Phil Collins: «La gente dejó de comprar discos porque no eran suficientemente buenos»
El músico británico, que hoy cumple 65 años, reedita sus obras maestras y sopesa volver: «Debo meditar si puedo hacerlo tan bien como antes»
Pues no, no se le nota. Ni los más de cien millones de discos vendidos, ni los años de exilio fiscal en la Suiza más exquisita, ni su fortuna de 150 millones de euros. El londinense Phil Collins, al que justo hoy le caen los 65, es la tranquilidad personificada , adornada por la afabilidad y la modestia. Sorprende su tamaño (es pequeñín) y su robustez, con pecho ancho y unos brazos fornidos, inesperados en quien ya no puede tocar la batería por daños en las vértebras y otros achaques. La alopecia de sus dorados ochenta evolucionó a cráneo al aire, gasta gafas sin montura y cojea, porque hace poco ha sufrido una caída con ingreso hospitalario. Pero en el ventoso viernes de la tarde londinense se le ve bien conservado, ataviado con una camiseta de leñador y unos vaqueros sin gracia. Phil, una enorme estrella del pop, conserva ese aire próximo a lo fontanero de la puerta de al lado.
Ahora vive en Miami y se ha ganado sus millones . A los 14 ya era niño-actor. A los 19 tocaba la batería en Génesis y luego se comió el mundo, la apoteosis del hombre-gris. El pasado otoño soltó esta metáfora-anuncio: «El caballo está fuera del establo y con ganas de salir». Era su anuncio de que se planteaba volver al negocio tras su retirada de marzo de 2011, cuando en su vida se cruzaron la resaca de un tercer divorcio mal digerido, los problemas de salud y la botella («a las once de la mañana ponía la tele para ver el críquet y abría una botella de vino, y luego podía seguir con vodka»). El músico presenta la edición remasterizada de su obra maestra de 1981, «Face Value», que vendió 14 millones de discos y expurgaba el dolor de su divorcio con Andrea (que tuvo el mal gusto de plantarlo por su decorador). También reedita su infravalorado disco un poco jazz de 1993, «Both Sides», del que está muy orgulloso. Seguirán seis más. Si la acogida es buena, se plantearía volver a grabar y a las tablas.
—Gracias. Esta semana aparecía usted en la portada de «The Times» y los titulares eran que no se divorció por fax de una de sus mujeres y que no es tory. ¿Le sorprende que ya no se hable de su música?
—Hoy todo es un show. Hace treinta años le decías algo a un periodista y eso era el final de la historia, acababa ahí. Ahora dices algo y da la vuelta al mundo: que si se divorció por fax, que si es tory, que cuánto dinero pagó a sus ex mujeres… Estoy harto de ver reportajes con las fotos de mis tres mujeres, cansado de todo eso.
—¿Piensa grabar música nueva tras las reediciones?
—Por ahora es solo esto. Al final de las reediciones publicaré también mi autobiografía. No sé si haré nuevas canciones, puede que sí, pero no han llegado todavía.
—Durante mucho tiempo, usted ha sido ejemplo de lo que se llama «un placer culpable». No quedaba nada bien decir: «Me gusta Phil Collins». Parece que eso se está invirtiendo.
—Exactamente. Ahora sienten afecto por mí. Al reeditar estos discos, la gente recordaba «Face Value», pero no «Both Sides». Al volver a escucharlo me dicen: «¡Vaya! Si es muy bueno». Espero que los chavales me descubran y los mayores me redescubran.
—¿Qué ha disfrutado más en su vida: cantar, tocar la batería, componer?
—Escribir canciones, sin duda.
—Estos dos discos salieron de divorcios. ¿El sufrimiento es creativo?
—No lo creo. Simplemente es como ocurren las cosas. Para mí, por ejemplo, la clave al escribir canciones es lo que pasa cuando pones tus manos en el teclado. Suena bien, sigues… Lo principal es el sentimiento cuando estoy tocando. Pero puedo estar feliz y escribir una canción triste.
—Si me dicen ahora que me cambie por usted igual firmaba: artista consagrado, unos hijos estupendos, vive al sol de Miami en la antigua mansión de Jennifer Lopez, es millonario para varias vidas… Pero siempre parece rodearlo la tristeza, o la insatisfacción ¿Qué es lo que no funciona?
—Ja ja ja. Bueno, hoy en día soy feliz. Estoy cansado pero feliz. Lo más importante para mí ahora es que estoy viviendo con mis niños en Miami, porque he vuelto con mi tercera mujer, Orianne. Me hace muy feliz ser padre. Hace diez años sentí que tenía que parar, porque las cosas se habían vuelto muy complicadas. En 2008 mi familia se fue a Miami y en vez de vivir a diez minutos de mis hijos pasé a tenerlos a diez horas. Empecé a pasar mucho tiempo en Nueva York, bebí demasiado, me deprimí, mi mano dejó de funcionar, los problemas de salud…
—¿Cómo está?
—Bueno, he tocado la batería durante casi sesenta años de este modo [se encorva y hace que toca]. Tu espalda acaba herida. Lo pagas.
—Pero se le ve rocoso. ¿Es carne de gimnasio?
—No, lo que hago es fisioterapia, por esto [se levanta el pantalón y muestra un tobillo anclado por unos hierros]. La espalda está mucho mejor, pero un pie se me quedó dormido y me caí y me lo rompí. Y ahora viene lo bueno: en el hospital me caí otra vez y me hice otra fractura. Ando con este bastón, por lo del pie. Mala suerte.
—Acaba de morir Bowie. Asombra la cantidad de jóvenes ingleses de los sesenta-setenta que se comieron el mundo saliendo de los suburbios.
—Los españoles valoráis mucho eso. Es extraño, sí, la música inglesa está en todas partes, pero se debe al inglés. Tú editas en Inglaterra una gran canción en español y jamás funcionará, porque la gente cree que tiene que ser en inglés. Sin embargo he vivido mucho en Suiza y allí veía la televisión francesa y es asombrosa la cantidad de música buena que tienen. Pero se queda allí. Es muy arrogante por parte de los anglosajones.
—¿Qué le dice la palabra España?
—He tocado allí varias veces. Me acuerdo a finales de los sesenta, todavía con Franco, pasé un par de semanas en Madrid tocando en un club que se llamaba el Picadilly y aprendí a decir algo: «Albooóndigas», ja, ja, me encantaban. También conozco a Gaudí, claro. Pero he tenido que viajar tanto con las giras que las vacaciones para mí son estar en casa, no ir por ahí.
—¿Qué piensa del referéndum sobre la UE? ¿Quiere que el Reino Unido se quede?
—Me faltan conocimientos, preparación.
—Bueno, usted es un hombre inteligente que ha vivido en la Europa continental… No se escaquee.
—Hay que pensar bien las ramificaciones del tema. Puede que Inglaterra se crea más importante de lo que hoy es. Sería más pequeña fuera de la UE. ¿Debe seguir en ella? Realmente no lo sé.
—Cuando usted se retiró aún se vendían discos a mares. ¿El streaming ha fulminado a los artistas?
—Yo soy un afortunado. Pero para mí el problema empezó con el CD, porque solo tienen una cara, todas las canciones están en un lado. Y con el álbum le dabas la vuelta. Parece una chorrada, pero obligaba a poner buenas canciones abriendo y cerrando las dos caras. Los artistas dejaron de preocuparse de las canciones siete, ocho, nueve, once… La gente dejó de comprar discos porque no eran lo suficientemente buenos, así que se fueron a iTunes a comprar canciones sueltas. La manera de escuchar música cambió. La gente que escucha ahora estos viejos discos se asombra de su calidad.
—¿Le agrada ver a mitos de los sesenta en las tablas, Dylan, Stones, o estarían mejor en zapatillas en casa?
—Depende. Dylan es algo totalmente distinto a lo que fue. Pero los Stones… Uff. Los he visto y ahí siguen, esa cosa, esa energía, Jagger, Richards, la gente los adora… Yo, por ejemplo, antes de volver tengo que meditar muy en serio si lo puedo hacer tan bien como lo hacía. Mi voz está bien, eso sí. Pero…
—¿Echa de menos los días de copas y chicas guapas?
—¿Chicas guapas? ¡Pero si he estado casado toda mi vida!
—Es usted eso que un amigo mío define como «sucesivamente monógamo».
—Algo de eso puede haber, ja ja. Lo que sí echo de menos un poco son los shows. A veces mis hijos entran en YouTube y ponen alguno de mis viejos conciertos y los veo con ellos y me digo: «¡Anda!, esto es bueno, lo podría hacer otra vez». Quién sabe…