Philip Glass: «La música es un lugar tan real como Madrid y Chicago»
El padre del minimalismo desembarca en el Palau de la Música de Barcelona
Hace ya más de dos años que el compositor estadounidense Philip Glass cumplió los ochenta y aún sigue de gira por todo el mundo para celebrarlo. En la presente temporada, el Palau de la Música de Barcelona lo tiene como compositor residente, y esta semana la colaboración llega a su punto álgido.
Hoy subirá al escenario para interpretar su propia obra para piano y el próximo lunes se podrá escuchar su ópera «Einstein on the beach» a cargo del Collegium Vocale Gent con la participación de Suzanne Vega. Ayer atendió a los medios de comunicación recién llegado de París, ciudad que ha organizado un «Fin de semana Philip Glass».
En el concierto de hoy participan, además del propio compositor, dos pianistas que cuentan con su beneplácito, Anton Batagov y Maki Namekawa. Glass bromea: «Confío en que toquen mejor que yo, por eso los invito a que lo hagan». Y es que él empezó a estudiar en serio el piano relativamente tarde. De hecho, sus «Estudios» para piano se dividen entre los que escribió para interpretar él mismo y los que escribió, consciente de sus limitaciones, para lucimiento de otros. «Con los años he ido apreciando cada vez más la gran creatividad que los intérpretes pueden aportar a las obras», explica haciendo de la necesidad virtud.
Fiel a su estilo
El padre del minimalismo musical –por más que se empeñe en decir que este hijo no es suyo– se ha mantenido fiel a su estilo durante décadas. Ahora Glass centra su interés en la conexión que la música facilita entre las personas. «He grabado discos con músicos huicholes de México que no habían visto nunca un piano, y con los que no teníamos otro idioma que la música para comunicarnos, porque no hablaban ni español», explica a modo de ejemplo. «Aprendo mucho de ellos: en la música es importante lo que sabes, pero también es muy importante ser consciente de lo que no sabes», concluye.
Intelectual, genio de la música y filósofo para unos; compositor con más márqueting que ideas relevantes para otros, Glass es una celebridad viva en un campo en el que pocos gozan de tanto reconocimiento y popularidad. Las entradas para el concierto de hoy están agotadas desde hace días, y quedan pocas para escuchar su ópera. Y eso que dura tres horas y veinte, sin entreactos, porque él mismo pide que se dejen abiertas las puertas para que el público pueda ir entrando y saliendo de la sala a su antojo.
Con todo, todo buen divo siempre encuentra espacio para lamentarse, y en un arrebato espeta: «Ahora la inspiración me viene más de la pintura que de la música. Me he separado bastante de las instituciones musicales, hemos llegado a un punto de ignorancia mutua que es muy buena para ambas partes». Nótese que lo dice –para estupor de sus anfitriones– en una sala que en esta temporada ha programado once conciertos con veinticinco de sus obras.
«Los músicos vivimos entre dos mundos, y el de la creatividad está conectado con el de los sueños», añadió antes de despedirse un creador para quien la música, más que un sentimiento, es algo mucho más concreto. «La música es un lugar, un lugar tan real como Chicago o Madrid», sostiene.