Pearl Jam sacude el Sant Jordi con una descarga de clásicos crispados
La banda de Seattle selló su regreso a Barcelona doce años después con una arrolladora actuación
Tantas veces hemos intentando meterlos a empellones en el reluciente sarcófago del grunge que ver a Eddie Vedder subiéndose a lomos de «Alive» y masticando por millonésima vez ese i’m still alive tiene algo de justicia poética. Porque, en efecto, Pearl Jam siguen vivos. Y no sólo respiran, sino que con los años parecen haber renovado caché y consiguen algo que se les había resistido en sus últimas visitas a la ciudad.
Esto es: agotar entradas en el Palau Sant Jordi, recinto que no acabaron de llenar en 2000 y que esquivaron en 2006 para refugiarse en Badalona, y arrollar a una multitud con una descarga de rock crispado y un puñado de himnos con marchamo de clásicos. Canciones anudadas al rock de los setenta y pasadas por el filtro de furia y mugre de los noventa con las que siguen reivindicándose como mucho más que unos simples supervivientes.
Con Eddie Vedder plenamente recuperado de esa inoportuna afonía que le sorprendió en Londres y un escenario casi desnudo coronado por esferas luminosas, los de Seattle se encomendaron a sus clásicos, infalibles cuando se trata de inflamar, arrollar y devolver a varios millares de treintañeros a sus años mozos, y le dieron al público exactamente lo que llevaba doce años esperando: músculo rock, latigazos de punk, melancolía solemne y un generoso y extenso repaso a casi toda su discografía.
Un menú ganador que empezó a cobrar forma con la electricidad trémula de «Long Road» y los vaivenes acústicos de «Elderly Woman Behind The Counter In The Small Bar» y ganó tensión y velocidad de forma abrupta con ese tramo en el que soltaron, casi sin descanso, «Corduroy», «Hail Hail», «Mind Your Manners», «Do The Evolution» y «Ghost».
Un arranque frenético para entrar en calor, saludar las primeras palabras de Vedder en castellano, recostarse en las filigranas de guitarra que Mike McCready servía en «Nothing As It Seems» y abrazar al clímax de «Given To Fly». La granítica «Even Flow», primera cita a ese tótem de los noventa que fue «Ten», sacudió la memoria y los cimientos de un Sant Jordi que se reencontraba con una banda que sigue defendiendo con uñas y dientes su notoriedad.
Comprometidos y sentidos, se acordaron de un fan recientemente fallecido en «Oceans», dedicaron la poderosa y abigarrada «Daughter» a la lucha por la igualdad de las mujeres y pulsaron con «Jeremy» la tecla de una euforia colectiva que no hizo más que engordar con los zarpazos de «Go», la volcánica «State Of Love And Trust» y la furia desbocada de «Porch».
Una primera traca final apaciguada por la solemnidad de «Sleeping By Myself», una de las canciones de ukelele de Vedder, pero tras la que llegarían las demoledoras réplicas de los bises, con «Lightning Bolt», una ceremonial «Black», y el aullido de «Once» engrasando el camino y demostrando, por si quedaban dudas, que ahí siguen, vivitos y coleando.
Al final, y después de tres horas de idas y venidas por casi treinta años de carrera, sólo tuvieron que descorchar el arrebato rítmico de «Rearviewmirror», volver a apretar el acelerador con «Better Man» y, faltaría más, sacar a pasear « Alive» mientras la gente se dejaba la garganta con las luces del Sant Jordi ya encendidas. ¿Suficiente? No para Pearl Jam, que aún se guardaba en la manga una versión del «Baba O’Riley» de The Who y «Yellow Ledbetter» (a petición de un chaval de 12 años) para acabar de noquear a la audiencia.