Flamenco

Ay, querido hermano al que nunca nada bueno escribieron

El pasado 5 de septiembre se celebró el Día del Hermano, una figura que en la música solo aparece en la desgracia

El Cabrero, quien canta el fandango 'Sus hermanos lo devoran', con Rafael El Cabeza ABC

Luis Ybarra Ramírez

La primera acepción del amor que se recoge en la RAE dice así: «Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser». Habla de carencias que casi podrían acabar en celos. De dependencia. De pérdida, en el fondo. Y de la necesidad de complementarse con el otro, también. Pero el amor, «quien lo probó lo sabe», no cabe en un par de renglones. Tan inabarcable es que se escapa. Tan sencillo e inexplicable resulta que nunca está del todo perfilado. Ocurre y atrapa. Y se manifiesta, desde luego, en decenas de formas y variantes. El niño ama a sus padres, por eso tiene la creencia firme de que nunca se marchará de casa, en la vida, bajo ningún concepto. El adolescente, que igualmente los ama, se esfuma tiempo después, con el mismo corazón, pero distinto sentimiento. El hombre, a veces, regresa, porque sigue amando a sus mayores y busca a ese niño que perdió. Se ama a los hijos y a los padres, a los abuelos, a los nietos. A los amigos, también. A las parejas, donde la RAE ha clavado su bandera. Y se ama, por último, a quien menos se dice: a los hermanos . El pasado 5 de septiembre se celebró en varios países del mundo un día para conmemorarlo, por aquello de colmar el calendario de citas que por un momento traten de significar algo. Un día para el hermano. Unas horas para suplir al resto que se desecharon.

El amor de hermano no es un tabú, sino una evidencia que no se verbaliza. No se les escribe a los hermanos. No se les canta en exceso en la tradición popular . Su día, al contrario que el del padre y de la madre, yace encerrado en un cajón, lejos de las superficies comerciales. El hermano simplemente está ahí y no importa. Es mi hermano. Se sabe. Se entiende. Pero no se dice. Eso jamás. O muy poco, lector, muy poco se dice 'te quiero' a un hermano.

En el flamenco, esta figura aparece siempre entre postreros estertores. Agonizando, asesinando, en el presidio, en el rechazo. Todo es muerte y frustración cuando surge el hermano. Desgracia suprema, final, prostitución. La copla tiene a la madre en un espacio idealizado. Al hermano, en el rincón de las lamentaciones. Cuando la vida aprieta, sin embargo, sí se recurre a él, casi como un último recurso. Así se canta por soleá en Triana: «Si no fuera por mi hermano/me hubiera muerto de hambre./Nunca le faltó a mi hermano/cachito de pan que darme» . Y las semblanzas, como a menudo ocurre, llegan a posteriori. Todo es sombra en la garganta de Pepe de Lucía cuando clama por Paco. Lo mismo pasa con la del Pijote, hermano de Camarón, que evoca a gritos al desaparecido genio de su casa. Ezequiel Benítez, un joven cantaor jerezano de rostro aniñado y fondo remoto, le dedica al suyo una pieza de enorme ternura. Sencilla, con letra directa y afán popular: «Sin ti me encuentro tan solo/sin ti me cuesta caminar/y te canto esta milonga/porque cantarte es amar».

El Cabrero y los lobos

Para romper la fórmula siempre estuvo Fernanda de Utrera con un piropo entre los dientes: «Tengo una gran fantasía/como mi hermana Bernanda/nadie cantará en la vida». Al Chocolate , por su parte, lo llamó su hermano por malagueñas a las dos de la mañana para anunciar el fallecimiento de su madre, igual que a Manolo Vargas, en ese mismo estilo de Enrique El Mellizo. Más negrura. Desdicha a raudales. Agujetas, por bulerías , se encontró en la mala vida con su hermana, a quien no reconoció en un principio. Y El Cabrero , por fandangos, se traslada al mundo de los canes para recordarnos la vileza que habita en este hórrido planeta: los lobos devoran a sus semejantes cuando están heridos. De pronto todo está mal cuando aparece la palabra. Alguien va a morir o está muerto. Lo negativo inunda los caños del pentagrama. La vida gime desde una llamarada. Se produce la deflagración y después se agota.

Los hermanos son también reflejos de lo que queremos ser, proyecciones de nuestro anhelo : «Mi Amparo, la rosa./Mi Curro, el clavel./El espejo donde yo me miro,/mi hermano Manuel», dice la seguirilla. Pero en la música jonda son ayeos, más que caricias. Días callados frente a una televisión. Gestos que a menudo suplen el verbo. Muerte o nada. Y, ay, querido hermano, que habiendo querido tanto no lo hayamos confesado… Que la sangre compartida no se junte para hablarse, ay. Que un montón de letras paladeaban el amor y ninguna era para ti. O no llegó a tiempo.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación