Mark Knopfler, el sultán se despide del swing
El exlíder de Dire Straits anuncia en Barcelona su adiós de los escenarios en el arranque de la gira mundial de presentación de «Down the Road Wherever»
A estas alturas, a punto de entrar ya en su apacible y sosegada séptima década de vida, Mark Knopfler suma más años de carrera en solitario que los que compartió con su hermanos de armas al frente de Dire Straits. También su discografía como solista empieza a ser bastante más abultada que la de su antigua banda (y eso sin contar las bandas sonoras, capítulo que descuadra definitivamente cualquier equilibrio de fuerzas), pero de poco sirven los números absolutos cuando cada paso al frente, cada nuevo envite por cuenta propia, azuza la memoria de los sultanes del swing y despierta el fantasma de la banda de los 120 millones de discos vendidos. Ya saben: get your money for nothin’ and your chicks for free.
El escocés, es cierto, lleva más de dos décadas haciendo lo que le viene en gana con discos que, a fuerza de arrimarse al folk, al country y, en fin, a otras músicas de perfiles más mansos, han acabado por alejarlo cada vez más del rock de gran formato y ventas estratosféricas de Dire Straits, pero en cuanto anuncia gira y pone un pie en el escenario, el pasado sale a su encuentro. Lo sabe el público y lo sabe también el propio Knopfler, que lo mismo le coloca a las botellas de la ginebra que acaba de lanzar junto a la destilería Portobello Road una diminuta cinta roja, remedo de la que él mismo lucía con orgullo kitsch en los ochenta, que desliza viejos clásicos aquí y allá para contentar a todo el mundo y apuntalar una leyenda que, para qué engañarse, no sería lo mismo sin robustos pilares como «Your Latest Trick» o «Money For Nothing».
Así fue en su última visita de hace cuatro años y así fue también anoche que, en el estreno de la gira mundial de presentación de «Down The Road Wherever», Knopfler sorprendió a las 13.000 personas que casi llenaban el Palau Sant Jordi -formato acondicionado, con todo el público sentado- anunciando su retirada, por lo menos de los directos. «Esto es también un adiós», dijo al poco de salir al escenario y transformar una vez más, la última ya, su imponente colección de guitarras en infalible brújula de una noche de himnos añejos y jugosos vistazos a toda su carrera alargados durante dos horas y media.
«Ahora soy un hombre viejo»
«Ha pasado mucho tiempo. Ahora soy un hombre viejo, así que quiero agradeceros que hayáis venido a saludar», bromeó el escocés justo después de que los pellizcos eléctricos y aromas celtas de «Why Aye Man», rescate de «The Ragpicker’s Dream» generosamente dilatado, anticipasen lo que estaba por venir. A saber: frondosos desarrollos instrumentales, un guión de naturaleza mutante y algo más de músculo rítmicos que en anteriores ocasiones. Ahí estaba su guitarra, maniobrando entre una decena larga de músicos y virando hacia el funk oxidado de «Nobody Does That», domeñando el blues rugoso y eléctrico de «Corned Beef City» y bajándole las revoluciones a la noche con los vapores de «Sailing To Philadelphia» mientras, pellizco a pellizco, se preparaba para engrasar la memoria con «Once Upon a Time In The West» y «Romeo And Juliet».
Palabras mayores celebradas como escaños inesperados en una noche electoral tras las que Knopfler tomó asiento y se dio un respiro como guitar hero gimnástico para mimar la épica doméstica y minúscula de «Matchstick Man», recordar con «Done With Bonaparte» su estreno en solitario y buscarle las cosquillas a Tom Waits con una quebradiza «Heart Full Of Holes».
Sobre el escenario, camisa de un discreto azul marino y gafas como de profesor universitario, la cara y la cruz de una leyenda que lo mismo toma impulso en el inconfundible saxofón de «Your Latest Trick» que se tira de cabeza al jolgorio latino y huracanado de «Postcards From Paraguay».
Los punteos cristalinos, casi traslúcidos, de «On Every Street», y el malabarismo a ratos excesivo de «Speedway At Nazareth» caldearon un poco más los ánimos y abrieron las puertas a una torrencial y desbordante «Telegraph Road» tras la que, ya en los bises, llegó el delirio. Esto es: el inconfundible riff asmático de «Money For Nothing» y sus aún más inconfundibles coros finales y el éxtasis instrumental, guitarra y saxofón batiéndose en duelo, de«Going Home», inmejorable manera de demostrar que ni siquiera en una despedida como esta, con visos de ser la definitiva, necesita Mark Knopfler de demasiadas palabras. Le basta con acariciar los trastes, deslizarse a través de las cuerdas y, en fin, exprimir unos cuantos arpegios mientras recoloca ese retrovisor que, por más que no quiera prestar demasiada atención, siempre realzará su cara más heroica y legendaria. La misma que, una vez más, la última ya, paseó anoche por el Palau Sant Jordi de Barcelona.
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