¿Quién estuvo mejor en su concierto en España: Dylan o Knopler?

Ayer fue un día especial para la música para nosotros puesto que iniciaron gira en distintos lugares de nuestra geografía dos de los más grandes artistas de la historia del rock y el folk mundial

Montaje con imágenes de Knopfler (izq) y Dylan ABC

David Morán / Arcardio Arienza Falcón

Ayer fue un día especial para la música en España puesto que iniciaron gira en distintos lugares de nuestra geografía dos de los más grandes artistas de la historia del rock y el folk, dos auténticas leyendas vivas. Hablamos de Bob Dylan y de Mark Knopfler , que además este último se despide de los escenarios.

ABC ha estado en ambas citas, por supuesto, para ser testigos una vez más de las andanzas de estos veteranos genios por nuestra entusiasta tierra en la que, según palabras de Bruce Springsteen , es casi terapéutico venir para un grupo puesto que enardecemos su autoestima. Sin más dilación, aquí vienen las dos crónicas de los conciertos, de Arcadio Arienza Falcón y de David Morán sobre Dylan y Knopfler respectivamente. Y una pregunta que dejamos que sobrevuele: ¿quién estuvo mejor?

Bob Dylan: El Nobel sienta cátedra en Pamplona

Con la potente «Things have changed», canción que le valió su primer y único Óscar, arrancó anoche Bob Dylan en el pabellón Navarra Arena de Pamplona su gira de 8 fechas por España. Arropado por su fiel banda de 4 (bajo, guitarra, batería y un multi-instrumentista capaz de tocar casi cualquier instrumento), Dylan permance al piano durante las 2 horas de concierto.

Equipado con armónica y su voz rota , trae a nuestro país un repertorio cargado de canciones originales, desechando las versiones de Standards del repertorio americano a las que nos tenía acostumbrados en los últimos años.

Tras un enérgico comienzo que enciende al respetable, Dylan se lanza con uno de sus clásicos olvidados, «It Ain’t me Babe», un himno al desamor hoy interpretado como una balada lenta y melancólica en la que Dylan improvisa sobre el piano sin florituras pero con clase. Sigue «Highway 61 Revisited» , uno de los pocos temas que Dylan conserva tal y como fue grabado en disco; un rock and roll clásico en el que se puede apreciar en su voz la enorme influencia que ejercieron sobre él los «Bluesmen» de Chicago; Muddy Waters principalmente.

Destaca especialmente la presencia de dos temas en el setlist: «Like a Rolling Stone» y «Don’t Think Twice, it’s Alright». Frecuentemente olvidadas por el americano, las dos han vuelto para quedarse en este 2019, aunque uno nunca puede estar seguro de nada con Bob Dylan... «Like a Rolling Stone» abandona esa electricidad con la que fue concebida para convertirse en un puente entre el Rock y el Gospel , con una sección rubato (sin tempo) que añade más misterio aún a la pregunta que tanto musicólogo ha intentado resolver: ¿Qué es esta canción?

En «Don’t Think Twice» nos regala algo aún más original. Arreglándola al más puro estilo Sinatra, la banda desaparece por completo (excepto el contrabajo tocado con arco) dejando a Dylan sólo con su piano. Con convicción reconstruye el tema para crear un sonido etéreo: desaparecen la armonía y el ritmo. Con su voz como única referencia (muy apropiadamente se bajan las luces, permaneciendo un foco sobre su rostro), la canción es un ejercicio de tensión y desenlace, uno de los principios básicos del arte. Acelera sin trastabillar; frena en seco. Recita. Arranca en una nueva dirección, hace un tirabuzón en el aire y vuelve al punto de partida... Toda una clase maestra de técnica vocal.

Bob Dylan ha comentado muchas veces que la persona más importante en su banda es el batería. Si uno escucha en directo cómo se mueven la voz de Dylan y la batería de George Recile, observa que dialogan. Cuando Dylan gruñe en «Scarlet Town», George responde con golpes secos de bombo... Cuando Dylan recita en la sutil, y casi cursi «Trying to get to Heaven», Recile responde con síncopas sobre los platillos, envolviendo su voz en un manto sonoro. Buena versión también de «Make you feel my love», que Dylan canta de forma muy emocional, influido sin duda por Adele, quien la ha convertido en un clásico moderno .

El Nobel de Literatura continúa el concierto jugando al escondite en «Simple Twist of Fate», con sencillos pero efectivos solos de armónica que hacen las delicias del público, y la desconocida «When I Paint my Masterpiece», extraída del disco «Self Portrait» de 1970. Mención especial para el guitarrista Charlie Sexton, que durante todo el concierto toca con exquisitez motivos rítmicos y arreglos sencillos, rellenando todo ese espacio al que nadie presta atención aunque, paradójicamente, sea donde se hace realmente la música.

Uno sólo puede imaginarse lo complicado que debe ser elegir 20 canciones cuando has escrito más de 400... A pesar de ese vasto catálogo, Dylan demuestra que no se relaja al incluir 4 canciones de su último álbum de temas originales, «Tempest» (2012). Destacan la indescifrable Pay in Blood (»I pay in blood but not my own») donde Dylan alterna entre bramidos y susurros y «Soon After Midnight», una de las mejores baladas jamás escritas (en la opinión de este humilde cronista).

Zimmerman, como cualquier mago, deja su mejor truco para el final.

Una versión desnuda de «Blowin’ in the Wind» y la rehabilitada «It takes a lot to laugh, it takes a train to cry» cerraron un concierto sobresaliente en el que Bob Dylan no se dirige al público ni una vez. Si Dylan continúa en la carretera no es por los fans ni el dinero; sino por llegar lo más lejos posible en una lucha a contrarreloj contra la muerte... Por el Arte.

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Mark Knopfler: El sultán se despide del swing

(Concierto en Barcelona)

A estas alturas, a punto de entrar ya en su apacible y sosegada séptima década de vida, Mark Knopfler suma más años de carrera en solitario que los que compartió con su hermanos de armas al frente de Dire Straits. También su discografía como solista empieza a ser bastante más abultada que la de su antigua banda (y eso sin contar las bandas sonoras, capítulo que descuadra definitivamente cualquier equilibrio de fuerzas), pero de poco sirven los números absolutos cuando cada paso al frente, cada nuevo envite por cuenta propia, azuza la memoria de los sultanes del swing y despierta el fantasma de la banda de los 120 millones de discos vendidos. Ya saben: get your money for nothin’ and your chicks for free.

El inglés, es cierto, lleva más de dos décadas haciendo lo que le viene en gana con discos que, a fuerza de arrimarse al folk, al country y, en fin, a otras músicas de perfiles más mansos, han acabado por alejarlo cada vez más del rock de gran formato y de ventas estratosféricas de Dire Straits , pero en cuanto anuncia gira y pone un pie en el escenario, el pasado sale a su encuentro. Lo sabe el público y lo sabe también el propio Knopfler, que lo mismo le coloca a las botellas de la ginebra que acaba de lanzar junto a la destilería Portobello Road una diminuta cinta roja, remedo de la que él mismo lucía con orgullo kitsch en los ochenta, que desliza viejos clásicos aquí y allá para contentar a todo el mundo y apuntalar una leyenda que, para qué engañarse, no sería lo mismo sin robustos pilares como «Your Latest Trick» o «Money For Nothing».

Así fue en su última visita de hace cuatro años y así fue también anoche que, en el estreno de la gira mundial de presentación de «Down The Road Wherever», Knopfler sorprendió a las 13.000 personas que casi llenaban el Palau Sant Jordi -formato acondicionado, con todo el público sentado- anunciando su retirada, por lo menos de los directos. «Esto es también un adiós» , dijo al poco de salir al escenario y transformar una vez más, la última ya, su imponente colección de guitarras en infalible brújula de una noche de himnos añejos y jugosos vistazos a toda su carrera alargados durante dos horas y media.

«Ahora soy un hombre viejo»

«Ha pasado mucho tiempo. Ahora soy un hombre viejo, así que quiero agradeceros que hayáis venido a saludar », bromeó el escocés justo después de que los pellizcos eléctricos y aromas celtas de «Why Aye Man», rescate de «The Ragpicker’s Dream» generosamente dilatado, anticipasen lo que estaba por venir. A saber: frondosos desarrollos instrumentales, un guión de naturaleza mutante y algo más de músculo rítmico que en anteriores ocasiones.

Ahí estaba su guitarra, maniobrando entre una decena larga de músicos y virando hacia el funk oxidado de «Nobody Does That», domeñando el blues rugoso y eléctrico de «Corned Beef City» y bajándole las revoluciones a la noche con los vapores de «Sailing To Philadelphia» mientras, pellizco a pellizco, se preparaba para engrasar la memoria de cada uno con los clásicos «Once Upon a Time In The West» y «Romeo And Juliet».

Palabras mayores celebradas como escaños inesperados tras las que Knopfler tomó asiento y se dio un respiro como guitar hero gimnástico para mimar la épica doméstica y minúscula de «Matchstick Man», recordar con «Done With Bonaparte» su estreno en solitario y buscarle las cosquillas a Tom Waits con una quebradiza «Heart Full Of Holes». Sobre el escenario, camisa de un discreto azul marino y gafas como de profesor universitario, la cara y la cruz de una leyenda que lo mismo toma impulso en el inconfundible saxofón de «Your Latest Trick» que se tira de cabeza al jolgorio latino y huracanado de «Postcards From Paraguay».

Los punteos cristalinos, casi traslúcidos, de «On Every Street», y el malabarismo a ratos excesivo de «Speedway At Nazareth» caldearon un poco más los ánimos y abrieron las puertas a una torrencial y desbordante «Telegraph Road» tras la que, ya en los bises, llegó el delirio. Esto es: el inconfundible riff asmático de «Money For Nothing» y sus aún más inconfundibles coros finales y el éxtasis instrumental, guitarra y saxofón batiéndose en duelo, de«Going Home», inmejorable manera de demostrar que ni siquiera en una despedida como esta, con visos de ser la definitiva, necesita Mark Knopfler de demasiadas palabras. Le basta con acariciar los trastes,deslizarse a través de las cuerdas y, en fin, exprimir unos cuantos arpegios mientras recoloca ese retrovisor al que, por más que no quiera prestar demasiada atención, siempre realzará su cara más heroica y legendaria. La misma que, una vez más, la última ya, paseó anoche por el Palau Sant Jordi de Barcelona.

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