Ringo Starr, el discreto encanto del eterno subalterno

El batería de los Beatles lidera una irregular fiesta retro en su debut en solitario en Barcelona

Ringo Starr, anoche durante su actuación en el Palau Sant Jordi Inés Baucells

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Sonaba «Matchbox», ese despendolado rock and roll que los Beatles le birlaron a Carl Perkins, y se cumplía la profecía que quedó grabada en los surcos de «Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band» hace más de medio siglo. Porque ahí estaba Ringo, aplicado subalterno y ‘beatle’ afable y discreto a jornada completa, intentando no pifiarla con la afinación y sacando a pasear su discreta leyenda mientras un buen puñado de amigos le echaban un cable. «Me las arreglo con un poco de ayuda de mis amigos», cantaría hora y media más tarde, a modo de despedida, para dejar claro que, estas alturas, si de algo anda sobrado de es amigos.

Colegas dispuestos a enrolarse en esa All Starr Band que le arropó anoche en su regreso a Barcelona 53 años después de la primera (y única) actuación de los Beatles en la ciudad y junto a los que propició un extraño y un tanto desconcertante viaje al pasado repleto de escalas, ramificaciones y arrebatos de nostalgia algo acartonada. Es más: si alguien subió a ese Palau Sant Jordi reducido a un aforo de 5.000 personas y que no acabó de llenarse buscando transfusiones de beatlemania en vena, debió de salir de allí ligeramente decepcionado.

Y no sólo porque, por extraño que parezca, las canciones de los Beatles y las del propio Ringo acabaron siendo minoría –Starr se permitió incluso el lujo de olvidarse de «Octopus’s Garden», una de las ¡dos! canciones que consiguió colar en la discografía de los fab four –, sino también por esa colección de hits de radiofórmula y rock adulto que se trajeron consigo Colin Hay (Men At Work), Steve Lukather (Toto), Gregg Rolie (Santana) y Graham Gouldman (10cc), escoltas que configuran la última alineación de una banda que, sin duda, ha conocido encarnaciones más estimulantes.

A Starr, con sus inseparables gafas ahumadas y una llamativa chaqueta estampada con portadas de periódicos, se le veía encantado ejerciendo de maestro de ceremonias, repartiendo «peace and love» desde el micrófono y hurgando en el baúl de los recuerdos para rescatar la jovial «It Don’t Come Easy», una de las pocas menciones con firma propia a su carrera en solitario, pero resultaba complicado seguir el hilo de un concierto que pasaba de los postizos jamaicanos de «Dreadlock Holiday» (10cc) al frenesí tropical del «Evil Ways» popularizado por Santana y de ahí al cardado ochentero del «Rosanna» de Toto.

Un lío a mayor gloria del AOR y de los solos de saxofón que permitía al exbeatle escapar de los focos, replegarse en la batería y ceder temporalmente un protagonismo que recuperó para entregarse al ímpetu del «Boys» de las Shirelles, canción que los de Liverpool grabaron en «Please Please Me». Un espejismo que se prolongó mientras duraron la celebrada «Don’t Pass Me By» -Ringo, al piano, parecía recordar aquellos días en los que Lennon y McCartney se choteaban de sus habilidades como compositor; «cuando me uní a los Beatles escribí muchas canciones, pero no llegaron a grabarse» , dijo con sorna- y el júbilo bobalicón de «Yellow Submarine». «Si no conocéis esta canción, es que os habéis equivocado de concierto y estáis esperando a Led Zeppelin», anunció el bueno de Ringo en una broma que viene repiténdose noche tras noche desde que arrancó su nueva gira europea en París.

Con «I’m Not In Love», superbalada de 10cc y apuesta segura en cualquier recopilatorio de la teletienda, llegó un nuevo tramo de sobresaltos y préstamos coronado por la aparatosa «Who Can It Be Now?» de Men At Work (ay, ese saxo) y, ancha es Castilla, «Black Magic Woman» y el «Oye como va» de Tito Puente. A esas alturas ya saltaba a la vista que, más que a celebrar su pasado, Starr había subido al escenario a reivindicarse como amigo de sus amigos y aprovechar el tirón legendario de su nombre para liderar una ajetreada reunión de antiguos alumnos.

Un ejercicio de nostalgia vintage y, a ratos, excesivamente retro, que vivió su mejor momento en el tramo final, cuando asomaron por ahí «I Wanna Be Your Man», canción que Lennon y McCartney escribieron para The Rolling Stones; la espléndida «Photograph» que le regaló George Harrison en 1973; y el fibroso country de «Act Naturally», de Buck Owens. También sonó en ese tramo el «Hold The Line» de Toto, momento ideal para recordar que hubo un tiempo en el que la dieta de la All Starr de Ringo la componían canciones de The Band, Dr. John o The Who.

Al final, y después de algo más de hora y media retorciendo el dial de la FM americana de los ochenta, puede que siguiese sin quedar claro si Ringo es un tipo suertudo al que pilló de rebote una fenomenal carambola –la salida de Pete Best y la negativa de Johnny Hutchinson de sumarse a los Beatles fueron su pasaporte a la gloria– o si su papel en los Beatles ha acabado por subestimarse a fuerza de retorcer la parodia, pero si algo consiguió anoche en Barcelona fue dibujar unas cuantas sonrisas entre quienes se llevaron a casa el recuerdo de una pletórica «With A Little Help From My Friends» anudada al «Give Peace a Chane» de Lennon y servida por su cantante original. Y eso, visto lo visto, ya es mucho.

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