Flamenco

La Macanita, una escultura jerezana

Junto a la guitarra de Manuel Valencia, deslumbró en un cante por soleá que se enmarca dentro del festival Suma Flamenca

La Macanita y Manuel Valencia Prensa Suma Flamenca

Luis Ybarra Ramírez

Una alzapúa de Manuel Valenci a llama por el mástil a las cosas bellas. Es su guitarra la que invoca primero una perfección arrebatadora. Ya en la malagueña, con La Macanita sentada a un lado, en forma de rizos y llagas se esparcen por el Teatro Fernando de Rojas los contrastes. Todo cambia en pro del misterio. Uno es técnicamente deslumbrante y sólido en su toque. La otra, sangre llena de negrura, como si estuviera pintada en carboncillo. Se unen, eso sí, en su clasicismo jerezano, que en eso se basa este 'Mirando al Sur' que han planteado. Un recital de corte tradicional con pocos callejones en los que refugiarse. El recital, es más, de una de las cantaoras de mayor envergadura en el panorama actual .

Su entrada en la soleá, por la Serneta, casi hizo enloquecer a los poetas José Ángel Valente , quien en torno a esa letra escribió todo un ensayo: «Fui piedra y perdí mi centro/y me arrojaron al mar/y a fuerza de tanto tiempo/mi centro vine a encontrar». Su cante es una búsqueda. Un viaje hacia el punto en el que se equilibran los elementos. Con Fernanda de Utrera en las amígdalas, pero en completa soledad. Regándose por dentro, hurgándose el cuello con la mano para que no le venza nunca la fragilidad . El remate de las criaturas, de Paquirri, tan bravo, produce la catarsis. Y ahí su cante no husmea, sino que halla. Es un tejido hermosamente quebrado. Un ciclón de voz morena que se adhiere al pecho de cualquiera, que gira sobre sí y vuelve. Que lo mancha todo de mil colores que terminan siempre en lo oscuro. Tiene en la garganta una cueva donde habitan seres en peligro. Su cante está vivo, pero resulta tan categórico que parece una escultura. Es barro en continuo cambio de estado. Visceralidad que se detiene y se desliza.

Por tientos solo entiende de pavesas. Por tangos , de estribillos y viejas coplas que calan como gotas de sangre. Mueve las barandas de todo a su paso. Viaja por tuétanos, se arrastra por el cielo. Por cantiñas , se pasea algo más tibia. Por seguirillas , donde se echa los rincones de Manuel Torre a la espalda, también. La Macanita, en ese momento, ya se había desfondado. Que nadie pidiera más que su profesionalidad en el resto. Que la soleá, hombre, era más que suficiente. El arte grande nos permite acudir a él y quedarnos con algo . Lo de ayer, claro, fue la soleá. Lo demás importa menos. Casi nada.

De negro, desde una silla más propia para examinarse de un 'listening', todo sea dicho, ofreció el concierto que se entiende que ha de dar una figura que sigue en plenitud desde hace varias décadas. Y quedan pocas como ella, en esos tonos paqueros, con esas duquelas en llamas... Las bulerías de Jerez y por mayores , con Chicharito, Manuel Cantarote y Manuel Macano a las palmas, hicieron de broche final a la escultura. Su particular museo de cera se transforma a cada instante. Golpea y luego muda su piel, sin ser visto. La Macanita es una rareza llena de pasado. Joven superviviente que nos conecta con lo que tal vez no nos corresponde.

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