída de una banda sonora épica. El cubano tuvo tiempo entre canciones para espolear a la gente con un: «¡Abajo el PP!». La ovación fue general.
'El necio', otra buena letra, destaca como canción dinámica y llena de energía antes de 'Ojalá', que cierra el concierto antes de los bises. Poco puede decirse de esta que no se haya dicho ya. Yo dejaré sólo una pincelada: en esta reinterpretación del tema se ve que Rodríguez es un artista vivo, no un semidiós recostado sobre el laurel. La búsqueda continúa hasta que la dama de negro llame a la puerta.
Al salir, ya no quedaban manifestantes. Pensé en ellos y en lo mucho que hubieran disfrutado dentro con los constantes gritos de apoyo a su patria.
«Viva Cuba», se escuchaba tras cada canción. Seguro que los de dentro tienen una idea muy diferente sobre lo que es y debe ser Cuba que la que tienen los de fuera, segurísimo. Pero también, y en eso se parecen a España, ambos «lados» quieren lo mismo. Simplemente no lo saben, porque nadie quiere que lo sepan. Dejaría de ser rentable para muchos.
Me puse un poco triste pero recordé las canciones, que por fin había podido escuchar 'Ojalá' en directo y, como en el socorrido cliché de Casablanca, me dije: «Siempre nos quedará la música».