Así resucitó la música en España después de la Guerra Civil

El mundo de la música vive, como todos los sectores, momentos de incertidumbre; pero no hay duda de que se levantará, como ya ocurrió tras la contienda española, que dejó graves secuelas también en lo artístico

Una representación de «Parsifal», de Wagner, en el Liceo barcelonés en 1955 EFE

Pep Gorgori

Los principales equipamientos musicales del mundo han cambiado estas semanas sus lemas para adecuarse a los tiempos convulsos del coronavirus , dando un mensaje de esperanza. En España, el Teatro Real asegura: «Seguimos conectados»; en Barcelona, el Liceo proclama que es «hora de vencer» y el Palau de la Música pide «que no pare la música». Y pese a que la letra habla de ánimos, la música suena a congoja. Quizás es buen momento, pues, para recordar que no es la primera vez que se ven forzados a cerrar y adaptarse, al reabrir, a una «nueva normalidad». Cartas, artículos de prensa y actas de reuniones de 1939, año en que acabó la Guerra Civil y tocaba retomar la actividad, dan buena cuenta de cómo en aquella ocasión se recuperó el pulso, no sin un gran esfuerzo.

El ambiente general del momento queda reflejado en una carta de la pianista Alicia de Larrocha , que entonces tenía 16 años, a una amiga. Está fechada en septiembre, y reflexiona: «No es del todo incomprensible el que después de una guerra en la que han destruido hogares, familias enteras, fortunas inmensas, y sobre todo la moral de infinidad de personas, no estuvieran para sesiones musicales ni para recepciones artisticas».

Todo ello no obstó para que otra futura gran artista comenzase ese mismo curso sus clases de canto en el Conservatorio del Liceo. Victoria de los Ángeles , en sus memorias, recuerda que desde su domicilio en la Universidad de Barcelona veía cómo se llevaban a los seminaristas para fusilarlos. Durante y después de la guerra, llegaron a su entorno el hambre, el estraperlo y la incertidumbre. «Me aparté mucho con la música», confesaba años después en una entrevista.

En Madrid, el Teatro Real había cerrado en 1925 y no volvería a acoger actividad musical estable hasta 1966, de modo que la ópera y los conciertos salpicaban la programación de teatros como los Capitol, Alcázar, Monumental y, sobre todo, el Español.

El entonces crítico de este diario, Regino Sáinz de la Maza –que también se estrenó, precisamente en 1939–, dejaba testimonio de las ganas de volver a la normalidad que se percibían en el público. Sobre la temporada en el Calderón, relataba: «El abono a ocho funciones de gala constituye un enorme éxito y la excepcional demanda de localidades hace esperar que se cubra totalmente».

Al mismo tiempo, la Asociación de Cultura Musical lograba llenar sus veladas musicales: «Han bastado tan sólo tres sesiones para que recobrara la brillantez y solemnidad habituales», contaba De la Maza, para añadir: «Se diría que la Humanidad se refugia en los dones bienhechores de la Música y busca asilo en ella ante la angustia y vacilación de estas horas que vive el mundo».

El género peor parado

La situación era similar en otros lugares del país. El compositor Jesús Guridi relataba en agosto al libretista Guillermo Fernández Shaw el éxito de las representaciones de su zarzuela «El caserío» en San Sebastián: «Se dieron no sé si nueve funciones, con llenos, siendo la salvación de la temporada. Fue enorme». Con todo, la zarzuela fue posiblemente el género peor parado de aquellos años. Pese a algunos éxitos, como el relatado por Guridi, tras la guerra nunca llegó a recobrar el esplendor de su época dorada.

En Barcelona, las dificultades quedan resumidas en una frase del empresario del Liceo, Juan Mestres, en un acta de la Sociedad del Gran Teatro de octubre de 1939. En ella describe lapidariamente la tarea de gestionar una programación con los recursos ínfimos del momento: «La empresa sobrepasa a todo valor y heroismo». Aun así, en diciembre lograron empezar la temporada, con el estreno en este teatro de la ópera «Goyescas», de Enrique Granados. El compositor y crítico del semanario «Destino», Xavier Montsalvatge, se hacía eco del éxito de público, pero también de la incertidumbre sobre el futuro inmediato. De la prevista actuación de Los Ballets de Monte-Carlo, observaba que podía haber «modificaciones impuestas por la guerra centroeuropea que, hasta la próxima primavera, puede ofrecer variaciones importantes imposibles de prever».

Las dificultades del Palau

Más compleja era la situación del Palau de la Música . El Orfeó Català, coro que hizo construir el edificio y que era su sostén económico, pasaba graves dificultades. Las actas de otoño de 1939 transcriben un tenso intercambio epistolar entre el presidente de la institución, Joaquín Renart, y el gobernador civil. En las cartas se apuntan dos temas de discusión. Por una parte, el cambio de denominación que las autoridades quieren imponer para suprimir el epíteto «catalán» al nombre del grupo. Por otra, se había permitido al Orfeó seguir sus actividades artísticas, pero prohibiendo que se cobraran cuotas a sus socios, lo que en la práctica hacía inviable su continuidad. El último acta, de octubre 1939, explica que se ha pedido una reunión con el gobernador. Después, silencio hasta octubre de 1945, cuando la institución logra retomar su actividad.

En resumen, los teatros y auditorios ya saben lo que es volver a poner la maquinaria en funcionamiento tras un parón forzoso. En 1939, la «nueva normalidad» era la posguerra, que traería consigo cuatro décadas de dictadura, músicos en el exilio (entre ellos, Falla y Gerhard) y un contexto de contienda mundial durante los primeros años. Y pese a ello, la música volvió a los escenarios. Mientras llegamos a ese punto, haremos bien en recordar las palabras de Sáinz de la Maza en su primera columna en este diario. La publicó el 6 de agosto de aquél mismo año: «No dejéis, amigos, de escuchar música; Dios la ha creado, como el aire y el sol, para deleite de todos los hombres. Y en estos tiempos difíciles puede serviros de gran consolación».

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