La magia atemporal de Paolo Conte brilla en Pedralbes
El italiano, rareza del jazz con vistas a la canción transalpina, conquistó el festival barcelonés con su repetorio de clásicos
En tiempos de turbulencias e incertidumbres, los valores seguros cotizan al alza, y nadie mejor que Paolo Conte, ejemplo perfecto de imprevisible fiabilidad, para poner un poco de orden y alienar el caos entre exquisitas brisas mediterráneas, pinceladas de jazz y chanson y acogedores perfumes de canción transalpina.
A pocos meses de cumplir ochenta años, el de Asti mantiene esa voz rugosa y como afinada en una cantera y, más importante aún, mantiene la exquisita distinción del artista que se sabe un estilo en sí mismo. Un estilo único y en permanente equilibrio entre lo sublime y lo mundano, entre el blanco y negro del swing de años treinta y el colorido del mambo, que anoche envolvió y cautivó el Festival Jardins de Pedralbes.
Acompañado por una banda soberbia, nueve músicos que se multiplicaron para abarcar cuerdas y vientos, alternar el vibráfono con el acordeón y brincar del oboe a la percusión y a los que Conte dio carta blanca en la vibrante y despendolada «Diavolo rosso», el italiano volvió a exhibir gesto serio e hirsuto y echó mano de un repertorio bastante similar al de su actuación de hace dos años en la ciudad. Cualquier pega, sin embargo, quedó en nada en cuanto abrió fuego con «Ratafia» y, poco a poco, fue arrastrando al público a ese refugio mágico que empezó a construir en los setenta con «Questa Sporca Vita». Ni siquiera necesitó echar mano de «Un gelato al limon» o de «Azurro», dos de sus himnos de bandera: le bastó con atravesar fronteras, fundir jazz y tarantela y dirigir la banda braceando desde el piano para imponer una vez más su genuina singularidad.
Serpenteando a través de «Sotto le stelle del jazz», «Come di» y «Alle prese con una verde milonga» y proyectándose en el brillo de los metales, Conte asfaltó con su voz esa carretera que conecta la fantasía instrumental con el poso narrativo de piezas como «Snob», apuntaló su condición de rareza de los ochenta deslizando un ritmo electrónico bajo «Gli impermeabili» y exhibió todo su repertorio de onomatopeyas, giros vocales y volteretas rítmicas con una celebradísima «Via con me» que, ya en los bises, repitió por aclamación popular.
Antes de despedirse, aún tuvo tiempo el italiano de exprimir a conciencia la calidez instrumental de «Max», colarse entre los vapores de «Le Chic et Le Charme» armado con el kazoo, esa trompeta que le hace sonar como un Pato Donald hasta las cejas de chianti, recuperar el colorido poderoso y los vientos pletóricos en «Tropical» y, en fin, firmar una nueva postal de mágica y fantasiosa atemporalidad.
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