Flamenco On Fire
Niña Pastori, de 'Cai' a Pamplona al ritmo de 25 años de música
El festival Flamenco On Fire también acogió en su segunda jornada los conciertos de las cantaoras Inés Bacán y Dolores Agujetas y el guitarrista Rycardo Moreno
Un tipo en bicicleta, con altavoces en lugar de maletas, se pasea con 'La leyenda del tiempo' de Camarón a la espalda. La lengua rota del viejo va manchando las paredes de Pamplona, o dibujándolas, mejor. A pedales. Sin prisa. Así anuncia la ciudad, con un eco que viene y va, que rebota allá a lo lejos y luego de veras se esfuma, su festival, la segunda cita cultural más importante tras los Sanfermines. La octava edición de Flamenco On Fire la inauguró Falete el pasado miércoles . La lebrijana Inés Bacán, desde el balcón de la Casa Consistorial, Dolores Agujetas, Rycardo Moreno y Niña Pastori, uno de los grandes reclamos, vinieron a confirmarlo a la jornada siguiente. El flamenco se había instalado allí. Con su acento, formando parte de la urbe, de su entramado, de su propuesta. Incendiando empedrados de puro 'fire' con una bambera por bulerías que hizo historia en los 70 y hoy echa a volar desde un par de ruedas.
Niña Pastori agotó las entradas del auditorio Baluarte y colmó los bares. Llenó la puerta de un público predispuesto a aplaudir. Aficionados y curiosos. Fanáticos algunos. Maniatados desde hace años (25, en concreto, que son los que celebra sobre los escenarios) a esa rajita de Sur donde se unen las aguas y se ahogan los males. La niña que presentó Camarón en el desaparecido Teatro Andalucía de Cádiz se ha hecho grande y tiene una legión al frente. Veintidós discos editados, unos cuantos éxitos, más fiestas todavía, dos millones de copias vendidas y un seguidor fiel que explota desde la silla cuando arranca con sus versos más sencillos: «Una moneda tiré yo al agua».
Su 'Amor de San Juan' da pie a la euforia. Los coros son fuegos artificiales y las guitarras cómplices de noche. Todo propicia la fiesta. El piano de Luis Guerra, que en los tonos mayores se quiebra con ella. La batería. Los bongos. Y la gente, sobre todo, que tiene el 'ole' templado como premisa . El triunfo de este concierto, que resultó algo excesivo en tiempo e intensidad, comenzó a cargarse hace más de dos décadas, por eso parece que llega solo, con la naturalidad de la marea. Echó mano de 'Válgame Dios', 'Cai', los tanguillos 'Morao', 'Cuando te beso', 'Ese gitano' y otras canciones esenciales de su discografía, además de versiones como 'Cuando nadie me ve', de Alejandro Sanz , y 'Contigo', de Joaquín Sabina abogando por un amor que por favor no sea civilizado. La bulería por mayores con la que cerró dejó su miel postrera en los labios de una masa que entró enfervorecida y salió satisfecha. No la dejaron marchar hasta que el reloj, tras algo más de dos horas, dictó sentencia.
Rycardo Moreno, un guitarrista diferente
Por su parte, Rycardo Moreno, quien actuó unas horas antes, se ha erigido como uno de los pocos guitarristas flamencos de su generación con un sonido radicalmente propio. Suena a lo más difícil: a sí mismo. Al niño que su padre le desaconsejó . Al travieso que anda calmo por su propio conocimiento, ese arma que a todos nos libera. Evoca una oración mística de Sabicas por los trastes a la par que un fraseo de Pedro Bacán y nada queda deslavazado en su campo de ideas. Hay ruptura, pero no estridencia. 'Debarro', que así se llama el recital con el que se presentó, es un conglomerado de sensibilidad extraordinaria.
Camina por la senda de lo que no se puede, de lo indebido, con disonancias, tan impropias en el género jondo, y la afinación de las cuerdas cambiada. Levanta y deshace callejones de piedra. Se vuelve árbol en la madera y precipicio por los trémolos, ya en la rondeña. Encuentra y lame sus hallazgos. Estrena seguirillas que de arcaicas traen algo nuevo. Crea y rompe, lleno de armonía, una arcilla recién inventada; esa que siempre estuvo ahí . Efímera, se ha quedado en algún rincón del patio de Civibox, el escenario que le acogió. A soñar. A ser soleá callejera y bulería galopante y solitaria, sin palma, buscando solo la resonancia que habita en el lugar. No es técnicamente el mejor. Es raro. Diferente. Se pierde por alegrías y de vuelta trae las redes llenas de camarones. Quizá Rycardo Moreno sea simplemente eso: un músico que de lejos parece que hace poco que aterrizó en este planeta, pero que al fondo está henchido de barro, del corazón a la costilla. Hasta las cejas. De barro, sangre y una tradición enorme que late tras todas sus rarezas.
La clave para la buena acogida de Flamenco On Fire radica en que permite escuchar a la Agujetas arrancarse de la nuez el taranto más oscuro de Manuel Torre y bailar después con la Niña Pastori una rumba de letra archiconocida. Se manifiesta popero ante los neófitos y está lleno de negrura por detrás. Por eso sirve para descubrir y convencer. Por su fachada y también por su sustancia. Por las imágenes insólitas que consigue en patios y balcones, siempre a pie de calle para involucrar a la ciudad, que entona 'Cai' y acepta lo demás. Una balada y una toná valen lo mismo para quien solo entiende el código de la emoción. En Pamplona ambas comparten cartel.