Patti Smith sigue teniendo el poder
La madrina del punk inflama el Festival Jardines de Pedralbes con una nueva catarsis de rock
Fue como si de pronto alguien accionara un resorte imaginario: desapareció un momento Patti Smith para recuperar algo de fuelle y dejar que la banda embistiese con ganas el «Eight Miles High» de los Byrds, reapareció justo a tiempo para sumarse al estribillo de «The Last Time» de los Rolling Stones y, milagro en Pedralbes, buena parte del público se vino arriba (o, mejor dicho, abajo) y salió disparado de los asientos para postrarse a sus pies.
«Sed buenos y bailar» , dijo minutos más tarde, justo antes de escalar esa cima del romanticismo inflamado que es «Because The Night». Y la gente, claro, fue buena y obedeció. ¿Cómo no hacerlo cuando quien lo pide es alguien que, por muchas veces que pise un escenario, sigue sorprendiendo y asombrando con su energía y su capacidad de conectar con la gente?
Es cierto que algo podía acabar chirriando viéndola espolear un repertorio nacido del descontento y macerado en el inconformismo y la revolución en un festival, que como el Jardines de Pedralbes de Barcelona, tira a opulento y aristocrático, pero a la diva de Chicago le bastó con recitar a dentelladas el «Footnote To Howl» de Allen Ginsberg para adueñarse de la atmósfera y empezar a modular la intensidad de una noche en la que alternó la catarsis emocional y las erupciones eléctricas como si eso del paso del tiempo y la edad no fuesen más que cosas veredes que no van con ella.
Es más: para cuando sonó la explosiva «Free Money», quedó claro que, incluso en sus noches más discretas, la gran dama del punk sigue en plena forma y que su voz, pese a empezar a batirse lentamente en retirada, es un látigo capaz de levantar capas de piel y tocar hueso cuando hace diana.
Ni siquiera le hizo falta alcanzar las cotas de vehemencia airada de su anterior visita al Primavera Sound ni repetir el guión conmemorativo del 40 aniversario de «Horses»: le bastó con abrir de par en par su cancionero y brincar de la calma tensa de «Frederick» a las costas jamaicanas de «Redondo Beach» y de una desgarrada versión del «When Doves Cry» de Prince a una excesivamente relajada «Grateful» que dedicó a Gay Mercader, el primer promotor que la trajo a España en 1976 para dar un nuevo golpe de autoridad.
Quizá menos rotundo que en otras ocasiones, pero igualmente efectivo. Máxime después de ese final con «Pissing On A River», «Gloria» y una «People Have The Power» en versión karaoke que, por unos minutos consiguió que la gente creyera que, qué diablos, que sí, que es la gente la que tiene que poder.
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