El moderno animalario
![Un momento de la obra](https://s1.abcstatics.com/media/cultura/2015/10/29/alcina--620x349.jpg)
El Teatro Real prosigue su temporada volviendo el gesto hacia la ópera barroca. Haendel es el objetivo y, tras él, un buen número de incondicionales cercanos a la genialidad de una música capaz de transcribir al detalle los más sutiles afectos. Un formidable catálogo se reúne en «Alcina», la ópera compuesta sobre «Orlando furioso» y estrenada en 1735. Por alguna razón, pese a su tardía reincorporación al repertorio, se ha convertido en uno de los títulos fundamentales del compositor. Estos días puede verse en el Real a partir de la producción teatral firmada por David Alden y realizada junto con el Grand Théâtre de Bordeaux, donde se estrenó en mayo de 2012.
El «fenómeno» Haendel es interesante por las posibilidades de experimentación promovidas por sus óperas desde que se redescubrieran en Centroeuropa en los años veinte del pasado siglo. Entonces fue un elemento modernizador ante los escenarios naturalistas imponiendo construcciones ahistóricas, fuertemente arquitectónicas, a veces cercanas al cubismo. El propósito era la intensificación del aspecto sensorial, algo que cada época ha sabido interpretar a su manera. Es sensato que David Alden lo quiera hacer ahora desde mecanismos más íntimos, cercanos a códigos asumidos por el inconsciente colectivo y cercanos al cine y su espacio. Un teatro en desuso es la isla donde Alcina convierte en plantas, animales o piedras a los amantes ya gastados. La idea no es nueva, pero es útil. Ayuda a convertir la entrada de Ruggiero en el reino de la hechicera en una forma de evasión personal. Alden demuestra que sabe muy bien lo que hay detrás de la obra y lo realiza con eficacia, hilvanando coherentemente las tramas paralelas. «Alcina» es una especie de espejismo, interesante, curioso, por momentos original, y a ratos candoroso.
Una vez más, las posibles dudas sobre la fuerza del trabajo escénico corren muy en paralelo al resultado de la propuesta musical que dirige Christopher Moulds. Aquí el Real invita a la comparación, pues dos de las protagonistas participaron en su día en la grabación dirigida por Alan Curtis junto al brillante Il Complesso Barocco. No es el caso de la Orquesta Titular del Teatro Real a la que Moulds ha trabajado estupendamente, moldeándola hasta conseguir que todo se reduzca a una sonoridad cuidada, minuciosa y atenta con los cantantes aunque al tiempo alicorta en el arrebato interior, el acento y el pálpito. La ira concentrada en el famoso «Ah! Mio cor, schermito se!» debe antes a Karina Gauvin que a la pulsión del bajo o a la sombra que dibujada por la cuerda. Con ella se entiende a una Alcina capaz de recorrer muy distintos sentimientos, crecida ante la ira y menos ante el lamento. La invocación a los espíritus «Ombre pallide» promovió algunos de los aplausos de la noche.
Un lugar muy especial lo ocupa Christiane Rice , quien defendió a Ruggiero con voz hecha y sustanciosa, fácil en las agilidades. «Vedi prati» sonó bonito en su sencillez musical y la muy virtuosística «Sta nell’ircana pietrosa tana» fue un momento culminante en la representación. Hubo varios otros a lo largo de las casi cuatro horas de espectáculo. Junto a Haendel siempre hay una afición fiel.