Lou Reed, de la mugre y la furia a la eternidad de rock and roll

El periodista estadounidense Anthony DeCurtis publica con «Lou Reed. Una vida», la biografía definitiva del artista neoyorquino

Detalle de la última foto de Lou Reed ABC

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Cada nuevo texto, ya se sabe, se presenta como definitivo y cada apunte biográfico nace con vocación de ser el que delimite a la perfección, negro sobre blanco, una carrera salpicada de luces y sombras; de aparatosos tropiezos en los bajos fondos del rock y ascensiones redentoras agarrado con uñas y dientes a las bondades espirituales de la filosofía oriental. Ocurrió hace un par de años con «Notes From the Velvet Underground: The Life of Lou Reed», libro que el periodista Howard Sounes intentó hacer pasar (sin demasiado éxito) por algo más que un furibundo ajuste de cuentas, y ocurre ahora con «Lou Reed. Una vida», minuciosa biografía que, esta vez sí, puede presumir de ser tan definitiva como definitoria. ¿La razón? Fácil: su autor, el periodista y profesor Anthony DeCurtis, fue uno de los pocos críticos de rock, por no decir el único , a los que el autor de «New York» y azote de plumillas balbucientes consideraba su amigo.

Una relación de primera mano que se traduce ahora, a seis años de la muerte del «ángel negro de Nueva York», en un libro que equilibra su leyenda más oscura, ese cóctel de morbo y malditismo al que tanto partido supo sacarle, con su faceta más humana y su inagotable ímpetu creativo. «Lou siempre se consideró un escritor y que yo tuviera un doctorado de Literatura estadounidense, escribiera para “Rolling Stone” y enseñara para un prestigioso colegio significaba mucho para él», recuerda DeCurtis en el prólogo de un libro que, reconoce, no hubiese existido de seguir Reed vivo. «Este libro no describe a Lou todo el tiempo como él quería verse a sí mismo. Aspectos de su vida sexual, de consumo de drogas, de su crueldad, de los que tanto se avergonzó y hasta quiso eliminar, están presentados aquí con el más mínimo detalle. Como también lo están su amabilidad, su talento, su visión y su genio», escribe.

Gozos y sombras

He aquí los gozos y las sombras de un artista que lo mismo le inyecta heroína por primera vez a su compinche en The Velvet Underground John Cale que, unas cuantas páginas más tarde, visita cada día en el hospital a su adorado Doc Pomus, compositor de culto que falleció de cáncer y al que Reed dedicó el sublime «Magic & Loss» (1992). Un juego de contrastes con el que el periodista neoyorquino aspira a dinamitar las semblanzas más simplistas, las mismas que le presentan como una gárgola malhumorada y politoxicómana que se mudó al más allá tarareando «Walk On The Wild Side», para inyectar a la leyenda nuevos matices. Un completo y exhaustivo vistazo a una vida que el músico neoyorquino vivió detrás de múltiples máscaras e infinidad de filtros. «¿Ser un hombre bueno? Eso sería un desastre. Es buscar problemas en vano. La gente piensa: “Oh, es un buen hombre, vamos a molestarlo”. En lugar de pensar: “¿Él? Olvídalo, está loco, te va a ahorcar”», recuerda DeCurtis que le explicó en una ocasión.

Es así como conocemos a Lewis Allan Reed, un crío nacido en 1942 en un barrio judío de clase media de Brooklyn que no tardó demasiado en desarrollar una ardorosa obsesión por el «oscuro, almizclado, meloso sonido líquido del rock and roll». Poco después llegarían los libros de Allan Ginsberg y William Burroughs, los primeros canutos de marihuana y unas pulsiones noctámbulas que le llevaron al Hay Loft, local frecuentado por las comunidades gays y lesbianas. Nacía así un sempiterno coqueteo con la ambigüedad sexual que sus padres intentaron frenar en seco y a lo bruto. Esto es: a base de un tratamiento electroconvulsivo. Su hermana Bunny recuerda cómo aquella experiencia marcó a Lou de forma irremediable. «Dañó tanto su memoria a corto plazo que toda su vida tuvo que luchar con problemas de retención», explica.

El de los electrochoques, de hecho, es sólo uno de los muchos capítulos que esta biografía ordena separando el grano de la paja mientras agavilla episodios cruciales como su accidentado paso por la Universidad de Siracusa; su admiración por Delmore Schwartz, profesor-escritor que amenazó con perseguirle desde la tumba si prostituía su talento poético; el fenomenal jaleo de «Do The Ostrich», su primer éxito para Pickwick Records; el nacimiento de The Velvet Underground como agrio y furioso reactivo a la esponjosidad lisérgica del pop de los sesenta…

Crecer en público

A partir de ahí, Reed empieza a crecer en público y encadena canciones insólitamente descarnadas como «Heroin» con relaciones cruciales como la que estableció con Andy Warhol, padrino involuntario de aquel big bang creativo que hizo agua cuando los egos de Cale y Reed se volvieron cada vez más inestables. También David Bowie, productor de «Transformer» (1972), es una pieza clave en la carrera en solitario aunque, como recuerda DeCurtis, su gloriosa alianza creativa duró poco. «Tuvieron un encontronazo público cuando Bowie le dijo a Reed que si quería volver a trabajar con él tenía que dejar las drogas», relata.

Estamos en los setenta, barra libre de excesos que forjaron la leyenda de Reed como rock and roll animal completamente desbocado. Es en esa época cuando se entretiene, como un «Virgilio de las pastillas y el cuero», escoltando a «amigos cuidadosamente elegidos» a través de «la selva de bares sexuales» a orillas del Hudson, o cuando graba algunos de los discos más devastadores de su carrera. Ahí está el escalofriante proceso de creación de «Berlin» (1973), álbum nacido de los escombros de su relación con Betty Kronstadt, su primera mujer. Tuvo que llegar Laurie Anderson años más tarde para que la bestia empezase a aplacarse y cambiase las noches en vela por el taichí.

Entretanto, se sucedían los discos y se producían encuentros imposibles (su insólita amistad con el expresidente checo Václav Havel) y colaboraciones impensables como ese «Lulu» que grabó con Metallica («sólo espera: será como “Berlin”», le dijo Bowie a Laurie Anderson en tono profético), pero si algo se mantuvo inalterable fue su pasión por el noble arte de los tres acordes. «Soy un graduado en la Universidad de Warhol, creo en el poder del punk», recuerda DeCurtis que dijo Reed el 3 de septiembre de 2013 en una de sus últimas apariciones públicas. Pocos días después, el 27 de octubre, fallecía tras haberse sometido a un trasplante de hígado.

Era domingo por la mañana y, como en esa «Sunday Morning» que escribió en 1967, el mundo estaba ahí detrás, esperando.

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