Minkowski normaliza a Mozart
El director francés ofreció un concierto con Les Musiciens du Louvre en el Festival de Santander
El Festival Internacional de Santander clausura estos días su edición 69 incluyendo la actuación de Les Musiciens du Louvre que de inmediato viajan a San Sebastián para cerrar también la Quincena Musical . Ambos festivales procuran, desde hace tiempo, relacionar parte de sus programaciones. Este año adaptadas por las medidas sanitarias que han obligado a los festivales españoles a reaccionar con valentía siguiendo la estela del Festival de Granada que, ya a finales del mes de junio, reestructuró sus conciertos y condiciones de acceso cuando todavía las posibilidades y las medidas de protección estaban muy en entredicho. La presencia de Les Musiciens du Louvre en Santander añade, además, un plus de interés, pues es la primera vez que el grupo francés y su creador y director, Marc Minkowski , vuelven a los escenarios tras un periodo de silencio y confinamiento artístico iniciado el 13 de marzo. El propio Minkowski despedía sus actuaciones en la ciudad dando las gracias al festival por ser el primero en ofrecerles la oportunidad del retorno. Un programa monográfico Mozart dedicado a sus sinfonías 39 y 41 servía para una sesión sin pausa, con el aforo del Palacio de Festivales muy limitado, el público asistente guardando la distancia de seguridad, protegido con mascarillas y preservando en el ambiente esa rara sensación de soledad e inquietud que parece haberse convertido en algo familiar.
Hace catorce años que Les Musiciens du Louvre publicaron un disco dedicado a las dos últimas sinfonías de Mozart relacionadas a través del ballet de « Idomeneo «. El registro daba testimonio de una larga gira de conciertos centrada en este programa y ante la que hubo voces que matizaron una interpretación controvertida. La relación mozartiana ha continuado hasta hoy (»es inacabable y conviene volver a él una y otra vez«, ha escrito Minkowski) de manera que los conciertos santanderinos/donostiarras coinciden con la publicación de la grabación de la » Misa en do menor «, sobre la que se ha escrito acerca de su matizable acabado técnico. En todos los casos, a Minkowski le precede su fama de director controvertido, de aciertos innegables y, entre ellos, de inmediato, su excepcional Lully, Rameau u Offenbach , pero también actor de soluciones discutibles frente a otro tipo de repertorios incluyendo la ópera a la que dedica buena parte de su tiempo en Burdeos. Los aficionados madrileños recordarán « La flauta mágica « dirigida en el Teatro Real en 2005 con puesta en escena de La Fura del Baus y peculiares acentos musicales.
Los años han atemperado a Minkowski , algo perceptible incluso en la actitud, resentida en el andar. El director francés se involucra con el gesto corpulento, se esfuerza, suda, cambia de camisa entre las obras y no duda en salir al escenario con una toalla que deja sobre el atril y utiliza sin recato tras cada movimiento confiriendo a la escena una sensación de fatiga más propia de un ensayo que de una actuación. Sus palabras de agradecimiento demuestran después que, sin embargo, el esfuerzo es sincero y que la discreta compostura general de todos los músicos responde a una manera de ser que tiene que ver poco con la descripción que en época de Mozart se hacía del mundo orquestal parisino, sorprendente por su contundencia y determinación. También Les Musiciens du Louvre es una orquesta brillante, en ocasiones extraordinaria, aunque en estas actuaciones de adivine una extraña torpeza instrumental y una fusión no siempre equilibrada y homeogénea, particularmente con la sinfonía 39 que abrió el programa. El sonido perezoso , la articulación monda, el estilo convencional. Minkowski mantiene los principios de aquel Mozart sinfónico y discográfico que en algo contribuiría a su posterior trabajo como director artístico de la Mozartwoche salzburguesa y que hoy se traduce de manera normalizada.
Es la propia naturaleza modulante y oscura de la sinfonía 39 la que se impone ante unos intérpretes que la defienden con taciturna penetración de acuerdo con un sentido narrativo que busca caracterizar los motivos. Minkowski maneja con habilidad el «tempo», lo varía sutilmente de acuerdo con el sentido temático, algo mucho más evidente en la sinfonía 41. Huye del estricto objetivismo que genera en tantas ocasiones lo que Harnoncourt llamaba interpretaciones policiales. Es precisamente en el balancear, en la cómoda continuidad de los compases ternarios donde Minkowski encuentra el fuerte de su propuesta, lo que provoca momentos excelentes como en la repetición del segundo movimiento de la « Jupiter « con la orquesta cerrada en un pianísimo tímbricamente muy sutil.. Si con Minkowski, el dramatismo de la sinfonía 39 suena pesaroso y equívoco, la rotundidad de la 41 se concilia en un total ambiguo que se cierra en un final demasiado quebradizo. El contraste general es moderado, la sonoridad evidente, la intención prudente y el resultado satisfactorio y aplaudido. Efectivamente, Les Musiciens du Louvre y Minkowski van a agradecer estos conciertos con los que rodar un programa que debe crecer, porque requiere, también al hilo del actual estado de cosas, hacerse superior.