Quejíos desde los balcones de Pamplona

Arcángel, Montse Cortés y Jerónimo Maya conquistan a los transeúntes desde las balaustradas más emblemáticas de la ciudad

Arcángel en su actuación en un balcón del hotel La Perla Javir Fergo

DAVID CALZADO

Si las enraizadas estructuras musicales del flamenco dejan poco margen a la innovación, al menos que se pueda innovar en la maneras de degustarlo. El cante y el toque puede deleitar en el cuarto de los cabales, en un teatro, una peña…. o en un balcón. Flamenco en los balcones -que ya se viene haciendo de Cádiz en los últimos años- es la gran novedad del Festival Flamenco On Fire , el evento que durante unos días convierte a Pamplona en la meca de lo jondo. El responsable de ello es Miguel Morán -durante 15 años director del Festival Internacional de Benicasim -, que ha cambiado las vanguardias por la raíz. «Pensábamos, junto con los responsables del Ayuntamiento (actualmente gobernado por EH Bildu), que era una manera de acercar el ciclo a la calle. Este formato ayuda a romper los prejuicios que hay con el flamenco», comenta Morán, al que la afición por el cante le viene de los tiempos en los que fue camarero del tablao Casa Patas .

El flamenco viene a Pamplona porque el norte recibe desde siempre de manera entregada a los buenos profesionales del género y porque aquí nació Agustín Castellón , el Niño de las Habicas, el guitarrista que se fue a Nueva York para no pasarse la vida comiendo habas. Son las 12 de la mañana en la calle Mañueca, donde vino al mundo este músico, universalmente conocido como Sabicas . Frente al balcón que hay encima de la pescadería varios cientos de personas jalean los rasgueos supersónicos de Jerónimo Maya . El sonido de la barriada madrileña de Caño Roto corta el tráfico e impide que las señoras del barrio alcancen la entrada del Mercado de Santo Domingo . Alguna se queja ante tal intromisión pero pronto se amansa con la música.

Jero Maya fue el niño (prodigio, decían) elegido en su día para homenajear a Sabicas en el Carnegie Hall, junto a Paco de Lucia y Enrique Morente . Aunque se le veía aprisionado entre barrotes, Jerónimo asegura haberse sentido muy cómodo. «Siempre tengo al maestro en mi corazón y en mi cabeza. Con 11 años ya vine a Pamplona con Manolo Sanlúcar a otro homenaje. Es un privilegio volver a tocar aquí».

El final de este microconcierto de 30 minutos casi se solapa con el siguiente. El sol que cae a plomo ha dejado desierto el centro de la plaza del Ayuntamiento, esa que siempre vemos a rebosar en los días del chupinazo. Poco a poco, el inconfundible eco gitano de Montse Cortés va sumando adeptos. Mientras se escucha a Montse, la mirada se vuelve, por pura supervivencia, hacia la cuesta de Santo Domingo por si algún toro de San Fermín se ha quedado rezagado. Pero cuando la catalana canta por alegrías «La Hija de la Paula no es de mi rango/ ella tiene un cortijo y yo voy descalzo» se pasan los miedos y el calor. Luca, italiano que viaja de Santiago a Milán por carretera, recibe alucinado el regalo que acaba de encontrarse. «No lo esperábamos. ¿Mañana también hay?», pregunta emocionado. Mañana también, pero mejor si cruza la calle ahora y escucha a Arcángel desde el balcón del hotel La Perla , célebre por ser la casa de Hemingway en Navarra.

Paco Arcángel ya triunfó hace un par de noches en este festival con su propuesta con las voces búlgaras y hace no mucho, en el Teatro Real. Hoy le toca hacerlo en un balcón al sol, a la una y media del medio día, pero el reto es el mismo, emocionar de principio a fin. Ha planteado el concierto sin respiro, enlazando cada tema sin esperar el aplauso, desde el pregón de los caramelos del Negro del Puerto a la Aurora de Nueva York de Morente, pasando por la granaína con abandolaos o los tangos. Casi media hora seguida de cante y toque magistral. Dani de Morón anda preocupado por el sol pegando en la guitarra pero entrega cada falseta mirando entre las rejas a su cantaor. Ante la insistencia, Arcángel regala una serie de fandangos que los pamplonicas, que ya llevan mucho flamenco escuchado, jalean a un tiempo, como si la Plaza del Castillo fuese la peña flamenca de Alosno. Para el artista onubense solo hay una manera de definir esta experiencia: «el pueblo dentro del flamenco», nos dice. Ay, si Hemingway y Sabicas lo hubiesen pillado.

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