La palpable metafísica de «Rusalka»

Juliette Mars y Asmik Grigorian Monika Rittershaus

Alberto Rodríguez Lapuente

Entre las distintas tendencias que han conformado la personalidad del moderno Teatro Real, la ópera checa , y muy particularmente la de Janácek , fue hace casi dos décadas, una de las más estimulantes . La presencia de «Rusalka» , que desde ayer puede verse sobre el escenario madrileño significa volver a pellizcar lo checo a través de una obra referencial de Antonin Dvorák. Cristof Loy firma la nueva producción estrenada anoche después de superar algún tropiezo. E l tenor Eric Cutler debutó el papel recién operado de una caída en el escenario con lesión del tendón de Aquiles. Cantó con muletas en la que posiblemente ha sido la mejor de las actuaciones que se le recuerdan en Madrid.

Y todavía, en medio del tercer acto hubo que parar la representación por un problema técnico con el coro que a más de uno empezó a poner nervioso dado lo avanzado de la hora. Pero la anécdota apenas empaña una representación que se recordará gracias a la memorable actuación Asmik Grigorian, portentosa cantante y extraordinaria actriz capaz de dibujar a Rusalka con la candidez de lo elemental, de dotarla de encanto pero también de fuerza, de melancólica apariencia y rebelada pasión; entrañable, sincera, ansiosa.. creíble.

De Grigorian se recuerda alguna estupenda interpretación en Salzburgo donde, hará dos años, canceló «Salomé» dando paso a Malin Bystrom, protagonista del muy alabado «Capriccio» que Cristof Loy firmó en el Real la temporada pasada. El círculo se cierra ahora con esta producción en la que la cantante lituana es mucho más que una mera intérprete.

Colaboradora habitual de Loy, solo hace falta verla bailar para comprender cuánto hay de ella misma en esta infeliz Rusalka, bailarina rota que solo aspira a la felicidad a través del amor . Para hacerlo comprensible Loy ha buscado extrañas relaciones familiares en el mundo acuático de las ninfas pero el asunto funciona en tanto sirve para dibujar el perfil de la protagonista. El primer acto dice muy poco en manos de esa familia teatral, frente al segundo en el que, ya en el palacio del príncipe, todo adquiere una dimensión poderosa. Loy y el maestro Ivor Bolton que está en el foso, prefieren lo humano que lo fantástico. En el primer caso ayuda muy poco una iluminación excesivamente plana y en el segundo porque es muy evidente la sonoridad precisa y armada, la buena conjunción y la claridad; en menos grado la evanescencia y el sentido poético.

El primer reparto de «Rusalka» incluye a Karita Mattilaa cuya presencia escénica basta para dibujar a princesa extranjera. Maxim Kuzmin-Karavaev resuelve con aplomo y autoridad la parte de Vosník, el pérfido duende de las aguas, aquí padre de la protagonista. Katarina Dalayman es la bruja (madre) Jezibaba y en ella se adivina a un personaje con arrojo. Todos ellos conforman un notable grupo de intérpretes que aún tienen sucesión en los secundarios, muy especialmente en las tres ninfas: Julietta Aleksanyan, Rachel Kelly y Alyona Abramova , impecablemente conjuntadas. Su canto, cercano y convincente aclara también la maravillosa realidad que hay en esta «Rusalka».

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