Plácido Domingo y Davinia Rodríguez triunfan en Viena con «MacBeth»
La soprano incorpora el difícil papel de Lady MacBeth a su repertorio
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Ver a Plácido Domingo en su ahora consagrada faceta de barítono es siempre un placer: esta leyenda viva de la ópera hace un par de años que ha hecho suyo el papel protagonista del «Macbeth» de Verdi y sabe exactamente cómo llevárselo a su terreno para impactar. Así lo hizo aquí en Viena (con las entradas agotadas desde hace meses ), aplicando toda su sabiduría teatral a un papel que le va como anillo al dedo por temperamento y que en tres meses ha cantado en tres nuevas producciones en tres continentes (Pequín, Los Ángeles y Viena). Vocalmente se le escuchó en gran forma, sin ahorrarse arrebatos expresivos: como siempre, dándolo todo.
Pero tan impresionante como la creación de Domingo resultó ser la del segundo intérprete español que comparecía en el escenario del Theater an der Wien: la soprano canaria Davinia Rodríguez. Desde los tiempos de la recordada Ángeles Gulín, toda una fuerza de la naturaleza, ninguna soprano española se había atrevido a incorporar a su repertorio el temible papel de Lady Macbeth . Rodríguez lo hizo suyo aplicando su voz oscura, tan rara como especial, única, potente en el agudo, de coloratura perfecta, fascinante en el centro y segura en esos graves profundos como cavernas. Su belleza física y su actitud de demente en el escenario -siempre controlada- aportó enteros al perfil de su personaje, creando un rol que quedará en la memoria del público que en el estreno la ovacionó casi tanto como a Domingo al entregarlo todo en escena. Lástima que esta gran artista no se prodigue más en los teatros españoles y haya que viajar al extranjero para verla en acción.
Sonoro y con un cansino «vibrato» el Banquo de Stefan Kocan y maravilloso en su escena el Macduff del mexicano Arturo Chacón-Cruz, también muy aplaudido.
Magnífica la labor desde el podio de Bertrand de Billy -exdirector musical del Liceu barcelonés-, pasional y teatral, ante unos Wiener Symphoniker tan aseados como incisivos; curiosa la producción de Roland Geyer -con ratas vivas incluidas- y fantástico el Coro Arnold Schoenberg. El público decretó un éxito memorable que acabó siendo todo un orgullo latino.
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