Reapertura del auditorio de la Fundación Juan March: la virtud de lo bien hecho
El pasado miércoles, la institución inauguró la reforma de este espacio, para alegría de la vida musical madrileña
Allá por 1975, faltando poco para que España se asomara a la democracia a través de lo que alguien calificó como «una operación de éxito», se inauguraba el auditorio de la Fundación Juan March en su sede de Madrid. La noticia ocupó algunas líneas en los periódicos. En ABC se decía que el espacio contaba con «posibilidades para un empleo múltiple: conciertos, conferencias, sesiones cinematográficas y teatrales…», y que un «órgano al fondo, buena acústica, visualidad, ‘confort’ y holgura son otras tantas virtudes».
Estaba a punto de inaugurarse, una planta más arriba, una exposición dedicada a óleos y acuarelas, dibujos, grabados, mosaicos y obra literaria de Oskar Kokoschka . Sonó, para empezar, «Superficie 4», segundo cuarteto de cuerda de Carmelo Bernaola , en un monográfico interpretado por el Grupo Koan , con dirección del autor. En los miércoles sucesivos se escucharon obras de Cristóbal Halfter, Tomás Marco y Luis de Pablo . Tras el nombre del grupo también se reunían músicos de la Orquesta de RTVE . Se explicaba en la crónica, breve, concisa, pero suficiente de Fernández-Cid, señalando que el nuevo auditorio de la March venía a sumar actividad musical a un ambiente en el que «los conciertos se suceden a ritmo tan ininterrumpido y en tan copiosa cantidad».
Hoy, algunas cosas han cambiado. El órgano del fondo está más alto, en el coro de la Basílica del Cerro de los Ángeles , porque la March lo ha regalado después de restaurarlo para que quedara en perfecto estado. La «buena» acústica se ha hecho mejor, más amable y expansiva y, a partir de ahora, muchos cantantes (ellos especialmente) se relajarán sintiendo cómo la voz corre por la sala con otra facilidad. Se sigue viendo igual de bien y el «confort» y holgura siendo siendo excepcionales.
El pasado miércoles, la Fundación Juan March inauguraba la reforma de este espacio, para alegría de la vida musical madrileña y alguna otra, si es que se tiene en cuenta, por ejemplo, la cobertura de muchos de los conciertos que desde la March se hace a través de la radio o de la web institucional. Lo que hasta ahora había sido un escenario con «posibilidades» amplía notablemente su dimensión, convirtiéndose en una pequeña sala sinfónica dotada de verdaderas prestaciones teatrales, una chácena suficiente y adaptable, zona de almacenaje, sala de ensayos, un estudio desde donde transmitir los conciertos… Musicalmente todo crece dentro de la Fundación March mientras que en el exterior de sus muros los conciertos ya no son tan abundantes ni la curiosidad de los aficionados tan acentuada.
Por eso es importante esta reforma que se ha producido al socaire de una programación musical que va haciéndose, poco a poco, más ambiciosa. En la última década, gracias al nervio investigador del director del programa musical, Miguel Ángel Marín , quien tiene un ojo puesto en las carencias del actual ecosistema musical y otro en las posibilidades de desarrollo de un ideario que ha permitido a la institución mantener incólumes sus señas de identidad. En 1975 había necesidad de estar al día, de colocarse en paralelo al mundo, de ganar tiempo al tiempo perdido. Aquellos compositores cuya música sonó en el recién inaugurado auditorio, por encima de la propia dimensión de su obra, eran referentes de un espíritu abierto y cosmopolita. Ahora, lo que sucede en España es equiparable, los repertorios musicales se han diversificado y entre ellos está el teatro musical , en concreto el de cámara que de forma natural puede instalarse en la March.
Hay una clara línea de futuro que no se puede obviar y que apunta, entre otras muchas trayectorias, a lo escénico, a lo visual, ya sea de nueva planta o como repertorio histórico recuperado . En cuatro décadas y media, han cambiado muchas cosas y el concierto del miércoles lo demuestra. Hay diferencias con el grupo Koan incluyendo a los propios instrumentistas de la Orquesta RTVE que participaron en aquella sesión. Los veteranos dejan paso a otros músicos más jóvenes. El último es el trompa Jesús Troya , quien saludó al final del concierto con motivo de su jubilación. Le aplaudieron los compañeros… y, al hacerlo, por fin sonrieron. Sorprende que una orquesta que está acostumbrada a trabajar delante de las cámaras y sabe lo que significa hacer espectáculo pueda estar en el escenario con la cara tan triste. Ni la ocasión y la música que interpretaron invitaba a ello.
Resultado escaso
Quizá los músicos estaban enojados consigo mismo a causa de la actuación poco refinada que ofrecieron bajo la batuta de Lucas Macías. Sonaron brillantes fanfarrias desde el palco superior del auditorio, desde el fondo del escenario y, aún, en el vestíbulo de la sala durante el descanso. Eran músicas de Stravinski, Benjamin Britten, Paul Dukas y Aaron Copland . Completando la primera parte se escuchó la «Sinfonietta» de Ernesto Halffter, y lo que debería haber sido la primera prueba de esfuerzo para la sala se convirtió en la primera dura travesía de la orquesta. Hubo falta de conjunción, aspereza en el sonido, dificultad por establecer una coherencia interna entre planos. Y aún faltó garra, emoción, disposición de ánimo y ganas. La dificultad de la obra de Halffter es evidente si se observa desde la «depuración de la escritura, capacidad sintética y necesidad de expresión», según señaló Adolfo Salazar en uno de sus elogiosos textos sobre el autor. Con estas premisas sobre la mesa, el resultado obtenido el miércoles fue escaso.
Cerrando el programa se escuchó la sinfónica italiana, incluida en un programa cuyo argumento global tenía cierta dislocación. Este mes, Pablo L. Rodríguez hace una amplia entrevista a Lucas Macías en la revista Scherzo. A punto de ingresar como titular de la Oviedo Filarmonía , cuenta sus orígenes como oboísta en grandes orquestas europeas y su paso a la dirección de orquesta de una manera natural, tras haber estado cerca de importantes directores. La huella del último Abbado , maduro, reflexivo y contemplativo, es evidente en el gesto; la experiencia como músico de atril se nota en la actitud un punto condescendiente. Macías dirigió la sinfonía de Mendelssohn con una gestualidad amable, más expresiva que exacta, ante una orquesta que reclamaba orden y precisión.
A partir de aquí quedó la buena voluntad de una versión demasiado añeja y poco sensata. Los inconvenientes de la orquesta afloraron con demasiada crudeza, ya fuera el desajuste en muchos encuentros, la deficiente afinación en pasajes solistas o la falta de coherencia interna. Pero hubo muchos y abundantes aplausos. Incluso alguna aclamación. En el ambiente flotaba una lógica emoción. La sensación de estar estrenando algo que merecerá la pena. El reformado auditorio de la March es un espacio de importancia para toda la buena música que ha de venir a partir de ahora.